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Análisis

Fertiberia y Alcoa, historias divergentes

Una reflexión sobre las diferentes derivas que llevaron desde 1992 la empresa de fertilizantes y la de aluminio

La fábrica de Fertiberia en Trasona (Corvera). Mara Villamuza

El año 1992 está subrayado en la historia de las fábricas avilesinas de aluminio y fertilizantes, una radicada en San Balandrán y la otra en Trasona. En el caso de la primera porque fue el año de su privatización, que supuso la entrada en escena de la multinacional estadounidense Alcoa y, con ella, la llegada de aire fresco y la esperanza de un futuro prometedor. Y mientras de aquel lado de la ría se brindaba, en éste, en la margen izquierda se daba por “muerta” a una empresa, la antigua Empresa Nacional de Fertilizantes (FESA-Enfersa), que víctima de los escándalos y la gestión temeraria de su propietario, Grupo KIO, había entrado en suspensión de pagos.

Hoy, casi treinta años más tarde, el patito feo de las 5G avilesinas –las cinco grandes industrias: Arcelor, Asturiana de Zinc, Alcoa, Du Pont y Fertiberia– ha mudado el plumaje y luce cual cisne. Sus gestores anuncian récords de producción, plantean inversiones a futuro –esta misma semana han expuesto al Presidente Barbón su intención de acometer proyectos millonarios– y presumen de medidas ambientales que han llegado a merecer premios por su eficacia. La aluminera, para desgracia de sus 220 empleados y mayor ruina del tejido industrial asturiano, está en la uci con respiración asistida, valga el símil médico.

Vista aérea de la fábrica avilesina de Alcoa.

Resulta interesante, por instructivo, examinar qué ha pasado en estos años en dos industrias más semejantes de lo que podría creerse para comprender cómo lo negro se puede volver blanco, y viceversa. Alcoa, al igual que otras empresas electrointensivas, se cubrió las espaldas al aterrizar en España en 1992 con una cláusula en virtud de la cual el Estado cubriría el coste eléctrico de la compañía si este alcanzaba una cifra «muy elevada». Por eso siempre recibió bonificaciones para compensar las facturas eléctricas, que en su caso suponen el 40% de los costes de producción. Nadie podía pensar entonces que esa cláusula sería el clavo usado para remachar el ataúd de la fábrica avilesina.

Cuando el apoyo del dinero público dejó de ser suficiente para generar beneficios, así fueran artificiales, ajenos a la actividad aluminera propiamente dicha, Alcoa cortó por lo sano y anunció el cierre. Claro que para entonces ya se había ocupado de desplegar su potencia productiva en países donde la electricidad le sale más barata.

En industria son pecados capitales no invertir en modernización tecnológica, descuidar el mix de producto, bajar la calidad y, últimamente, quedarse en fuera de juego energético

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Las inversiones de Alcoa se fueron a otros escenarios estratégicamente más interesantes para la compañía, amén del desinterés mostrado en tres décadas por modernizar la fábrica avilesina, antes al contrario objeto de desinversiones.

En industria son pecados capitales no invertir en modernización tecnológica, descuidar el mix de producto, bajar la calidad y, últimamente, quedarse en fuera de juego energético. Alcoa cometió todos esos pecados y Fertiberia se redimió: primero con Juan Miguel Villar Mir afrontó un exitoso, por más que duro, proceso de reconversión y saneamiento y la reciente toma de control por parte del fondo británico Triton apunta a un reenfoque del negocio para adaptarlo a las nuevas exigencias del sector europeo de los fertilizantes. Inversión, sostenibilidad ambiental, preocupación por la calidad, desarrollo de productos con valor añadido y plantillas comprometidas, con esos mimbres se afianzan proyectos industriales creíbles y de futuro.

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