Eran madre e hijo, abuela y padre. Ella, Aurelia Fernández, tenía 98 años. Era conocida como “Lela Güeda”. Él, Buenaventura Heres, tenía 73, y respondía cuando lo llamaban “Venturo Botón”. Vivían en Ferrero, donde se oye rugir el Cantábrico contra Peñas. Sus corazones se apagaron con apenas dos días de diferencia en el Hospital Universitario San Agustín: ambos tenían covid. No hubo funeral, ni una despedida con flores. Ya se organizará. Su familia, que vive la desolación en aislamiento domiciliario, apenas ha tenido tiempo a digerir ambas pérdidas: “Esto es horrible”, atina a decir Lorena Heres, hija y nieta de los gozoniegos que relata lo sucedido encadenando fechas en una sucesión rápida de los hechos.
La primera que enfermó fue la abuela. Eran los primeros compases de noviembre. “Ingresó en el San Agustín por una infección y días después la bajaron al Hospital de Avilés, una semana. Luego la mandaron para casa, pero nunca llegó a estar del todo estable: decía que no respiraba bien”. El día 11 Lorena Heres descubrió a su abuela más cabizbaja de lo normal: “Pensé que era la edad”. Se fijó también en su padre, un paisano ya curtido: “Tenía fiebre y llamé al médico. Le dijeron que tenía que ingresar, porque él tenía un problema pulmonar. Lo llevó una ambulancia a Avilés, y nos confirmaron pasada la medianoche que había dado positivo. Lo subieron a planta y el día 14 ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos”, cuenta Lorena Heres, que necesita tomar resuello para seguir el relato. “No tuvimos ni una buena noticia desde entonces: le pusieron el respirador, y el día 19 falleció”. Solo un día después de ingresar a Venturo Botón, las hermanas Heres llamaron al médico: “Mi güela estaba mal, mal, mal”. De Ferrero, de nuevo al Hospital, donde, como su hijo, dio positivo en covid. “La ingresaron en planta y parecía que iba recuperando bien, incluso le dejaban sentarse en la silla. Pero el día 17 por la mañana murió, dos días antes que mi padre”, subraya esta gozoniega que, como sus familiares directos, ha tenido que llorar la despedida de sus seres queridos desde su casa. Porque Heres y sus hermanas estaban en contacto directo con Buenaventura y Aurelia. Por eso no entienden cómo el coronavirus se pudo colar en una vivienda en la que se respetaban escrupulosamente las medidas de seguridad: “Sabíamos que tenían la salud delicada, al igual que mi madre que vivía con ellos, y por esa razón no les dejábamos salir a nada, ni a la compra”. Y agrega: “Teníamos pánico de que les pasara algo, y les pasó”. No se explican cómo ni cuándo, pero el coronavirus destrozó sus vidas. Ahora planean organizar un funeral para la madre y su hijo, para la “güela” de Ferrero y Venturo Botón.
“Lo que estamos viviendo es horrible”, confiesa Lorena Heres, que saca fuerzas y sentencia: “El coronavirus no es ninguna broma y se está tomando todo muy a la ligera”. Va más allá, clama prudencia: “La gente de a pie no es consciente de que sesga la vida de las personas de un momento para otro. Me gustaría que la población sea consciente del momento que nos ha tocado vivir y que se respeten las normas de seguridad. No sirve de nada que familias como la nuestra, y otras muchas, las llevemos a rajatabla si después otros inconscientes se dedican a incumplirlas”.
En la casa de Ferrero de Lorena este año habrá dos sillas vacías en la comida de Navidad.