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Sentencia de muerte

El teatro fue cerrado en 1973, con la ciudad aturdida por un accidente en la acería, y sin acuerdo para mantener la actividad el único destino posible era el derribo

Sentencia de muerte

Cash es un joven pistolero que busca a los cuatro hombres que mataron a su hermano para acabar con ellos y completar su venganza. Tal es el argumento de "Sentencia de muerte", la última película que se proyectó en el Teatro Palacio Valdés el 30 de abril de 1972. No iba sola. Para mostrar el estado de ánimo de algunos avilesinos, estaba acompañada por "Furia en Marrakech", que aprovechaba el tirón de James Bond mezclando agentes secretos y organizaciones del crimen internacional. Dos "spaghettis" típicos de los últimos programas dobles de aquel teatro.

Para que la despedida fuese más triste aún y todo Avilés llorara, ese mismo día el cine Clarín programaba "Sin un adiós". Una película de Raphael, en la que el niño de Linares cantaba aquello de "no sé si ponerme a rezar o a los vientos gritar", perfecto retrato de cómo se iba al otro mundo el Palacio Valdés. Avaro de despedidas.

Veinte días antes de la última película, la compañía Amelia de la Torre-Enrique Diosdado había dado la última función teatral. Era una compañía clásica, de esas de pareja de grandes actores, como en los años cuarenta. Una compañía de los viejos tiempos del teatro. Tiempos que ya no eran estos. Todavía se abrió alguna vez más, para atender compromisos como los cafés literarios de El Bollo, pero la de la guadaña ya estaba segando en casa de las musas.

La muerte no andaba lejos de Avilés. El año anterior se había cebado en la ciudad, que aún estaba aturdida después del accidente de Ensidesa. Una explosión en la acería LD-I, el 6 de febrero, que bombardeó con chapas y con pánico a una ciudad que no conocía más explosión que la demográfica. Al día siguiente, un funeral para ocho tiñó de luto aquellos días que, si ya no eran los de la emigración en masa, sí eran densos en novedades.

Por ejemplo, el Palacio Valdés se iba días antes de que se declarara la "guerra de los economatos". El 20 de mayo, a las 20.00 horas, los comercios del centro de la villa hacían un apagón en protesta por la instalación en plena prolongación de la Calle Generalísimo de una sucursal del economato de Ensidesa. Competencia desleal, decían. Eso preocupaba a los avilesinos más que el cierre del coliseo.

Entonces, los ídolos de la sociedad ya no salían del teatro. Ese mismo verano las paredes de Rivero vieron aparecer un nuevo diario mural que tendrá mucha repercusión en esta historia: "El Recorte". Lo editaba el librero Raúl Trabanco, para seguir las hazañas del legendario ciclista José Manuel Fuente, "El Tarangu". Él sí que era, como el boxeador Dacal, un ídolo de la afición asturiana. Otros deportistas idolatrados, como Ángel Nieto y el púgil Pedro Carrasco, visitaban la tienda de Los Castros en Avilés.

El deporte estaba mucho más de moda que el teatro. Lo confirmaban las gestiones de Manuel Galé para traer una eliminatoria de la copa Davis, España-Mónaco a las modernas instalaciones del Club de Tenis en San Cristóbal.

La sociedad había cambiado mucho en poco tiempo. Los centros de atención y los espectáculos se multiplicaban, así que un teatro a la italiana no era negocio. Al menos eso es lo que, una y otra vez, pregonaban los propietarios del edificio. La explotación estaba arrendada a la empresa Marzal, que decía perder dinero. 700.000 pesetas en 1971. La última actuación rentable que recordaba era la de Manolo Escobar y, en cuanto al cine, los llenos ya no se veían.

Era muy difícil comprobar estos datos. Hasta 1965 no se implantó el control oficial de las recaudaciones de los cines españoles, y no fue exacto hasta 1978, con la instalación del control automático. Imposible conocer las cifras reales de la taquilla del exhibidor. Lo cierto es que, en poder de esta última empresa, el deterioro del edificio avanzó a toda velocidad. Había llegado para ganar dinero y, como finalizaba el contrato y aquello no rentaba, devolvió las llaves a sus propietarios.

El negocio de la exhibición cinematográfica era el que proporcionaba ingresos constantes al Palacio Valdés, pero en los años setenta las salas de cine cerraban en los núcleos menores de 50.000 habitantes y en los pueblos. En Avilés eso no se acusaba, pero sí un cambio en el modelo de negocio en el que, durante décadas, había predominado el minifundismo de empresas implantadas en el territorio.

