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Rocío Pérez, antropóloga: “Luchar contra el machismo no es fácil, tenemos que hacerlo caer”

“Hay que hacer impensable la violencia contra las mujeres, que resultase inconcebible como, hoy en día, es el canibalismo”

La profesora Rocío Pérez, ayer, durante su conferencia.

Rocío Pérez Gañán es antropóloga y profesora de la Universidad de Oviedo. Fue la encargada, ayer, de abrir los actos de la Semana solidaria de Llaranes con una charla sobre la violencia de género en la iglesia de San Bárbara.

–¿Qué retos tiene la sociedad para frenar la violencia de género?

–Quizás nuestro principal y único desafío consiste en tener una verdadera revolución simbólica que hiciera de esta violencia de género una violencia impensable. Es decir, conseguir cambiar este orden simbólico para que a los hombres les resultase inconcebible la violencia contra las mujeres, al igual que les parece impensable, hoy en día, el canibalismo.

–¿Cómo?

–Mientras trabajamos en esa revolución, un primer paso para frenar o afrontar algo tan complejo como es la erradicación de la violencia de género es, aunque parezca una obviedad, entenderla y aprender a detectarla. Y, no es tan fácil. Cuando hablamos de violencia de género estamos hablando de un tipo de violencia estructural. Estamos hablando de una violencia que no necesita formas de violencia directa, aunque también la usa, que interiorizamos y que reproducimos culturalmente de forma sistemática, muchas veces sin ni siquiera ser conscientes de ello, y que daña la satisfacción de las necesidades básicas de las mujeres por el mero hecho de serlo. Una vez que seamos capaces de reconocer cómo opera en las distintas esferas y situaciones, y cómo se entrecruza con otras formas de opresión y exclusión, seremos capaces de enfrentarnos a ella, de forma consciente.

–¿De qué manera se puede luchar?

–Hay muchas formas y no son incompatibles. Desde escuchar, creer y apoyar a las víctimas de situaciones de violencia, hasta exigir el cumplimiento a los estados parte de los convenios y declaraciones sobre violencia de género. Y en el medio toda una serie de formas y estrategias que van desde lo individual, lo familiar, lo grupal, lo comunitario, a lo social. Romper el círculo de la violencia es muy difícil, hay muchas que no lo consiguen. Aquí, sustituir el “¿por qué seguiste con él?” o el “¿por qué no te fuiste?” por un “te escucho”, puede ser crucial. De la misma manera, tener un sistema de justicia que proteja de esta forma de violencia estructural. Y cuidarnos. Hacen falta más afectos y cuidados.

–¿Qué papel deben jugar las instituciones en abordar esta lacra social?

–Las luchas se han plasmado, desde las instituciones, en declaraciones, convenciones y leyes, pero nos siguen haciendo falta dos cosas: dotar a esos marcos normativos de unos mecanismos y una financiación adecuada y tener una voluntad política, un compromiso y una continuidad de cumplirlo. Eso implica pactos por encima de signos políticos y programas cortoplacistas.

–¿El machismo tiene fin?

–Eso espero. El machismo, este conjunto de creencias, actitudes y prácticas que proclaman la superioridad de los hombres, por ser hombres, como si fuese un súper poder, lo único que genera es la miserabilidad tanto de quien no es catalogado como hombre como de quien sí. En diferentes grados y roles, por supuesto. Unos más privilegiados que otras. Unos que ejercen violencia contra otras y contra ellos mismos. Unos que no saben qué hacer si pierden el control y otras que cada vez se rebelan más ante ser controladas. No es una lucha fácil, pero tenemos que hacerlo caer.

–Pongamos por caso que el machismo es un virus ¿Tiene vacuna para acabar con el maltrato físico y psicológico hacia las mujeres?

