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Percebes, el sabor del riesgo en Peñas

LA NUEVA ESPAÑA acompaña a un grupo de mariscadores en el inicio de la temporada: "En este oficio a veces juegas y otras te la juegas, como con esta borrasca", subraya Abraham Mazuelas

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Inicio de la campaña del percebe

Comienza la temporada. El luanquín Abraham Mazuelas y sus colegas perceberos -Miguel Vega Álvarez, Juan Fernández Cuevas y Mauricio Martín Rodrigo- están entre nerviosos y ansiosos por lanzarse a la mar. Pero anuncian una borrasca explosiva, un temporal de mar que les hará más difícil aún cavar percebes en las afiladas rocas que salpican el cabo Peñas. Retrasan la salida, miran a un cielo cada vez más encapotado y repasan la fuerza de las olas que hacen ya bailar su lancha atracada en el puerto luanquín, por cierto, de nombre "Agonías". Por fin, llega el momento de partir. Ocho y media de la mañana. LA NUEVA ESPAÑA les acompaña. Y a la vuelta, una de la tarde del jueves, la reflexión es clara: "En este oficio a veces juegas, otras te la juegas, como hoy".

El trayecto en lancha hasta las piedras del cabo Peñas es intenso, apto para curtidos en la mar más que para principiantes. Para ser percebero no vale cualquiera. Hay poco tiempo para la conversación. Los mariscadores aprovechan el trayecto para terminar de colocarse los neoprenos. La temperatura del agua ronda los 18 grados. El casco es también imprescindible para muchos profesionales que castigan sus cuerpos a una velocidad endiablada contra las mejores peñas en terreno peligroso.

De un salto, el grupo de Abraham Mazuelas y deja la lancha y se aventuran a cavar percebes. Llevan la bistronza, una herramienta tan antigua como el oficio que se utiliza para arrancar las piñas de percebe de las rocas. Se acompañan también una bolsa de red en la cintura o un saco al que van echando los percebes, y de aproximadamente ocho kilos de capacidad, el equivalente al cupo máximo de captura diario por percebero. Con cada piña que cava Abraham Mazuelas aumenta el oleaje. La cosa se pone fea, más aún. El Cantábrico parece querer dar una lección de grandiosidad.

"Hay quien piensa que el percebe se vende caro, pero no es así. Si bien es cierto que hay días con buena mar, lo normal en este oficio es jugarse el pellejo para coger unos kilos", reconoce un veterano en estas labores de solo 32 años. "Empecé en esto muy joven", reconoce Mazuelas, con dos ciclos formativos de grado superior que un día decidió que su vida laboral la azotara el mar. Además de expuesto y apto solo para pescadores hábiles - los perceberos deben ser capaces de separar el crustáceo de la roca sin cortarlo para mantener su calidad intacta-, el oficio suma otrap particularidad: solo tienen tres horas para coger ocho kilos; es decir, faenan a contrarreloj.

A su favor tienen que conocen las piedras como el pasillo de su casa, aunque eso no resta peligro. También controlan el comportamiento de las olas y las corrientes, pero en la mar todo es impredecible. En el viaje hasta las peñas en el "Agonías" hubo que lidiar con un "hombre al agua". La dichosa borrasca y un mar embravecido. Normalmente en la zona de la Erbosa trabajan en la temporada de Navidad (entonces el percebe cotiza al alza), entre Verdicio y Xagó suelen estar en verano y en Peñas en esta época. Y decir Peñas y temporal apunta a ciclogénesis: "Es pura adrenalina", reconoce Abraham Mazuelas.

Sin miedo pero con el respeto que tienen todos los profesionales a la mar, él y los otros perceberos trabajan sin descanso el tiempo marcado. Hay resbalones, caídas y sustos sobre todo a ojos de un profano. También risas y buen rollo: suelen coincidir varios en la misma peña y todos se conocen más que de sobra. Les une el salitre, el percebe y la devoción por un oficio arriesgado. "Esto es como la droga, engancha", repite Mazuelas, que decidió dedicarse a la mar y no imagina la vida lejos de ella. "En mi casa, solo mi abuelo tuvo algo de relación con la mar, pero no había fuerte tradición como ocurre en otras familias. Los grados que estudié están relacionados con el medio, así decidí dedicarme a la mar. Además de salir al percebe también voy al calamar o la lubina", cuenta después de una jornada difícil entre percebes para ganarse el pan. En las peñas, por cierto, también suele reinar el compañerismo.

A Abraham Mazuelas como a todos los perceberos con licencia les duele el furtivismo: "Hay mucha gente por ahí que no debería estar", apunta, y realiza un inciso: "También están ahí porque hay quien les compra el producto". Es la pescadilla que se muerde la cola. Los furtivos esquilman las piedras que son su sustento. Esos que ocupan la cara 'b' del oficio y faenan en el litoral asturiano suelen ser conocidos por las fuerzas de orden. Y es que es normal que estos trabajadores sin licencia sean reincidentes: las sanciones por mariscar sin permiso oscilan entre los 300 y los 1.500 euros, en casos normales. En el caso de Avilés, los perceberos como Mazuelas están ligados al plan especial de explotación del percebe en aguas litorales de la comarca, entre la playa de Cazonera (Muros de Nalón) y el extremo más al norte de la playa de Xagó (Gozón). Los objetivos de dicho plan son precisamente proteger el hábitat, a los mariscadores y el recurso, un recurso que hace años, y aunque parezca impensable, apenas tenía valor: el percebe era considerado vulgar, un manjar de pobres. Ahora el kilo de esta especie cotiza a precio de oro, no más de lo que vale el riesgo que asumen los perceberos.

Un ejemplo: la Cofradía de Pescadores Nuestra Señora de la Atalaya de Puerto de Vega subastó esta semana, en el primer día de la temporada, 427 kilos a un precio medio de 42,27 euros. Como máximo se pagaron 96 euros por kilo, y de mínimo, 25. En total, se vendieron percebes por valor de 18.053 euros. Ya en tierra firme, los perceberos deben continuar con el trabajo de selección de este marisco que no tiene ojos ni corazón. La jornada finaliza con la subasta en la rula: el kilo de percebes de Abraham Mazuelas y sus colegas se vende a 60 euros como máximo.

En unos días encenderán de nuevo el motor de "Agonías" y volverán a echarse al Cantábrico en busca de las piedras más batidas por el oleaje con una máxima: "Nunca se puede dar la espalda al mar". Para ellos los despistes están prohibidos. Gracias a su trabajo, los mostradores de las pescaderías lucirán bocados de mar que recogen el sabor del riesgo en Peñas.

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