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María José, la asturiana que se negó a cuidar a su nieto para no ser una "abuela canguro"

Una avilesina que crio a su primer nieto rechaza repetir la experiencia con el segundo: “Aparcaría otra vez mi vida si fuese necesario, pero no quiero robarle a mi hija su maternidad”

Por la izquierda, María José García, Sara Pérez y su hijo Gael, en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. | Mara Villamuza

Aunque pudiera parecerlo, la negativa de la avilesina María José García a hacerse cargo de la crianza de su segundo nieto, de nombre Gael, no es un acto de egoísmo sino todo lo contrario, de generosidad. “No me importaría aparcar mi vida para vivir la de ellos, pero no siento la satisfacción del trabajo bien hecho. Además, mamá es mamá y me da la sensación de estar robándole su tiempo. Yo quiero ser la abuela de mis nietos y que mi hija sea la madre, se lo merece porque lleva luchando por ello mucho tiempo”, escribió María José García en una emotiva carta que firma en calidad de “agüela” y que entregó a su hija por si le servía para la defensa de sus intereses en un juicio que tuvo hace unos días para tratar de conseguir que la empresa donde trabaja como teleoperadora le conceda un cambio de horario que le permita conciliar el trabajo y la vida familiar.

No iba descaminada la abuela al dejar por escrito sus pensamientos al respecto del ejercicio de las funciones de “canguro”, pues el abogado de la empresa refirió en la vista judicial el hecho de que la demandante –la madre trabajadora– no había aportado prueba alguna de que los abuelos de su hijo estuvieran enfermos, impedidos o incapacitados por razones de trabajo para hacerse cargo del bebé. Es decir, el letrado presupuso que la obligación de los abuelos es cuidar a los nietos mientras los padres trabajan.

En el fondo, el abogado se hizo eco, consciente o inconscientemente, de lo que muchas personas dan por sentado y ha generado no pocos debates al respecto de la esclavitud a la que son condenados algunos mayores por hijos que no tienen posibilidad o medios económicos para dejar a sus retoños al cuidado de otras personas cuando van a trabajar. Como telón de fondo del asunto, la tan traída y llevada conciliación, un presunto derecho laboral aún falto de desarrollo y normalización a juicio, entre otros actores sociales, de las organizaciones sindicales.

“Soy madre, tengo dos hijas; y también quiero ser abuela, claro que sí. Pero quiero ser abuela a secas, no madre otra vez. Quiero que mis nietos vengan a verme, llevarlos de vez en cuando al parque, quiero que se queden a dormir alguna noche, llamar veinte veces preguntando por ellos cuando están malos y sentir esa complicidad entre abuela y nietos”. Así comienza la carta de María José García, quien confiesa que derramó lágrimas escribiéndola.

Esta abuela avilesina debutó como tal hace 9 años, cuando su hija Sara Pérez tuvo el primer crío. Los primeros meses de vida del bebé no supusieron trastornos de conciliación a su madre, pues no tuvo trabajo. Pero todo cambió a los tres años. Sara Pérez encontró empleo como teleoperadora en turno de tarde y todo se complicó. “Mi madre también trabaja, pero aún así encontró la manera de quedarse con el niño a las 3 de la tarde, la hora a la que empezaba mi jornada. Yo volvía a recogerlo a las 9 de la noche, habitualmente dormido y ya enfundado en el pijama. Dos veces al día, hacíamos el trajín del traslado de una casa a otra. Un follón. Pero mi empresa se negó en banda a facilitarme la conciliación y así fueron pasando los años”, relata Sara Pérez.

La abuela recuerda así aquellos años: “Durante seis años, cinco días a la semana, me ocupé de comidas, piscina, fútbol, deberes, parque, duchas, cenas, jarabes, urgencias... y tratando de entender a mi nieto, del que me separa una generación y eso se nota. ¡Cuánto sufrimiento pasé con los deberes de inglés, algo que yo nunca estudié!”

“Veía peligro en todas las esquinas del parque y mientras el crío estaba en la piscina o en el fútbol trataba de entender las matemáticas ‘modernas’, que solo se parecen a las que yo di en la escuela en que dos y dos siguen siendo cuatro”, asegura la abuela que reivindica el derecho a seguir siéndolo, pero sin extralimitarse en sus funciones como tal.

María José García defiende que debe haber “líneas rojas” en el papel de las abuelas, pero no solo por su derecho a vivir con relajo la relación con los nietos sino también “por las madres y por los niños”. Así lo razona en su carta: “Veo la tristeza en la cara de mi hija cuando me deja al niño y se va, aunque sepa que queda en las mejores manos. Y veo ese brillo especial de felicidad en los ojos de mi nieto cuando mamá viene a recogerlo”.

En definitiva, la abuela María José dice que aceptaría a regañadientes un nuevo sacrificio –“no me importa aparcar mi vida si es por ellos”– pero está convencida de que esa fórmula no es la ideal. “Los niños necesitan estar con su madre, y una madre con sus hijos. Los abuelos tenemos que desempeñar otro papel, no podemos ser usurpadores”, subraya. María José García no entiende de leyes ni del derecho a la conciliación, pero es abuela y madre y sobre la crianza de niños tiene cátedra.

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