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1920-2020 Historia del Teatro Palacio Valdés

Escena Guadiana

Los cultos años veinte no aportaron energía suficiente como para mantener las programaciones del odeón avilesino

Escena Guadiana

El día de San Valentín de 1923 las llamas ocuparon las escaleras del Palacio Valdés. El humo, que salía escandaloso por las ventanas, llevó la alarma a la población. Mucho susto para poca cosa. Restos de confeti a los que les dio por continuar, de día, el baile de la noche anterior. Fue un año que cerró de "golpe" y el teatro lo inició de la misma manera.

Y ya que hablamos de golpes, se ha de decir que corrían tiempos de "cirujanos de hierro", de los que cortaban por donde hiciera falta para sanear un miembro afectado. Uno de esos, tal vez, hubiera necesitado el Palacio Valdés para encauzar sus destinos, pero quien estaba en la mesa de operaciones era España. Una nación maltrecha y enferma que, desde la huelga general de 1917, veía como, para su longevo pero artificial sistema de la Restauración, estaban tocando a muerto. Sería tal vez por los 2.500 cadáveres de los soldaditos del desastre de Annual, allá por tierra africana. Eso, el agotamiento de la vieja política, la débil economía, la crisis territorial y la continua agitación social y laboral, sirvieron de justificación a Miguel Primo de Rivera para hacerse con el poder en septiembre de 1923. Una dictadura con la que pasaron los años veinte.

La Iglesia, La Unión Patriótica y el Somatén Nacional fueron los apoyos del régimen y, en Avilés, se instalaron en medio de no pocas disensiones internas que llevaron a la prensa y al consistorio a la división. Cuatro alcaldes en 1924. Julián Orbón, que seguía siendo periodista y ahora también concejal, siempre estaba por el medio. Fue una década tan mítica para Avilés, que su recuerdo pudo sacudirse las embestidas de la política, la parálisis de la economía, los estragos del paro, la falta de vivienda y la epidemia de tifus de 1927.

Pese a tanto suceso y tanta negrura esa década nos ha llegado con un halo "ateniense". Como si la cultura más refinada lo hubiese invadido todo durante esos años. A la vez que nacía la dictadura, lo hacía la Sociedad Amigos del Arte, organizadora de exposiciones, impulsora de la carrera de artistas y aglutinadora de las otras instituciones de la cultura local (Biblioteca Popular Circulante y Escuela de Artes y Oficios). Nombres como los del escritor y bibliotecario Luis Menéndez, "Lumen", y el ya conocido académico y veraneante José Francés, son claves para comprender aquello.

El teatro iba vadeando los tiempos. Sin la brillantez que se hubiera augurado desde el principio, pero diversificando programación y actividades en todos los centros de interés que se habían ido dibujando en sus primeros años de vida. La música sinfónica, por ejemplo, ya no lo abandonó. Le disputó la sede al pabellón Iris, donde se había instalado desde su fundación en 1918 la Sociedad Filarmónica Avilesina. Sus conciertos pasaron al Palacio Valdés. En 1923, el cuarto de la temporada fue uno muy recordado de la extraordinaria pianista, editora y pedagoga Blanche Selva. Allí siguieron los conciertos hasta la disolución de la sociedad en 1930. Esos y otros de muy diverso empeño y formato menudearon durante ese tiempo, por poner dos ejemplos y sin salir de 1923, los famosos coros gallegos "Cántigas da terra" en gira por Asturias, o un importante concierto con obras de Mozart, ejecutado por elementos de la Sinfónica de Madrid con tres cantantes.

El teatro también tuvo su lugar en momentos y formatos diferentes. Compañías profesionales de temprano debut como la cómico-dramática de Enrique Borrás que, con la obra "Antón Caballero" de Benito Pérez Galdós, alegró el verano de 1922. Pero también debutaron compañías de aficionados locales, como los del Centro de Acción Social con el drama "El soldado de San Marcial", en enero de 1923, o las funciones que, tres años más tarde, daba el cuadro artístico El Ferroviario, poniendo en escena "Don Juan Tenorio", muy cerca del día de difuntos.

Las funciones benéficas, santo y seña de la actividad de la sala desde el principio, siguieron con todo tipo de repertorios e intenciones, todas ellas de la máxima categoría moral, claro está. Fue así la función "organizada por distinguidas damas de esta villa en beneficio del hospital de la Cruz Roja", en el agosto de 1921. Lo mismo aparecía un actor cómico, que se representaban fragmentos de una obra dramática, escogidos pasajes musicales o intervenía un rapsoda para dar vida a los versos de Lumen. Aquel elenco estaba compuesto por Lola Arias, Julio Pumariega, Adela Menéndez, Luis Espada, María F. de la Cuesta, Luis Amado Blanco, Macrina Olamendi, Marina Cienfuegos, Matilde G. de Castro, María Solís Gutiérrez, Ángeles G. Robés.

