“Es terrible, es para echarse a temblar”. Así, con sólo dos frases, los que quisieron siempre a Marichi Fernández Fernández –la ciudad entera–, buscaron ayer la consolación tras su ausencia repentina, en el pórtico de Santo Tomás de Cantorbery, su iglesia de toda la vida. Antonio Ruiz, el cura que la casó con el fiscal decano de Avilés, con Jesús Villanueva, se encargó de hacer que el sentimiento de su pérdida tomara cuerpo en sus palabras.

“Yo celebré con ellos una fiesta hace veintiún años, el día en que se dijeron te quiero, tú eres lo más importante de mi vida”, señaló Ruiz, que estuvo asistido en el altar mayor, en esta ocasión, por Neyo Rodríguez, el párroco titular de Sabugo, el templo mayor de Avilés, que ayer fue pequeño (las restricciones sanitarias así lo obligan) para una despedida como pocas en mucho tiempo en Avilés, con el paso lento marcado por las notas del órgano del coro, con las lágrimas finalmente vertidas cuando llegaron los abrazos y la pena contenida finalmente estalló, en el traslado del ataúd al coche fúnebre, cuando el tiempo se detuvo, pero no las ganas de los abrazos, cuando los sollozos contenidos fueron ríos de lágrimas.

Tenía sesenta años solamente. Había ingresado en el Hospital San Agustín por una infección por el coronavirus. Coincidió así con su viudo, pero la enfermedad se mostró intransigente con ella. Ruiz, en su sermón, trató de explicar qué sucede cuando esta coincidencia se rompe de repente y al final sólo hay tragedia: “Si no hubiésemos coincidido, este mundo sería mucho más triste”, apuntó el sacerdote poniendo palabras a la sensación que causa la ausencia antes de tiempo de la mitad de la vida. “Pero mejor que mis palabras es vuestra presencia aquí”, señaló el sacerdote, muchos años antes, hasta su jubilación, al frente de parroquia de San Cristóbal de Entreviñas. “Aquí se respira cariño”, recalcó. Y no dijo de la congoja, ni de la mirada cabizbaja. La familia de Marichi Fernández recogió ayer por la tarde el cariño de una ciudad herida por el virus, por la tercera ola que llega a la orilla como en el primer momento. Y Marichi lo sabía de sobra: una de sus últimas apariciones en las redes sociales fue para cambiar su foto de perfil, para que incluyera el filtro de una mascarilla: “Úsala por ti, úsala por todos”. Su foto y el anuncio de su despedida juntó ayer a la tarde a más de seiscientos pésames con dolor.

Marichi Fernández, en el centro de la imagen.

La celebración del oficio de difuntos congregó a numerosos amigos y familiares tanto de Marichi Fernández, como de Jesús Villanueva, como de sus hijas Alejandra y Marina, que salieron ambas del templo como pudieron, amarradas, tras las mascarillas, con la mirada en la nada, bajando los escalones del templo para encontrarse con el padre y los abuelos.

Fueron jueces, abogados, funcionarios de los tribunales, también compañeros de Fernández y de las dos hijas. Sus compañeros se acercaron hasta ellas después de que las hijas de la ingeniera se despidieron de los más cercanos. El cariño que la familia dio a todos lo recogió doblado en estos escalones últimos de descenso en uno de los días más tristes para todos. También para quienes trabajan día a día con Villanueva. De hecho, sus compañeros, los representantes del Ministerio Público de Asturias, habían trasladado el pésame a la familia de Marichi el mismo sábado de la pena: “Todos los miembros de las fiscalías asturianas se unen en el dolor por este trágico acontecimiento y trasladan su apoyo y aliento a sus familiares”.

La congoja inconsolable se fue recogiendo pese a que seguía siendo terrible, pese a que era “para echarse a temblar”.