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El barquillero endulza el desconfinamiento

Los avilesinos celebran la vuelta al trabajo de Guillermo Pelayo: "Me dicen que mi presencia es señal de normalidad"

Leticia Ortiz pide dos barquillos a Guillermo Pelayo. RICARDO SOLÍS

Inconfundible con su chaqueta blanca y el bombo rojo lleno de crujientes obleas rellenas de melaza recién hechas, la figura de Guillermo Pelayo, el popular barquillero avilesino ha vuelto a endulzar la vida a los avilesinos en la confluencia de las calles Doctor Graíño y Jardines. Diríase que todos los días, a eso de las 4 de la tarde, planta el bombo en la misma baldosa -tal es su rutina-, aunque llevaba varias semanas echándosele en falta por aquello del estado de alarma y el obligado confinamiento. Pero ahora que Asturias ha entrado en la fase 1 de la "desescalada", Guillermo Pelayo ha vuelto a cargar el cilindro de ambrosía y promete cumplir un verano más con la tradición de ir a vender sus barquillos a la playa de Salinas: "Aunque igual este año, por eso de mantener las distancias me tengo que limitar a venderlos en el paseo marítimo; sea como sea, allí estaré en cuanto apriete el calor".

Este diario es testigo de la carrera que se echa Leticia Ortiz -"sí, me llamo como la Reina, pero en mi caso sin zeta", bromea la joven al ver la cara interrogativa del periodista- al ver al barquillero en su puesto habitual de venta.

-¡Pelayo, has vuelto! ¡Qué alegría! ¡No sabes cuánto te hemos echado de menos! ¡Dame dos, que tengo ganas atrasadas!"

Leticia Ortiz, que pasea a su perro "Oddie" en el momento de encontrarse con Guillermo Pelayo, asegura que va a compartir con sus amigas la buena nueva porque todas se pirran por los barquillos que elabora y vende el hombre del bombo rojo: "Ahora mismo lo voy a poner en el grupo de Whatsapp, ¡Pelayo ha vuelto, vaya guay!"

Como Leticia Ortiz, una señora anónima que se acerca al barquillero a los pocos minutos de la llegada de éste al parque Las Meanas confiesa que ella ya comía las obleas de la familia Pelayo "cuando era niña". Y desde entonces, siempre fiel. En esta ocasión compra tres y asegura que los dulces son para sus padres, ya mayores pero igualmente devotos del sabor inconfundible de los barquillos avilesinos.

El reencuentro de Guillermo Pelayo, empresario autónomo, con su clientela avilesina no ha podido ser más emocionante y alentadora en términos de ventas. Reanudó su actividad el lunes y, como ayer, las existencias volaron. Pero además de vender, al barquillero le llueven palabras cariñosas y de ánimo. Es lo que tiene formar parte del imaginario popular de la ciudad, ser casi un icono. "Sin Pelayo vendiendo barquillos nos faltaría algo, no podríamos decir que estamos recuperando la normalidad de nuestra vidas", afirma Ortiz, la chica que se llama y apellida como la Reina.

Cariño popular al margen, detrás de Guillermo Pelayo no deja de haber una modesta empresa familiar y tres bocas que alimentar. El cese forzoso de la actividad por el estado de alarma, asegura, le ha hecho pupa: "Perdí la venta diaria de casi dos meses, la campaña de Semana Santa y la de las fiestas del Bollo, la Jira al pantano de Trasona y el puente del Día de la Madre, también se me cayó la venta de la Feria del queso y el vino; los colegios, al estar cerrados, no me han llamado para fiestas y tampoco habrá actividades de fin de curso; y el verano es una incógnita. Así es que hubo días que me baja la moral a los pies".

El barquillero, cuarta generación al frente del negocio, echa la vista atrás y saca fuerzas de flaqueza evocando a quienes antes que él lo pasaron "realmente mal": bisabuelo, abuelo, incluso su padre y algún tío... "Vivieron guerra, posguerra, años de 'fame', fatigas como ir a vender los barquillos a Luarca en bicicleta... Si ellos pudieron salir adelante, nosotros también podremos", comenta. Los niños se acercan a Pelayo, que trabaja protegido con guantes y mascarilla, con una sonrisa de oreja a oreja y deseosos de dos cosas: un barquillo y una carantoña: "De momento lo segundo es imposible, pero el barquillo nunca falta".

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