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Las dos grandes lonjas pesqueras asturianas, ante el reto de mejorar su competitividad

Media flota del Cantábrico prefiere vender las capturas diarias en Cantabria pese a tener más cerca la rula de Gijón

Dos compradores de pescado examinan la calidad de unas cajas de bocarte en la rula de Avilés durante la costera de 2020. Ricardo Solís

El explosivo y tempranero inicio de la costera de bocarte en aguas asturianas –en los pocos días que van del mes de marzo se han vendido ya más de 300.000 kilos en la rula de Gijón– ha deparado una realidad mercantil que debería merecer una reflexión sosegada por parte de quienes tienen algún tipo de responsabilidad en la comercialización de pescado en Asturias, y en esto están involucrados, además de los profesionales del sector, el Gobierno del Principado y las autoridades portuarias de Gijón y Avilés, en cuyos muelles funcionan las dos rulas que capitalizan el 100 por ciento de las descargas y ventas de bocarte.

El hecho a considerar, paradójico desde el punto de vista de la lógica económica, es que más de la mitad de los cincuenta barcos que desde el martes faenan cada noche enfrente de la costa de Ribadesella navegan de madrugada hasta Santoña para vender allí el plateado botín recogido en el Cantábrico. La distancia aproximada entre el punto donde se localiza estos días el epicentro de los bancos de bocarte y el puerto cántabro es de 55 millas, más de cinco horas de navegación y otras tantas para, al día siguiente, volver a la zona de pesca. El puerto de Avilés está a unas 52 millas del punto considerado y el de Gijón, a 42 millas, a unas cuatro horas de navegación. Es decir, la elección de un puerto cántabro para la descarga y venta del bocarte pescado en aguas asturianas implica más de dos horas de navegación extra frente a la opción gijonesa. Esas dos horas de navegación añadida tienen un coste: ni el tiempo ni el gasto de combustible son gratis en la mar. Y sin embargo, muchos de los armadores vascos, cántabros y gallegos asumen ese extracoste.

La explicación a este aparente sinsentido es, fundamentalmente, la concentración en Santoña de los más potentes compradores de bocarte del Cantábrico y, también, la mayor proximidad por carretera a los puntos de almacenamiento del producto, si bien este punto no es absolutamente decisorio. A esto debe añadirse, en opinión de los entendidos, una gestión eficaz por parte de la rula santoñesa de la logística necesaria para descargar y aprovisionar los barcos y despachar las cajas de bocarte hasta que marchan cargadas en camiones.

Dónde se produce la venta no es tema baladí, pues esa operativa mueve dinero y genera empleo; es decir, crea riqueza. El reto de Asturias radica en poder ofertar sus rulas como plataformas logísticas tanto o más competitivas que las cántabras de modo que los grandes compradores se vean tentados de abastecerse en ellas. Ya sea la lonja gijonesa o la avilesina, cada una por su lado, se han visto desbordadas en ocasiones –el año pasado sin ir más lejos– por la llegada masiva de bocarte, y eso es inadmisible si se aspira a dar una imagen de eficacia. La ruptura de esa inercia cainita pasa por la gestión coordinada y colaborativa de las rulas de Gijón y Avilés, una idea que el año pasado esbozó el presidente del puerto avilesino, Santiago Rodríguez Vega.

Siguiendo con el ejemplo de la venta de bocarte pescado en aguas asturianas a otra comunidad, la rula de Gijón –o viceversa– mejoraría sus opciones comerciales si pudiera beneficiarse de una cesión provisional de trabajadores por parte de su vecina o ampliar temporalmente, en el marco de una gestión colaborativa, el número de máquinas disponibles para mover palés. Eso y una gestión conjunta del “know how” o “conocimiento práctico” podría, sostienen algunos profesionales del sector, ampliaría el horizonte de las rulas asturianas en la gran liga cantábrica de la venta de pescado.

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