La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cine de oído

El Palacio Valdés proyectó por vez primera cine sonoro en Avilés con un Cronófono Gaumont que asombró al respetable de toda la comarca

Cine de oído

Los últimos años veinte fueron de mucho trote y mucho acelerón para los espectáculos de masas. España, siempre retrasada para estos menesteres, tomaba el tren de la prensa de gran tirada, los deportes de gran proyección, y las proyecciones de gran audiencia. La dictadura de Primo de Rivera fue la época de la construcción de los primeros estadios de mucha capacidad y del inicio de la Liga Nacional de Fútbol en 1928. En Avilés el balompié había pasado del campo del Carnero al de Las Arobias, comunicado por tranvía desde 1921. Fue reforzado con nuevas gradas, conforme crecía la afición, en 1923 y 1925. Entre los deportes, en cuanto a seguidores y espectadores, al fútbol sólo le tosía, en períodos festivos, el ciclismo, y el boxeo, pues antes de la llegada de los treinta un sabuguero llegó a ser tres veces campeón de Asturias de los "pesos medianos". Hablo de José López, "La pantera de Sabugo". Una estrella.

Y ya que de estrellas hablamos, fijémonos en los cielos norteamericanos de donde venían, en esos años crepusculares de la década, las más luminosas. Cruzaban el Atlántico dejando una estela de cometa desde Hollywood, preparado para dar un salto tecnológico que habría de cambiar la industria. En nuestra villa el cine era el único espectáculo capaz de vender entradas como para sostener a los teatros todo el año.

Ese cine y la nueva empresa del Palacio Valdés se aliaron para desatar la competencia, con una estrategia agresiva a la hora de captar espectadores. Lanzó abonos anuales abaratando las entradas para cada película. En el Iris y el Somines reaccionaron, rebajando también sus precios. Se formaron dos bloques. Por un lado la empresa Méndez Laserna que explotaba, además del pabellón Iris, el Dindurra y el Robledo en Gijón y el Campoamor en Oviedo. Era la competencia para la empresa del Palacio Valdés, que acabó reforzándose con el arrendamiento del teatro-circo Somines, cuyo interior reformó para ponerlo al día y hacerlo más atractivo en su afán de controlar el mercado avilesino, ya que tenía otros cinco locales en Asturias. Puestos sobre el tapete, los dos contendientes pugnaron por hacerse con la novedad que acabaría cambiando la forma de ver el cine y también los ingresos de esas empresas: el cine sonoro.

El nuevo invento estaba a punto de irrumpir detrás de la radio. Aunque pueda parecer que ambos medios no competían, la cosa era muy distinta entonces pues la radio, novedad en los años veinte, le disputaba públicos al ser un espectáculo gratuito, que se recibía a domicilio y que no necesitaba de ninguna atención para la lectura como los intertítulos del cine mudo, cosa de importancia teniendo en cuenta los altos niveles de analfabetismo de entonces.

Entre 1926 y 1930 los inventos se sucedieron. La Warner Bros se adelantó a todas las productoras. Sam Warner se interesó por la técnica del sonoro al comprar una estación de radio en Los Ángeles y llegó más tarde a un acuerdo con la Western Electric para fundar la Vitaphone Corporation en 1925. Su técnica era deudora de ese origen radiofónico. Utilizaba un sistema de sincronización de imagen y sonido, reproducido en discos fonográficos a la vez que se proyectaban las imágenes. El 6 de agosto de 1926 se estrenó con un programa que incluía "Cortos Vitaphone" y "Don Juan", dirigida por Alan Crosland, con música tomada de la ópera de Mozart y diversos efectos sonoros. Al año siguiente se estrenó "El cantor de Jazz", del mismo director, primer largometraje con música y algunas palabras de su protagonista, Al Jolson.

El Vitaphone tuvo la ventaja del adelanto y de aprovechar el negocio de vender los mismos discos de los números que se interpretaban en las películas, pero era un sistema con grandes inconvenientes, sobre todo la delicadísima sincronía de discos e imágenes, que desaparecía cuando la película perdía fotogramas. Además, los discos no duraban más de veinte pases. Por eso este sonido magnético fue superado por el sistema de sonido óptico, a partir de los inventos de Lee de Forest y Theodor Case, grabado en una cinta de celuloide paralela a la de los fotogramas y, por lo tanto, integrada en la misma película. Resultó más cómodo y de sincronía perfecta. La Fox lo desarrolló con el sistema Movietone. Todas las productoras acabaron sumándose al sonoro. El mundo, a pesar del triunfo del sistema óptico, quedó sumido en un mar de patentes que intentaron repartirse el pastel del verdadero negocio que se avecinaba: adaptar las salas a la proyección sonora.

