La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Palacio Valdés alza el telón de su historia

Crónica de la presentación del volumen que resume el primer centenario del odeón local, un edificio esmaltado de vicisitudes

El teatro Palacio Valdés durante una visita guiada

Podría parecer que esta presentación llega tarde, por el detalle “sin importancia” de presentar un libro que lleva cuatro meses rodando por quioscos y librerías. Pero es que vivimos en tiempos en los que nada es normal. Y una de las cosas menos normales es, precisamente, reunir gente para festejar, conmemorar o hablar de lo que sea. Por ejemplo de la presentación de un libro. Hasta en tres ocasiones hemos intentado, sin éxito, presentar éste.

Además, hablamos del teatro Palacio Valdés, que siempre ha llegado tarde a los acontecimientos más importantes de su vida, incluso a aquellos en los que se jugaba la vida misma. Supongo que todos sabrán ya de lo que hablo, es eso sobre lo que yo he bromeado hace tiempo comparando la maldición de la tumba de Tutankamón con la maldición que persigue al teatro Palacio Valdés. Sólo hay dos años de diferencia entre ambas maldiciones, pero si comparamos los daños que, supuestamente, han ido causando a sus perseguidos, la del teatro es más contumaz, más sañuda y mucho más longeva. Sin comparación.

Desde que el último teatro del siglo XIX colocó su primera piedra, hace ciento veinte años, en su historia ha habido más miseria que gloria, más cierres que aperturas, más intentos de derribo que de reconstrucción, más bajadas a los infiernos que subidas de telón.

La historia de este teatro ha sido como una comedia de enredo en la que las casualidades operan en contra del protagonista. Cómo si no pueden entenderse las perniciosas vicisitudes que esmaltaron su vida, las conjunciones planetarias que dieron lugar a que, después de colocar la primera piedra, pasaran veinte años hasta levantar el primer telón. Que, cuando faltaban sólo unos meses para la primera función, hubiera que sortear tres huelgas, una de ellas de los trabajadores de todas las disciplinas teatrales del país. Que, pasadas las huelgas, las damas de Acción Católica intentaran vetar a la compañía de opereta del Reina Victoria por impúdica y psicalíptica. Y el teatro se inauguró, sí, a costa de que en toda España creyeran que el recién nacido Palacio Valdés era un nido de esquiroles donde actuaban compañías pornográficas.

Cien años después de aquello, en el año 2020, cuando se intentaba conmemorar por todo lo alto el acontecimiento, una pandemia mundial llegó para impedir los actos del centenario. Un tipo de enfermedad que, en forma de gripe, hacía justamente un siglo que no asolaba al mundo. Habría que pedirle a la Real Academia Española que cambiase la definición de pandemia para dejarla así: “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región… y se declara cuando el teatro Palacio Valdés va a celebrar algún acontecimiento”.

Sólo este libro se salvó. Nació para contarlo todo. Desde el principio yo concebí como libro el relato de la historia de este teatro, pero fue LA NUEVA ESPAÑA quien me dio la oportunidad y el empujón para transformarlo en una serie dominical, con la propuesta de su responsable de entonces, Eloy Méndez, que acertó en la idea y en el formato. Y así adapté mis propósitos al lenguaje periodístico y divulgativo y se convirtieron en artículos. Cuarenta semanas que tuvo que gestionar y defender, ya como nueva responsable del diario en Avilés, Covadonga Jiménez, pues, a la tercera entrega, la serie fue arrasada por el confinamiento domiciliario del covid y más de una vez estuvo a punto de ser suspendida, vencida por las noticias de las muertes y los lutos. La maldición, otra vez. Gracias a Covadonga, a su interés y tozuda perseverancia, la historia del Palacio Valdés salió del confinamiento para llevar alegría con las coloristas e ingeniosas infografías de Miguel De la Madrid, que iluminaban cada domingo las páginas del periódico.

A pesar de la mala suerte, las casualidades y maldiciones que le salieron al paso, el teatro se libró siempre en el último momento, copiando los argumentos de las viejas películas en episodios que tantas veces proyectó. Y ello fue posible porque los avilesinos, desde el primer día, lo consideraron un vecino más. Lo empadronaron en Avilés y lo defendieron cuando fue preciso. De un grupo de vecinos nació, en 1900, al juntarse los esfuerzos de la exclusiva burguesía del XIX y, cuando estaba a punto de irse a la fosa, más vecinos, constituidos en comisión ciudadana, allá por 1986, consiguieron sensibilizar al Ayuntamiento para que finalizara el difícil camino de la rehabilitación y gestión posterior de este teatro. Y ocho mil firmas detrás.

