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Julio Béjar, autor de "8,56": “Aquel salto de Yago Lamela tenía resonancias de tragedia clásica”

“Un día el deportista campeón no sabe dónde volver al día siguiente del triunfo y en ese no saber volver es cuando llega el peor final”

Julio Béjar

Julio Béjar (Almería, 1987) es el autor de “8,56. Inspirada en un salto de Yago Lamela”, una tragedia que estaba programada para este próximo fin de semana en el Niemeyer, pero que, como tantas otras cosas, su estreno se lo ha llevado la pandemia de medidas sanitarias hasta la próxima primavera.

–Ha sido un palo grande. Pensábamos que podíamos hacer el estreno ya, pero no va poder ser. Nos han dicho que quizá para abril de 2021...

–Es la segunda vez que aplazan la función.

–La primera fecha que teníamos fue en mayo, pero eso era al final del confinamiento: los teatros no tenían permiso para abrir.

–¿Y cómo se vive en este sinvivir?

–Pues al día. Con incertidumbre. A la expectativa porque en cualquier momento confinan un municipio y nos hacen un roto.

–La obra ya la hicieron en Madrid.

–En realidad me presenté a un premio que permitía preparar un montaje en una sala madrileña [Guindalera]. Al final teníamos tres funciones como para presentar el trabajo. Lo hicimos, pero considerábamos que el estreno verdadero iba a ser en el Niemeyer: un sitio inmejorable para una obra como la nuestra.

–Con dos aplazamientos, ¿seguirá siendo el estreno la función de abril?

–Seguro.

–Vamos al meollo. ¿Cómo se mete un campeón como Yago Lamela en un espectáculo teatral?

–La historia de Yago Lamela me persigue desde que tenía trece o catorce años: ese gran salto de 8,56 en Tokio. Se fijó en mi memoria. Tenía que contarme algo. Aquel salto, su figura, tenían resonancias de tragedia clásica griega.

–¿Ah, sí?

–Estamos con un héroe con hibris, con esa desmesura que le hace enfrentarse a los dioses. Está su lesión en el talón, que remite, claro, a Aquiles. Y aquel salto, a Ícaro, que tiene que procurar no acercarse al Sol para que sus alas no se derritan. Luego está la situación del día siguiente a ser un campeón: volver a la normalidad, rearmarse, coger el autobús, trabajar con normalidad. Eso, la vuelta, me interesaba mucho.

–¿Y quién era Yago Lamela para usted?

–Ya le digo: un ídolo. Como ahora puede serlo Pau Gasol, Rafa Nadal o lo fue su compatriota Fernando Alonso. Todos nos dejábamos melenita porque la tenía él, que era guapo, un campeón. Todos queríamos ser él.

–Y todo esto, ¿cobra forma siguiendo la “Poética” de Aristóteles?

–No creo que se pueda hacer una tragedia ahora como hace 2.500 años: por el tiempo y por los elementos. No puede durar cuatro horas, pero su estructura se puede seguir. El personaje del coro, que es colectivo, sirve para que la historia avance. Ese papel lo desempeña el periodista. La aparición del dios Apolo lo he cambiado por la de Iván Pedroso, el otro campeón que saltaba lo insaltable. El poder de la polis se cambia por el presidente de la autonomía.

–El teatro documental parece que ha llegado para quedarse.

–Discutimos si esta función nuestra era teatro documental, ese que recoloca la realidad en la ficción. Algo parecido a la series “Patria” o “Antidisturbios” o a las producciones de El Pavón Kamikaze. No estamos ante una biografía. El título completo es “8,56. Inspirada en un salto”.

–¿Cómo vivió la noticia de la muerte de Lamela?

–Con decepción. Resulta que hubo miles de millones para llevar tres veces la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos, pero ni un euro para tutorizar la vuelta de los campeones al día siguiente al triunfo. Un deportista de élite un día ya no lo es y no hay nadie que le ayude a aceptar su transición a monitor deportivo. Un día el deportista campeón no sabe dónde volver al día siguiente y en ese no saber volver es cuando llega el peor final.

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