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Malos tiempos para la lírica

La muerte de Lauro Menéndez llevó el luto a un teatro que acogía toda clase de eventos en los que se reflejaba la tensión de los años republicanos

Malos tiempos para la lírica

Se paseaba Buster Keaton en abril de1935 por los Campos Elíseos y por la pantalla del Palacio Valdés. Era una película crepuscular que aquel genio del cine mudo había rodado en Francia. Y resulta que hablaba. Todo para el lucimiento del nuevo proyector del teatro. Un equipo Roptence de doble banda de arrastre centrífugo y altavoces con columna de aire. Remataban la instalación unos proyectores de la misma casa, con objetivos ultra luminosos, pues la Roptence era especialista en proyectores, aunque ese mismo año, también empezaron a producir películas en sus recién inaugurados estudios madrileños.

Así el coliseo aseguraba su principal fuente de ingresos, el cine, actualizando unos aparatos que no se habían tocado desde la llegada del sonoro. En poco tiempo las novedades técnicas fueron muchas y había que cuidar la taquilla poniendo al día la calidad de proyección de la sala. El respetable era protestón y la competencia surgía en lugares insospechados, por ejemplo el Cinema Ideal que el Liceo católico proyectaba en Rivero, número 5, gratis y en dos funciones, con garantía de moralidad.

Pero no sólo de cine vivía el teatro. Si es que algo sobraba en aquellos años era precisamente eso: teatro. No hablo de representaciones convencionales, sino de lo que los gobiernos de la Segunda República trajeron bajo el brazo; el teatro (como el cine o la literatura) para cohesionar a España. Querían coser un país asediado ya entonces por las fuerzas centrífugas y desmembrado por el contraste entre la ciudad un campo atrasado. Explicar la historia de todos con la cultura de todos, con versos del Siglo de Oro que no les eran lejanos a los campesinos. Las ideas de la Institución Libre de Enseñanza estaban detrás y Fernando de los Ríos delante del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Además de los institucionistas, socialistas y anarquistas le atribuían al teatro un papel educador. Producto de aquello nacieron el Coro y el Teatro del Pueblo de Alejandro Casona y La Barraca de Feder ico García Lorca, que se presentó en el avilesino Parche, la noche del 3 de septiembre de 1932.

El teatro de siempre siguió llegando esos años al Palacio Valdés, salteando las funciones de cine y concentrándose sobre todo en temporadas veraniegas. Hablo de funciones de consumo masivo que, también en los años republicanos, seguían la estela de autores y formas de los años veinte: la comedia ligera de los Álvarez Quintero, la alta comedia de Benavente, Linares Rivas o Martínez Sierra, la astracanada de Muñoz Seca al que, en su parte más política y tradicional, se acercaban autores como José María Pemán. Todo esto además del menudeo del teatro lírico y la apoteosis de la revista, que vivía años gloriosos al lado de unas incombustibles varietés que, en forma de cupletistas y bailarinas, seguían tomando las salas avilesinas y eso, además de teatros, incluye salones de baile y hasta bares como el Concert.

Pasaron en aquellos años por las tablas del Palacio Valdés compañías como la "Arte Moderno", dirigida por los primeros actores Arsenio Aparicio y Pedro Marcet. Una típica compañía que iba haciendo el circuito de las villas del norte con obras como "Las víctimas de Chevalier", de Antonio Paso, "Mamá ilustre" o "Mi padre". El resto de la oferta era muy variada. Desde los espectáculos de Palermo y D'Aselmi, un afamado ventrílocuo, imitador y "maquietista" que formaba compañía con todo tipo de artistas del arte frívolo, a la Compañía de Bailes Españoles de La Argentinita, tan vinculada a García Lorca, presente en la programación del agosto de 1933.

Tampoco dejaron de acudir los más cercanos. Por ejemplo la Compañía Asturiana de José Manuel Rodríguez. Como primer actor tenía el favor del público y en Avilés supieron premiarlo contratándolo varias veces, en torno a 1935, para representar comedias como "Divórciate Catalina", de Manolo Llaneza y Alfonso González y, del mismo Llaneza, "La Melena".

Más cercano que nadie, por ser avilesino, estaba Lauro Menéndez, un barítono alto que destacó como cantante de tonada y canción tradicional asturiana. Sus buenas cualidades lo llevaron a Madrid, donde se presentó en 1929 en el teatro Lara, con la comedia de ambiente asturiano "Trece onzas de oro". Llegó a profesionalizarse como cantante de zarzuela en compañías como la Haro-Ballester, que llevaba en su repertorio de 1931 "La pícara molinera", "El canto del arriero", "Coplas de ronda", "Paloma de Embajadores", "La moza vieja" o "Noche de Verbena". Una carrera prometedora truncada por una enfermedad a los treinta años. En febrero de 1932 una comisión consiguió gratuitamente el Teatro Palacio Valdés para celebrar funciones a beneficio del cantante. Recaudó, después de gastos, 1.647,25 pesetas que Lauro casi no tuvo tiempo de agradecer, pues falleció el 19 de abril. A mediados del mes siguiente otra comisión organizaba dos funciones en el teatro para edificar un mausoleo en el cementerio. Actuaron "Los Cuatro Ases" (Cuchichi, Botón, Miranda y Calverol), los coros "La Scala" y "Avilesino" y La Compañía Asturiana.