En la presentación [el pasado viernes] estuvo Laura González, figura clave de aquel movimiento, junto con Víctor Urdangaray y Raúl Trabanco, alma corazón y vida de la “Comisión pro recuperación del teatro Palacio Valdés”. Laura me regaló sus recuerdos y sus recortes para que pudiese completar las lagunas de una de las partes más difíciles de redactar de este libro. También Antonio Ripoll, quien, después de 1992, llevó al éxito la gestión de este teatro, recuperado para Avilés, porque los avilesinos así lo quisieron, tras otros veinte años de abandono y expolio.

Este libro se redactó durante el confinamiento, pero la historia que cuenta llevaba mucho tiempo confinada en mi cabeza. Casi toda mi vida. Desde que mi madre, Raquelina, la fía de Polo el de la Junta de Obras y de Laureana la Mazarica, nos hablara a mi hermano Vidal y a mí de un teatro lujoso, lleno de apliques y de terciopelos, al que iba todo el señorío de Avilés. El único edulcorante no racionado que tuvo en su dura infancia como niña pobre de posguerra, cada vez que acudía a General, a las funciones de cine. Pero nosotros sólo veíamos un caserón, renegrido por el abandono, a punto de besar el suelo. Por eso Vidal y yo, coincidiendo con la reapertura del teatro, convertimos esa fijación en libro, “Cuando Avilés construyó un teatro”, para contar el proceso de construcción del edificio, pero faltaba esta segunda parte tan novelesca y maldita.

Novelesco es un calificativo que le sienta como un guante al libro que presentamos, pues, si yo les contara las peripecias por las que ha pasado su edición, volveríamos a lo de la maldición. Otra novela con final feliz de cuyo desenlace se ha encargado Miguel Areces, mi amigo desde el lejano día en que me buscó para fundar la asociación INCUNA. Él, como responsable de la editorial CICCES, quiso sacar este libro adelante, considerándolo una aportación no sólo a la historia de Avilés, sino a la historia del patrimonio y del teatro en España. Y lo hizo, cuando los planes fallaron, aunque tuvieran que imprimirlo en Navarra. Y, para que pareciera una novela, de esas que se leen al amor de la lumbre, se dejó los ojos y el ingenio Juan Jareño, el multipremiado diseñador de este libro, que aportó arte a lo gráfico. Hoy que se hacen libros en ediciones digitales apresuradas, los lectores agradecerán que éste sea un libro como los de antes.

Les decía que podría parecer que esta presentación llegaba tarde, pero soy de los que piensan que nunca es tarde si la dicha es buena. Este libro es un bien que se ha hecho esperar mucho tiempo, así que a mí, ahora, me da la gana olvidar todo lo malo que la historia trajo a este teatro: retrasos, abandonos, cierres, bombas, saqueos, derribos, construcciones, reconstrucciones, ruinas y años perdidos. Olvido la maldición y me quedo sólo con los buenos recuerdos.

Hoy me siento feliz como si fueran a cantar “La Madelón”, entonada por la compañía del Reina Victoria; como si el que cantara fuera, otra vez, Al Jolson en el primer cine sonoro que vio esta comarca; como si asistiera a un copetudo baile de sociedad con un montón de autos a la puerta escoltando el paso de damas y caballeros en atuendo de respeto; como si fuera un niño con zapatos viejos de posguerra, con los que machacar las tablas de General al grito de ¡Ala mocín!... Como si escuchara a José Iturbi estrenando el piano Stenway de la Sociedad Filarmónica; como si me tomara un café (literario) en las fiestas de El Bollo; como si formara parte del jurado encargado de entregar el premio Bances Candamo. Como si, al fin, estuviera a punto de ver el estreno de “El imposible Mayor en amor le vence Amor” y todo volviera a la vida.

Porque eso ha sido la historia de este teatro: un constante renacer. Y, de alguna forma, así lo cuenta este libro. Es como el informe de un forense que, sorprendido, da fe de la cantidad de veces ha resucitado el difunto. En eso, el teatro Palacio Valdés gana por goleada a la momia de Tutankamón. Gracias a todos ustedes, para el libro y también para el teatro, el telón se alza otra vez.

Compartir el artículo

stats