Una segunda generación de cines, en bajos comerciales y patios de manzana, llegó para jubilar a los viejos y costosos edificios exentos. El Clarín cerraba en 1974. En 1971 y 1972 ya habían cerrado el Patagonia y María Alicia. Por el contrario, abrían el Almirante (1972), La Victoria en La Carriona (1973), el Canciller en Versalles (1979) y las primeras multisalas, Cines Chaplin, en 1978.

No había sitio para un teatro-cine como el Palacio Valdés. El rumor del cierre caminaba desde el 8 de abril y corrió libremente por Avilés cuando el gerente de la empresa, abogado Iglesias Moyano, se lo comunicó al personal. "La fiebre de la construcción se lo lleva por delante", decía la prensa. Tal cosa encajaba con la catalogación del Plan de Ordenación Urbana de 1970, donde la finca aparecía como de "edificación intensiva", categoría que permitía construir un edificio de planta baja y más de cinco pisos sin ático.

Había una propuesta de compra, pero necesitaba una licencia de derribo. Los años siguientes se consumirían en ese equilibrio mortal, entre la salvación y el derribo, como en "El pozo y el péndulo" de Edgar Allan Poe.

El Ayuntamiento en aquellos años fue demasiado complaciente con los propietarios del suelo que, en la práctica, determinaron el crecimiento de la ciudad. En aquel Avilés el progreso descartaba el desarrollo cuidadoso y humanizado. Por ejemplo, el tranvía desaparecía en 1960. "El Arbolón", símbolo vegetal de la ciudad, fue talado en 1967. Mandaban la contaminación y la construcción.

Lo único cierto es que el teatro estaba cerrado y el edificio se arruinaba cada vez más. Entonces afloró esa capacidad que siempre ha tenido el Palacio Valdés de preocupar y hasta movilizar a la población en su defensa. Y es curioso comprobar cómo, en aquellos primeros días, sin distancia ni información para analizar el problema, a todos se les ocurrieron las mismas soluciones que, durante los siguientes años, iban a alimentar un intenso debate político y ciudadano. A saber: que fuera declarado monumento, que lo adquiriera el Ayuntamiento, que se salvase a través de una suscripción popular, que se convirtiera en casa de cultura o que se construyera un teatro nuevo lindante con la Escuela de Artes y Oficios.

El alcalde, Fernando Suárez del Villar, hizo gestiones con Mario Antolín, Subdirector General de Teatro, y con el delegado provincial de Información y turismo, Serrano Castilla, quienes prometieron hacer todo lo posible para que Avilés siguiera teniendo un teatro de "tanta solera y raigambre".

Pero lo único posible era poner dinero. Como siempre. El 27 de julio, al entregar un premio al grupo Cátaro, el mismo Alcalde declaraba que se habían roto las negociaciones con la propiedad, pues pedía la inasumible cantidad de 40 millones de pesetas. Y añadió en los medios "si Avilés se decide a abrir una suscripción pública para evitar la desaparición del teatro yo estoy dispuesto a encabezar la lista". "La Voz de Avilés" empezaba a apoyar esa idea desde el 29 de julio en primera página: "¿La hacemos nacer?"

Pasaron así dos años con la ciudad pendiente del edificio. En 1974, Clemente Jesús Muñiz Guardado, presidente de la sociedad avilesina de festejos (SAFE), decía haber ofrecido 30 millones de pesetas a los propietarios. Estos insistían en que no había oferta en firme, y seguían pidiendo 30.000 pesetas metro cuadrado. Cosa que les parecía una ganga pues, a precio de mercado, el solar edificable en el Avilés de entonces podía alcanzar las 50.000.

Nada sirvió. Lentamente, con ensañamiento y tortura, empezó a desmontarse el edificio. Le fueron arrancados todos los materiales nobles que podían tener venta segura, y eso implicaba a la sillería, cortinones, lámpara o telón. Todo tipo de historias y no pocas leyendas circularon por la villa. La lámpara central se dijo vendida a un anticuario, el mobiliario se dispersó a los cuatro vientos, quedando algunas de las butacas y banquetas de palcos y plateas en la comarca, en locales hosteleros, los "pubs" de los ochenta. Los apliques se arrancaron de las paredes, se abrieron muros y suelos para sacar conducciones, tuberías y los radiadores de fundición que habían alegrado tantas tardes de posguerra. Operación sin anestesia con camiones a la puerta que trasladaban todo lo vendible. Mientras tanto, una parte de Avilés miraba y otra parte no quería mirar.

El puerto alcanzaba cifras récord de movimiento en 1972. En 1973 Ensidesa absorbía a Uninsa haciendo nacer un gigante siderúrgico descomunal. En 1974, cuando todo parecía bonanza y progreso, el aumento de precio de la gasolina anunciaba una crisis planetaria nunca antes vista. Ese mismo año, entre especulaciones, deseos y confusión, la sentencia de muerte empezó a ejecutarse sobre el Palacio Valdés.

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