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1920-2020 Historia del Teatro Palacio Valdés

Cambio de pareja

Para evitar la ruina, económica y escénica, Ángel Fernández y Compañía busca y encuentra - un nuevo empresario para el teatro, Trabanco, que se hizo cargo al inicio de 1926

Cambio de pareja

Al final de la Primera Guerra Mundial Avilés se las prometía muy felices. Silbaban las balas a sus costados, pero una bonanza fugaz le hizo creer que vivía en un mundo distinto. El universo que quisieron edificar los notables del pueblo era uno al que turistas llenos de duros llegarían a la playa de Salinas en tranvía eléctrico, desde su hospedaje en el Gran Hotel, cuyas lujosas habitaciones tenían vistas a la nueva estatua de Pedro Menéndez. Era una villa tan culta que hasta tenía un gran teatro de ópera.

Pero todo se vino abajo durante los años veinte. El Gran Hotel fue el primero en caer. Entre protestas obreras y tiempos de escasez pinchó la burbuja de la próspera ciudad burguesa y para todos fue evidente cuando, en 1925, esa gloria de la hostelería refinada, ya cerrada a cal y canto, era desmontada para vender todo lo vendible y reformar el local para dedicarlo a café-restaurant y brasserie del Parque. Los sueños de la villa elegante se fueron tan lejos como el mobiliario del Gran Hotel, aventado a los cuatro puntos cardinales del mejor postor.

Un triste final que, por los mismos años, más de uno temió que fuese el del teatro. Falto de alimento, acabó cerrando por inanición, también en 1925, sin nadie que, una vez más, viera claro su futuro. Se empezaba a hablar de que el teatro formaba parte del mismo sueño que el hotel. Un edificio demasiado noble, excesivamente lujoso y caro para las posibilidades de Avilés.

Era más que una opinión. Solo podía seguir viviendo si era, solamente, un teatro. Con sus espectáculos y sus programaciones regulares. Nada de festivales patrióticos o benéficos y eventos de relleno. Se necesitaba una taquilla que ingresara dinero todo el año. Pero los remedios que se aportaban sonaban a otro tiempo: que si una comisión de rescate, que si otra sociedad popular que pusiese al frente del coliseo a una persona con conocimientos teatrales?

Y en esto habló la propiedad. Y dijo lo que algunos pensaban desde hacía tiempo. El teatro era, al menos para ellos, un negocio ruinoso. En su exceso de entusiasmo inaugural no habían previsto la posibilidad de que una vez inaugurado no tuviera vida propia. Y ellos, que entendían de buques y de carbones, eran incapaces de gestionarlo. Por "perres" no había sido lo de la inauguración, ni siquiera el primer año, pero uno no se puede pasar invitando a toda la parroquia toda la vida. Total, que tiraron por el camino más fácil y le ofrecieron el teatro al Ayuntamiento por un millón de pesetas. Como toda la historia de este teatro, ésta se iba a repetir sesenta años más tarde.

Entonces habló el alcalde, Valentín Alonso. El cuarto que había tenido Avilés en el pantanoso año de 1924, después de Javier Martínez-Arcos, Alejandro de Bango y el popular indiano José Antonio Rodríguez. Cuando la división política enfrentaba a los concejales de la corporación y al diario "La Voz de Avilés" con el semanario "El Progreso de Asturias". Si pensamos que Julián Orbón era, a la vez, concejal y director del "El Progreso", y Juan González Wes, secretario del Ayuntamiento y director de "La Voz", entenderemos gran parte del embrollo. Hasta la visita del mismísimo Miguel Primo de Rivera fue objeto de polémica. Pues bien, habló el Alcalde, digo, y dijo "no".

Puso sobre la mesa sus argumentos por el bien de una ciudad que no podía, justo en la mitad del año 1925, endeudarse en el dinero que se pedía por el teatro. El pago sería a cincuenta años. Cierto. Pero con un interés anual del seis por ciento. Es decir, que el Ayuntamiento debería meterse a empresa teatral (como ahora) y, además, gestionar el teatro con tanta pericia y aprovechamiento que fuera capaz de ganar, al menos, las 60.000 pesetas anuales de los intereses. Esa cantidad, para que se entienda, era entonces el equivalente a vender 120.000 entradas de cine, por ejemplo. O sea, llenar el teatro hasta la lámpara y mucho más al menos la mitad de los días del año, que entonces también eran 365. Réstense sueldos, gastos e impuestos. Una utopía para un Ayuntamiento que seguía pagando parte de la deuda de las 400.000 pesetas que se había comprometido a aportar? ¡cuándo la llegada del ferrocarril!

