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El reto de vivir en silencio

“Las mascarillas funcionan como pantalla de sonido, impiden leer los labios”, cuenta Juan Oyague, primer trasplantado coclear

Juan Oyague, en el paseo de la playa de Salinas. | Mara Villamuza

Un sinónimo de mascarilla podría ser “pantalla de sonido” y otro “tapabocas”. Y no habría ningún problema en llamarlas así, si esas dos características no llevaran aparejadas consecuencias muy negativas para las personas sin audición, según explica Juan Oyague, el primer asturiano con un implante coclear – y en ponerse un segundo–: “La lectura labial, que sirve como complemento, queda anulada. Y la tela dificulta notablemente a la comprensión, al entendimiento por las ondas sonoras que se perciben”. Las mascarillas transparentes solucionarían, en cierta medida, el problema. “Pero hay que tener cuidado, porque forma vaho y se empañan. Es el mismo efecto”, añade.

La vida de Juan hubiera sido completamente anodina si hubiera reaccionado a los ruidos cuando tenía un año y medio. La realidad fue otra: no oía. Ni un golpe, ni un aplauso, ni una carcajada. Nada. Su familia no tenía ninguna explicación para lo que ocurría. Solo sabían que el pequeño Juan no tenía audición y ningún médico le daba un diagnóstico. También en vacío. Pero el empeño de su madre en la búsqueda de la normalidad era incansable, y dos años más tarde llegó el remedio: un implante coclear para su hijo. Consiguió lo que Juan denomina “un tratamiento para tener una vida”.

Todo fue fruto de la casualidad. Casualmente, la tía de Juan vivía en el lugar correcto en el momento exacto y casualmente también Silvia Swchartz acababa de aterrizar, como quien dice, en Avilés. Primero vino lo de su tía. Se enteró de que, en Pamplona, donde residía, estaban trabajando con una tecnología para recuperar la audición bastante novedosa en España. Aún no había llegado a Asturias y podía servir para solucionar los problemas de su sobrino. Había que probarlo todo. Así que Juan y su madre se montaron en un autobús para ver si el problema tenía diagnóstico – que hasta entonces nadie conocía la naturaleza de su dolencia–y remedio. Vinieron de la mano. Primero uno y después el otro.

Después del primer implante coclear, a los tres años y medio, empezó a trabajar con Silvia Swchartz, su actual logopeda, que venía de la clínica de Madrid donde se había tratado al primer niño en España recibir este tratamiento. Juan fue su primer paciente asturiano y tras él, muchos otros. Y durante ese transcurso, hubo varios reveses. El más serio fue en el año 2003, donde murieron cuatro niñas que habían sido sometidas a esa operación. Los implantes quedaron totalmente prohibidos, pese a la oposición de la Federación Española de Asociaciones de Padres y Amigos de Sordos. Lo contrario al implante, era la incomunicación.

“La gente sordomuda encuentra una traba a la convivencia ahora”, advierte

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El tiempo le dio la razón a la FIAPAS y voz a las personas sin audición. Los implantes cocleares regresaron, cada vez más masivos, más efectivos y para un mayor número de pacientes. A Juan le pusieron el segundo “para mejorar la percepción”. Tenía 11 años y medio y “una vida normal”. Justo por lo que había luchado su madre: “Es verdad que tienes alguna limitación. Y ya”, cuenta Juan, que a día de hoy vive en Salinas y es dentista.

“El otro día estuve con los de la Apad y me enseñaron unas mascarillas especiales. Que son transparentes y que no se empañan. Eso es lo que se debería utilizar”, explica. Pero no están homologadas. Ni se ve, ni se espera que lo estén de momento. “Es por el tipo de tela que utilizan, que es sintética y segura”. Para él, la lectura labial funciona como un complemento, pero la gente que es sordomuda (o con otra clase de problemas), se puede quedar completamente incomunicada: “Nadie habla el lenguaje de signos. Para ellos es una traba para la convivencia”.

Juan cuenta su historia por teléfono. Se las apaña, dice. Aunque si hay demasiado ruido de fondo, comienza a tener interferencias y pierde el hilo. Todas las palabras que emite son claras; sin ningún problema para vocalizar.

De todos modos, prefiere las conversaciones en persona y con la cara sin tapar. Pero entiende que la situación actual, en plena pandemia, hay que tener mucho cuidado. Tomar conciencia con el virus. “La salud es lo primero. Claro que hay que llevar mascarilla”, señala contundente. Pero su vida mejoraría notablemente si fueran de otro modo, de otra forma. Con otro tipo de tejido.

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