En toda España la adaptación fue lenta. Como en Norteamérica, la radio apretaba. Había comenzado su andadura poco antes que el cine sonoro (el 14 de noviembre de 1924 empezaba a emitir EAJ-1 Radio Barcelona). También influía la predisposición del público con un índice de analfabetismo del 52,23%. Además, el retraso industrial de la España de entonces jugó a favor del negocio del sonido, ya que casi se pasó directamente al sonido óptico sin pasar por el sincronizado. Un ejército de patentes y empresas extranjeras se lanzaron sobre las salas españolas.

La situación se parecía a la que vio llegar el cinematógrafo a finales de 1896. Muchos inventos que se decían los mejores y que fueron llegando a provincias. Incluso se fundó una empresa española, a partir del invento de Lee de Forest, la Hispano De Forest Fonofilm, que llegó a hacer exhibiciones de su aparato en pases de un día. En febrero de 1929 habían llegado a Oviedo y Gijón. Pero el cine sonoro estable solo llegó a Asturias a lo largo de 1930. En abril al ovetense teatro Campoamor, donde se proyectó "Hollywood Revue" y, en mayo, antes que al Jovellanos gijonés, al teatro Palacio Valdés, donde pudo verse "El loco cantor".

El cinematógrafo empezó a hablarle a los avilesinos el día diez del mes de las flores, muy pronto para las fechas españolas, pero, a diferencia de lo que sucedió en otros lugares de España, aún con la resaca de las múltiples patentes y los sistemas de reproducción. En el pecado de la precocidad llevó la penitencia del sistema sonoro.

La película proyectada en el Palacio Valdés era "The Singing Fool". Ese loco cantor fue el contrataque de la Warner a los inicios del sistema óptico. Es decir, una película con sonido fonográfico sincronizado. La primera completamente hablada con ese sistema y que supuso el triunfo definitivo del sonido en su estreno en 1928. Del número "Sonny Boy", cantado por Al Jolson, se vendieron dos millones de discos. Esto decía la publicidad del Palacio Valdés sobre la calidad de los números musicales de la película:

"La canción del hijito que compensa de todos los infortunios y desengaños del amor femenino; canción de cuna formada por brazos varoniles; canción del sueño y de la muerte de un ángel; canción del recuerdo siempre cálido; canción del triunfo en las tablas mundiales; tal es 'Sonny boy'? y 'Sonny boy' es el "Loco Cantor', como la obra es Al Jolson, el hombre, el artista de temple y corazón revelados por la irresistible seducción de sus canciones. El público, conmovido, se entrega en esta melodía, siente a pesar suyo, y este público es la humanidad, el público de todo el mundo".

La exageración profesional de la publicidad iba pareja a la ya mencionada venta de discos, pero es cierto que, si no todo el mundo, la mayoría de los aficionados, de Avilés y de los pueblos de la comarca, fueron al Palacio Valdés para enterarse de qué era aquello del cine sonoro y emocionarse con los trinos de Al Jolson, que estuvo tres días, tres, loco por cantar a disposición del respetable.

Se reflejaba así, en el panorama asturiano, la lucha de patentes que recorría el mundo. Mientras que en Oviedo la sonorización del Campoamor se hizo con un sistema Movietone, en el Palacio Valdés llegaron sus competidores llevados además por una casa francesa. Se instaló un Cronófono Gaumont, traído por un ingeniero galo de nombre Georges Duval.

El caso avilesino, como sucedió con la llegada del cinematógrafo en 1896, tiene algo de singular. Lo tiene por hacerse con un sistema fonográfico de sincronización de discos y no de banda sonora. Ya dije que esta fase, por el retraso español en incorporarse a la nueva técnica, se había saltado en España, pero quedaron casos extraños, por ejemplo Avilés. Aquí llegó el sonido con el sistema de la Warner y, cuando en noviembre el sonido se instaló también en el pabellón Iris, lo hizo en un sistema mixto, a la vez por banda y por disco. Aquel pabellón, que había cambiado en enero butacas y pantalla, recibió el sonido el 30 de noviembre de 1930 con la proyección de "Molly, la gran parada", una película "totalmente sonora cantada, hablada, bailada y musicada en ocho partes". Se proyectó también una peliculita cómica; "la danza macabra". Quedaban unos años de programas mixtos, con películas mudas y sonoras, y de subidas de precios, que fueron moderadas en Avilés.

El Palacio Valdés alzó la voz antes que nadie. Aquello fue el último grito, y el primero también.

Compartir el artículo

stats