Así que el teatro, cerrado de nuevo, salía a pública almoneda. Y volvió a sonar la flauta. Ángel Fernández y Compañía lograba desembarazarse parcialmente del local, por vía del Banco Asturiano de Industria y Comercio, consiguiendo que una empresa de espectáculos, Trabanco, se hiciera cargo de su explotación desde el primer día del año 1926. Como dijo la publicidad, aquel "tan espacioso y regio coliseo, abría sus puertas al arte".

Así que volvieron los espectáculos de todas clases. Volvió el teatro, con las compañías de gira veraniega como la de Carmen Díaz, con "Los mosquitos" de los hermanos Quintero o Concha Catalá con "La jaula de la leona" de Manuel Linares Rivas y "La vida es más" de Eduardo Marquina. También la compañía del Reina Victoria con obras como "Hay que vivir" y "Lola y Loló", de José Fernández del Villar. Llegaban siempre obras de estos y otros autores de los que entonces llenaban los primeros carteles de toda España. Ni el teatro europeo (salvo operetas y obras ligeras) ni los autores más renovadores del teatro español (Galdós, Guimerá, Dicenta) consiguieron dominar un panorama copado por escritores consagrados, con obras comerciales, de fácil construcción y poca complicación ideológica. Obras muy del gusto burgués que nutrían el repertorio de todas las compañías que giraban por provincias, ofreciendo lo que el público pedía.

Volvió la música, con los itinerantes conciertos de la Sociedad Filarmónica, con agrupaciones locales, como los festivales del orfeón avilesino y su cuadro artístico, acompañados en ocasiones por la pianista Leocadia Fernández, o las compañías de zarzuela como la dirigida por Lino Rodríguez o la tiple Eugenia Zuffoli, actriz romana de larga carrera en España, madre del también actor, José Bódalo. Funciones de lleno diario. Lo mismo que las varietés, que tampoco faltaron, con actuaciones como las de la bailarina Adelina Durán o "la emperatriz del cuplé" Adelita Lulú, que alegraron el agosto de 1926.

Tampoco faltaron revistas, pues justo en la transición a los años treinta, este género alcanzaría el éxito. En el Palacio Valdés se representaron obras clave como "Las Maravillosas", dirigida por Eulogio Velasco. Una de las que formaron su trilogía más conocida, junto a "Arco lris" y "La Feria de las Hermosas". Las tres llevadas al cine en 1926 por Arturo Carballo en "Frivolinas", que se representó en el Cine Doré de Madrid, con orquesta y coros en vivo que interpretaban los números que iban apareciendo en la pantalla.

La música tenía, como manda la tradición avilesina, muchos y buenos aficionados que, cuando satisfacían las piezas que tocaba el quinteto residente, se partían las manos aplaudiendo por un bis. Pero hete aquí que los profesores respondían de una manera que llegó a provocar una protesta pública en 1928, por "el desprecio de que es víctima cuando aplaude pues si en contadas veces se ve complacido, nunca lo es por la totalidad de la orquesta, pues los elementos a los que nos referimos, con un gesto de displicencia e imposición que no tiene límites, abandonan el local, mientras el resto del quinteto, haciendo justicia a los aplausos que se les tributan, reprisan las obras".

Tampoco faltaron eventos especiales como el festival literario que, a todo trapo, patrocinó el Ayuntamiento para el San Agustín de 1927. Y reverdecieron los bailes, que eran algo así como el certificado de que el teatro volvía a la vida. Cada vez que entraba en una nueva época un baile se encargaba de certificar el acontecimiento. Y eso fue lo que hizo la nueva empresa para que se notase que las cosas habían cambiado, aunque en esto siguieran siendo igual.

Tiraron la platea por la ventana programando seis bailes en el carnaval de 1926. Bailes de sociedad y bailes de carnaval, los primeros tenían una entrada de 8 pesetas y un abono de 18 y los otros salían a 4 y 9 pesetas respectivamente. Pretendían que volvieran las viejas glorias, atrayendo público de toda Asturias, incluso se llegó a un acuerdo con la empresa del tranvía para servicios especiales. En la sala esperaban la banda de música de Avilés y una orquesta de relevo, para tocar cuarenta bailables. No faltó detalle, como el de imprimir carnés de baile para las damas. Un montaje sin igual teniendo en cuenta que, en los carnavales y por orden gubernativa, estaba prohibida la circulación a pie de personas enmascaradas y el uso de caretas en los bailes públicos.

La empresa arrendataria se quitaba la careta para iniciar una nueva andadura con lo que denominó "bailes provinciales de sociedad". El teatro Palacio Valdés cambiaba de pareja.

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