–Lamentablemente, el machismo, más que un virus, es un hijo sano y bastante mimado del patriarcado, que no quiere perder los privilegios que le otorga su condición de pretendida superioridad. No hay vacuna, pero existe la posibilidad de invertir en una educación dirigida por principios de equidad, de respeto y apoyo mutuo, de sostenibilidad, de gestionar nuestras frustraciones, de colaboración en vez de competencia, de poner la vida en el centro. Vamos, enseñarnos a cuidarnos.

–Desde el campo de antropología, ¿qué aportaciones se plantean para la lucha contra la violencia de género?

–Un ejemplo en relación a la violencia de género. La geógrafa y antropóloga Françoise Heritier, tras realizar estudios comparativos con varios grupos humanos, como los Samo, en Burkina Faso, y estudiar comportamientos de machos y hembras en varias especies animales, desmitificó la idea de que la agresividad masculina es un “vestigio bestial”, demostrando que más allá de una biología base, lo que se pone en juego son relaciones de poder y un control de la reproducción sexual dentro de un sistema patriarcal. Otro aporte fundamental, creo que está en el ejercicio constante de la reflexividad, de sinceridad, de interpelarnos a nosotros mismos y de ver dónde nos situamos en todo esto. Y del desarrollo y la puesta en práctica casi como una “virtud profesional” de la empatía, ese extraño don o capacidad de ponerse en los pies de otra persona.

–¿Se pueden entender las sociedades humanas sin este tipo de violencias?

–Los continuos –y aterradores– informes de la ONU evidencian que la violencia de género está, en la actualidad, presente en todos los sistemas culturales que conocemos, pero en muy distintos grados y formas. También, que no afecta a todas las mujeres de la misma manera con interseccionalidades que atraviesan al género, como la etnia o la clase, y que van a articular situaciones y dinámicas de violencia y exclusión específicas, muchas veces muy sutiles y muy difíciles de detectar.

-¿Qué ejemplos nos da la antropología para comprender mejor este tipo de situaciones?

–La antropología nos hace preguntas interesantes en relación a entender si puede existir sociedades que no sean patriarcales. Un trabajo muy interesante es el de la antropóloga Peggy Reeve Sanday y su etnografía de los Minangkabau en Indonesia. A partir de este grupo, Sanday va a proponer una revisión de las teorías existentes sobre el matriarcado bajo la teoría de que no se han encontrado evidencias sobre un matriarcado porque se partía de unas categorías en las que el matriarcado se presenta como lo opuesto del patriarcado, es decir, una sociedad donde el poder y los recursos en todas las esferas son ostentados por las mujeres. Para Sanday, un matriarcado sería un sistema solidario e igualitario en el que no se trata de acaparar el poder, sino de compartirlo entre hombres y mujeres.

–En España, desde el caso de La Manada se han sucedido muchas violaciones grupales. ¿A qué se debe esta epidemia?

–Creo que prefiero alejarme del lenguaje sanitario, porque una epidemia implica que alguien se contagia y se enferma, y en el caso de estos grupos, como decía anteriormente, son hijos muy sanos de unas estructuras y de un ejercicio de ostentación de poder, en este caso, masculino. ¿Creen que han hecho algo mal? ¿Creen que están en su derecho de hacerlo? Quizás estás sean dos preguntas necesarias para entender el funcionamiento de estas lógicas de violencia y subordinación de las mujeres.

–¿Cuál diría que es su origen?

–Los factores, como en todo lo social, son diversos y están interconectados. Pero quizás algunos de los más significativos se refieran a la sociedad de la notoriedad en la que vivimos, y este imperioso deseo, que no necesidad, de tener quince segundos de gloria, ya ni los quince de Warhol, que funciona por imitación y por reto. Otros responden a un castigo ejemplarizante que surge “curiosamente” cuando las mujeres adquieren “demasiado poder o visibilidad”. Una nueva caza de brujas. Brujas que se están atreviendo a no callar, a levantar la voz y a denunciar. Y a este cóctel molotov se le añade un ingrediente más de auténtico terror: la (re)culpabilización de las víctimas, el desamparo que estamos observando en el sistema de justicia que debería protegernos y la pasividad de los garantes de nuestros derechos humanos.

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