Malos tiempos para la lírica avilesina, y muy agitados para la política española. Durante un quinquenio, abierto con la caída de la dictadura de Primo de Rivera en 1930, la densidad de acontecimientos apretó la actualidad y tensó la política, a la vez que la economía acusaba la resaca del Crack de Wall Street. Las elecciones de abril de 1931 trajeron la república y, en el distrito de Avilés, un gran crecimiento de las organizaciones obreras. La crisis golpeaba sin misericordia y el paro mordía tanto que, en 1932, se pusieron camastros en la cárcel vieja para acoger a los obreros que llegaban a Avilés en busca de empleo. En 1933 Asturias fue la provincia con más conflictos laborales de España. Extraños sucesos agitaron a la villa, como la voladura del vapor "Miss Candás" y el estallido de una bomba en la trasera del Ayuntamiento, además del incendio del comercio del popular Camuesco, que devoró la hacienda y parte de la historia de este compositor de la escena avilesina. Así acabó el bienio reformador y comenzó un año nefasto en el que se juntaron la quiebra de la banca Maribona, unas inundaciones sin precedentes y la revolución de octubre. La violencia y el plomo salían a escena. El Palacio Valdés comenzaba a ser el lugar para que los actores de la política mostraran sus habilidades "escénicas". Además de teatro, cine y varietés no renunció a seguir acogiendo bailes nuevos como los de la Sociedad Tiro de Pichón de Avilés, o de sus habituales, como los cofrades de El Bollo, o el carnaval y fin de año que organizaban los futboleros del Stadium, cuyos aficionados montaron una función para recaudar fondos con los que pagar a un entrenador para la campaña de 1935. Cada vez más mítines, sindicales o políticos de cualquier tendencia, se subían a su palco escénico. También otras actividades con disfraz que tenían a la política detrás.

Hemos de volver a Julián Orbón. Era agosto de 1934. La política nacional ardía y Orbón, a través de "El Progreso de Asturias", organizó en el Palacio Valdés una "Fiesta Homenaje a la Prensa". Se trataba de rendir tributo póstumo al fundador de "Blanco y Negro" y "ABC", Torcuato Luca de Tena. El acto tuvo buena repercusión en la prensa nacional. Juntó en el estrado a los de casa con Juan Ignacio Luca de Tena, hijo del homenajeado. Fue un evento de alto voltaje. El diario ABC se había enfrentado con el gobierno del primer bienio republicano que, además de suspenderlo y secuestrarlo tres veces en 1931, lo suspendió por muy largo tiempo coincidiendo con el fallido golpe de agosto de 1932. Discurseó además el catedrático, periodista y diputado a Cortes por Valladolid Antonio Royo Villanova, del Partido Agrario. El diputado se significó por su oposición a la reforma agraria y a las autonomías regionales, siendo un destacado anticatalanista.

Con actos como éste, al llegar 1935 el teatro seguía dando tramoya a la polarización de la política, que avanzaba hacia un terreno sin retorno, con las heridas de la revolución y represión de octubre de 1934 manando sangre, odio y revancha sin cesar. En enero, un acto del partido derechista Acción Popular juntaba a su jefe en Asturias, el diputado José María Fernández Ladreda y el presidente avilesino Luis Caso de los Cobos, pedían la "unión de las derechas como medio para acabar con la anti-España que fomentará el judaísmo y la masonería". Al mes siguiente el mismísimo Gil Robles, líder nacional, se acercaba a Avilés para inaugurar el nuevo local de Acción Popular.

Corrió 1935 endureciendo más aún las posiciones brutalmente enfrentadas en octubre del 34 y jamás reconciliadas después. En las paredes del teatro avilesino rebotaban, además de versos y música, cada vez con más frecuencia, advertencias y amenazas. Tal vez por eso, la presentación de Miss Asturias, el 27 de abril, endulzó la situación.

Florinda Antuña, que esa era su gracia, fue agasajada en Galé y más tarde en La Cervecería, cuyos escaparates se oscurecieron con narices pegadas a aquellos cristales que guardaban tanta belleza. Fue vitoreada, en la calle y luego en el teatro, como una cupletista de moda.

Había llegado lo bueno. Lo peor estaba a punto de llegar.

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