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Un nuevo modelo sacerdotal

El talento pastoral de José Manuel Feito, un enamorado de Miranda

Un nuevo modelo sacerdotal

El día de San Pedro cuando es lluvioso suele justificar el agua en las lágrimas de San Pedro cuando negó a Cristo. Este 29 de junio que comenzó lluvioso, a media tarde abrió el cielo, como si San Pedro abriera las puertas de ese Cielo nuevo y esa Tierra nueva para mi querido amigo José Manuel Feito, el cura de Miranda.

Decir Miranda es decir José Manuel Feito, si bien Feito era somedano. Pero que Dios escribe derecho con renglones torcidos se deja ver en el caso de la relación de Miranda con José Manuel y viceversa. El joven cura que fue, llegó a Miranda por medio de renglones más bien retorcidos que torcidos como tantas veces me contó y, sin embargo, cuando en 1964 José Manuel llegó a Miranda, ya no la abandonaría, ni Miranda a él. Se inició una relación pastoral, cultural, familiar, afectiva, yo diría que de amor, ni más ni menos. Amor entre Miranda y José Manuel que hizo que el bueno de Feito formará parte del paisaje mirandino.

José Manuel siempre me ha dicho que los nombres de los lugares son los que son por algo y no conviene cambiarlos. Así, Miranda, como topónimo, remite al verbo deponente del latín "miror" cuyo gerundio es "miranda", que significa "la que es digna de admirar" o referido a todo cuanto "es admirable". No es casualidad que Miranda se llame así porque enclavada en la parte alta de Avilés francamente es un lugar admirable por su paisaje, sus viviendas y sus gentes, ese material humano el cual conozco un poco y que es de excelente calidad. Todo esto hace de Miranda que ciertamente sea digna de admiración, que haya que mirarla y admirarla.

Cuando José Manuel llegó hace 56 años a Miranda, ésta miró complacida al cura recién llegado y José Manuel también miró admirado a Miranda, por medio de sus gentes, y así se abrió esta historia de 56 años en la cual, como dos enamorados, Miranda y José Manuel quedaron en situación de arrobamiento, en éxtasis, mirándose permanentemente como marca el gerundio.

Durante 51 años José Manuel, como él firmaba, ha sido como a él le gustó siempre decir "ecónomo de Miranda", pero este cura a quien yo tuve la fortuna de encontrar en el camino de la vida allá por el 88 siendo un adolescente confirmando, siempre me llamó la atención por su nulo tufo clerical. Como bien ha dejado dicho José Manuel en sus "Notas para la historia de Miranda" el trabajo de un cura no debe ceñirse únicamente a la labor sacramental, sino que el cura debe trabajar pastoralmente en otros campos como el social, cultural, familiar, intelectual, teniendo que conocer a la gente. Este modelo sacerdotal lo llevó a acabo José Manuel, y nunca perdió su esencia como testigo de Cristo y su Buena Noticia. José Manuel supo hacer de su vocación un sacerdocio transversal con el que consiguió hacer presente a la Iglesia en la cultura de Avilés y más allá. Y ciertamente se lanzó a conocer a sus gentes, a su rebaño como buen pastor que ha sido. Su labor pastoral es difícil comprenderla si no se tiene en cuenta que Feito fusionó la pastoral con lo cultural, fruto de esa curiosidad innata, de esa mente despierta, que le llevó a las investigaciones etnográficas, culturales, poéticas, antropológicas en suma. Francamente creo que estamos ante un cura siempre en continuo atrevimiento a saber, que diría Kant.

Su talento pastoral y capacidad intelectual quedan refrendados por la abundante bibliografía que nos deja en una línea de pensamiento cristiana y humana. No hay espacio suficiente para repertoriar su obra bibliográfica, pero baste decir que ese interés por Miranda, sus gentes, hizo que nos dejara, entre muchas, una obra de referencia premiada en 1983 sobre la cerámica tradicional, el barro en definitiva. Y es que esta investigación muestra su sensibilidad por el elemento del barro que se proyecta en la cerámica tradicional negra y que pergeña un producto cultural. Pero realmente esa sensibilidad por el barro en esta obra es una metáfora de la sensibilidad que José Manuel siempre mostró por esa otra ópera magna, hecha por el alfarero Dios, por medio del barro, como relata el Génesis, es decir, el ser humano, la persona. Y es que José Manuel siempre consideró importante para crecer como persona y como cura al otro, al semejante, eso explica porque para José Manue era básico el encuentro interpersonal, no sólo en el ámbito eclesial-sacramental, sino en la vida cotidiana, por eso se ganó el cariño de Miranda.

Su marcha no sólo deja en soledad a Miranda, también a Avilés. Ha sido mucho lo que José Manuel ha aportado a Miranda y a Avilés, siendo de un modo discreto y humilde un referente en cualquier círculo cultural, en el que él tenía claro que su presencia no era sólo la de su persona, era también la de la Iglesia, por esa convicción de aunar indisolublemente fe y conocimiento. Me atrevo, respetuosamente, desde aquí a invitar a que consideren los gobernantes de Avilés no olvidar a José Manuel por todo cuanto ha hecho. Se ha ido un hombre cabal, íntegro, pero también el compañero presbiteral, el compañero docente, el amigo con el que tanto disfruté de nuestras comidas en distintos locales de la comarca, que siempre me despedía abriendo los brazos y diciéndome "tienes las puertas abiertas, las de la iglesia, las de la casa y las del corazón". Todavía pudimos hablar por teléfono el pasado día 10 de junio, la última vez?, ahora después de esos 86 años en el día de San Pedro, estoy seguro el Padre Bueno te lo ha dicho: "José Manuel, pasa al Banquete, y descansa". Descansa en paz e intercede por los que aquí quedamos, amigo José Manuel.

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