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Análisis

El año de los metales, y Avilés a contrapelo

Apuntes sobre la industria comarcal

Pilas de cinc en el puerto de Avilés. R. Solís

Los metales se han puesto al rojo vivo en la Bolsa de Londres, la principal plaza mundial de intercambio y fijación de valores; están incandescentes por el rally alcista que experimentan sus precios desde junio del año pasado, un carrera en pos de techos de cotización que si bien discurrió de forma tibia en el verano acabó el año en plena aceleración y no ha dejado de marcar hitos en las semanas transcurridas de 2021.

Pudiera pensarse que es el oro el metal que marca la pauta, por su conocida condición de valor refugio en tiempos. Y, en efecto, no es poca la revalorización que tuvo en el año del covid: un 23,5% aumentó el precio de la onza dorada entre el día que marcó su mínimo anual en el mes de abril (1.468 dólares) y el máximo (2.063 dólares en agosto); ayer se pagó a 1.813 dólares. Pero, realmente, lo que se está pagando a precio de oro son metales más mundanos como el cobre, el plomo, el aluminio o el cinc, todos ellos relacionados en mayor o menor medida con la industria avilesina pus no en vano se producen –o podrían ser producidos– en la comarca.

El índice de materias primas S&P Goldman Sachs (S&P GSCI), una de las referencia más reconocidas, se recuperó casi un 80% después de tocar fondo a mediados de abril de 2020. Esto ya da idea del comportamiento que tuvieron los precios de los metales entre su valor mínimo del año y el máximo alcanzado, en todos los casos, en el último trimestre: el plomo tuvo una revalorización del 34,33%, el aluminio, del 44,33%; el cinc, del 60,24%; y el cobre, del 98,3%.

La explosiva recuperación de los metales –golpeados por el covid en el primer semestre de 2020– se inició en la segunda mitad del año cuando el principal consumidor del mundo, China, arrancó de nuevo su maquinaria productiva. Además, el progreso de las vacunas contra el coronavirus y las expectativas que alientan los gobiernos de una rápida recuperación económica mundial también colaboran en tirar de la demanda de los metales y, en consecuencia, a subir su precio.

Las previsiones para el año en curso son optimistas. Los dos primeros meses confirman la tendencia alcista de los precios de los metales y los analistas coinciden en hablar de un “superciclo de materias primas”. Los inversores se apresuran a comprar “commodities” en previsión de que se recuperará la economía global, así como una cobertura contra la perspectiva de que entraremos en un periodo inflacionista (de subida generalizada de precios). A esto cabe añadir la llamada “teoría de la reflación”, la que relaciona la esperada expansión de la producción con el fuerte apoyo fiscal y monetario que anuncian los gobiernos.

Con una fábrica de aluminio y otra de cinc en su territorio, la comarca avilesina debería estar batiendo palmas por el buen momento que atraviesan los metales y las expectativas halagüeñas que generan. También el acero, la tercera pata de la banqueta industrial sobre la que se sienta la economía local, participa de la euforia del mercado de los metales. Y sin embargo, las caras largas, los discursos contenidos, y los llamamientos a la contención delatan más preocupación que otra cosa.

En el caso del productor de aluminio, la antigua planta de Alcoa, hoy Alu Ibérica, el rechinar de dientes está justificado por la manifiesta incapacidad del actual propietario, Grupo Riesgo, para dar actividad a la factoría. La producción está en mínimos históricos, cuando no detenida por falta de materias primas, y el futuro de la fábrica pende de un hilo que si nadie lo remedia se romperá el 31 de julio, cuando Alcoa, según lo pactado, deje de poner dinero.

Asturiana de Zinc (Azsa), aunque nada tenga que ver su realidad con la de Alu Ibérica, comparte una problemática con la aluminera: el precio de la electricidad. La factura de la luz supone en torno al 50 por ciento de los costes de la fábrica de cinc de San Juan de Nieva, y esa factura es especialmente elevada en España porque el Gobierno no ha sido capaz aún de generar las condiciones de competitividad energética que demandan las empresas productoras de cinc, aluminio y acero, consumidoras de ingentes cantidades de kilovatios por las características de sus procesos productivos. Siguiendo con Azsa, el coste de la electricidad podría incluso poner en peligro la proyectada ampliación de la fábrica castrillonense, que si no estuviera encorsetada por la factura de la luz aprovecharía la actual coyuntura favorable del mercado de los metales para impulsar decididamente la obra.

Estas son las consecuencias de retardar o aparcar la toma de decisiones trascendentales para el devenir industrial: fábricas que podrían estar afinadas para tocar sus mejores melodías en un momento que el mercado parece dispuesto a comprarlo todo y a cualquier precio, languidecen o se pelean por cuadrar los números mientras otras, en otras partes del mundo, surfean la ola favorable.

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