Al iniciarse el año siguiente eran otras señoritas de la alta sociedad quienes, intentando lograr medios para instalar calefacción en el asilo de ancianos desamparados, ponían en cartel la obra de Martínez Sierra "Canción de Cuna". Se decía que el autor había enviado el mismo decorado del estreno de la obra en Madrid, diez años atrás. El 8 de enero de 1923, sin ir más lejos, se representó "En familia", de Alberto Insúa y Alfonso Hernández. En 1926 fueron los niños pobres, a los que se intentó comprar Reyes Magos con la representación de "La escondida senda" de los hermanos Álvarez Quintero. Y, durante los años siguientes, las más variadas causas movilizaron la caridad acomodada y organizada, ya fueran aguinaldos o la gran fiesta a beneficio del soldado Aquilino Garrido, prisionero que fue de Ab-el-Krim.

No faltaron, por supuesto, funciones de varietés que, como sabemos, acompañaban de cuando en vez al cine que se había convertido, desde muy pronto, en sustento de la programación. Eran números al estilo más añejo y ferial. Como es el caso de los que ofrecieron, en el mismo enero de 1923, los domadores de leones Miss Roxana y Artemio Wilthon, acompañados por Lopart; "el hombre más feo del mundo".

No se abandonaron los bailes que adornaron la programación de la casa cuando ni siquiera había programación. El más amplio repertorio de bailes "de mantones" fue ocupando la cartelera de estos primeros años, hasta estabilizarse los de la cofradía de El Bollo. Las organizaciones sociales más principales copaban las tablas con sus eventos. Es buena muestra la célebre tertulia de "Los 19", peña de jóvenes que, además de organizar las fiestas de El Bollo, llegó a montar algunos carnavales, sobre todo el de 1924. Allí el Palacio Valdés fue sede del concurso provincial de disfraces, que atrajo a máscaras de toda Asturias bailando a los sones de la insustituible "jazz-band" de las orquestas Álvarez y Camuesco. Éste último, célebre compositor local, estrenó en aquel lance el pasodoble "Los 19".

Hubo otra clase de eventos de carácter excepcional. Buscaban el Palacio Valdés porque no había otro edificio mejor dotado o porque la solemnidad de lo que se celebraba lo requería. Conferencias varias, como "El amor a la patria y a la región", del padre agustino Graciano Martínez, defendiendo que el principal patriotismo era la religiosidad y adelantando, dos meses antes de la llegada de Primo de Rivera, alguno de los postulados de su dictadura. Pero ya antes habían existido solemnes ocasiones, como los juegos florales Hispano-cubanos, vieja idea de Julián Orbón que, en el septiembre de 1921, reunió en el teatro al ministro de Instrucción pública en representación del gobierno de España, a la marquesa de Revillagigedo en lugar de la Reina, al ministro cubano en Madrid, García Kholy, y a los obispos de La Habana y Matanzas. Una senda, esta de los eventos, que alcanzó su culminación cuando el teatro acogió una velada de homenaje a los representantes norteamericanos que, en el agosto de 1924, acudieron a Avilés a la ceremonia del traslado y entierro de los restos mortales de Pedro Menéndez.

Mucha actividad, a pesar de la imprevisión de sus inicios. Muy variada también. Pero nunca suficiente para alcanzar continuidad. El teatro se había convertido en un adorno en la solapa de la compañía de Ángel Fernández. La sede oficial de todos los eventos y las funciones benéficas, cedido de forma gratuita. Estaba muy lejos de ser un negocio. Ni siquiera la todopoderosa compañía carbonera soportaba más tiempo sacándole brillo. Las funciones se espaciaron cada vez más y, a la altura de 1925, el Palacio Valdés había cerrado.

Su destino maldito volvía a llamar a la puerta. Entró en otro túnel. Tal vez el mismo que lo perseguía desde el día siguiente al de la primera piedra. Mientras tanto la competencia no perdía el tiempo. En el Somines el cine era el rey de los espectáculos, también en el Iris, pero allí recalaban muchos otros que ya no tenían acogida en el Palacio Valdés. Volvían los conciertos de la Filarmónica, que traía nada menos que a los pianistas Arthur Rubinstein y José Iturbi. La actriz norteamericana Pearl White se asomaba a su escenario, "en persona no en la pantalla", como se encargaba de destacar la publicidad. Y comedias a troche y moche, desde Galdós a los Quintero, servían de marco para que se lucieran actrices míticas como Margarita Xirgu.

Mientras tanto, al Palacio Valdés llegaba en agosto el eminente tenor Miguel Fleta, pero sólo para hacer turismo.

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