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Fifa ya abraza a su nieto Jorge

Familiares de la residencia del Nodo rememoran los reencuentros con sus allegados: “A güeli la notamos muy triste. Pasaron diez años por ella”

Por la izquierda, Carmen González, Toñi Almendro con “Xiru”, Flor Álvarez y Marisa Fulgencio, en la plaza de Hermanos Orbón .

–Abrázame, abrázame mucho.

–No puedo “güeli”, todavía no puedo.

El diálogo entre Fifa González, 89 años y usuaria del centro de mayores del Nodo, y su nieto Jorge, de 19, evidencia el sufrimiento de las familias durante la etapa más cruda de la pandemia. Aún con distancias el reencuentro fue mayúsculo, emocionante. Güela y nieto supieron hacer de la reunión sin besos un momento único. Ambos llevaban un año distanciados por ese coronavirus que entró como un tsunami en los centros residenciales, los mismos que gracias a la vacuna están ahora recuperando ese “espacio seguro” en el que retomar un proyecto de vida

Fifa González pudo ya acariciar hace unas semanas la mano de su “ojo derecho”, ese que pasó de visitas diarias a videollamadas frecuentes. “Aunque estaba bien, la notábamos muy triste”, relata Carmen González, hija de Fifa, que todavía se emociona al recordar el día, hace nada, que le dejaron ver a su madre media hora después de meses separadas: “Casi me da un paro cardiaco: pasaron diez años por ella”.

Ahora esta familia está recuperando el “tiempo perdido”. Ha costado algo más de un año estrechar el cerco a la covid-19 y la fotografía que ha dejado en las residencias es desoladora. La vacuna ha devuelto la esperanza.

Marisa Fulgencio es otra de las muchas familiares de usuarios de residencias de mayores que han vivido estos meses como una agonía. De la mano de estas familias avilesinas, LA NUEVA ESPAÑA hace un recorrido de este año vivido dentro de las residencias, desde el 14 de marzo de 2020, que encerró a todos los españoles en sus casas ante una pandemia descontrolada, al momento actual en el que la vacuna ha traído el principio del fin de la pesadilla.

Fulgencio tiene en el Nodo a su hermano, Pepe, de 65 años. Sufre alzhéimer y párkinson. Pepe tenía hasta que irrumpió el covid todos los cuidados imaginables en el centro residencial: “Tenía contratado a un fisio particular que le daba masajes, y entre este profesional y yo, que soy auxiliar de enfermería y geriatría, lográbamos que se mantuviera en pie y caminara. Durante el confinamiento el fisio no pudo ir, y cuando lo volví a ver era una persona en silla de ruedas prácticamente dependiente”, relata Marisa, que agradece a los trabajadores del centro su quehacer. “Gracias a las auxiliares han resistido”, subraya, aunque agrega: “Pero no pueden suplir a los familiares”.

Marisa es de esas mujeres que lleva a su hermano en palmitas. Quiere lo mejor (y más) para él: “Lloré mucho estos meses. Pepe es mi hermano pequeño, fue muy bueno conmigo”. En la residencia Pepe estaba bien cuidado, pero le faltaba el apoyo familiar, tan válido como las medicinas para sobrevivir.

Toñi Almendro tiene en el centro del Nodo también a su madre, Josefa Martínez, de 86 años. Vivió estos últimos meses con emociones encontradas: “Tristeza, miedo, impotencia”, apunta. Pudo ver a su madre por etapas, nunca de seguido debido a la evolución de la pandemia. A diferencia de Fifa González, a Martínez no le gustaban mucho las videollamadas. “Oye mal y no le gustaban, igual que tampoco le hacían gracia las llamadas de teléfono.

Y yo pensaba: tengo a mi madre encerrada en una habitación de cuatro metros cuadrados sin televisión ni nada, fue muy duro”, explica Almendro, que como el resto de familiares que participan en este reportaje ahora está recuperando los minutos perdidos con su madre.

Y se emociona: “Nosotros somos de ir a verla todos los días, sé que mi madre necesita cariño diario. Y no poder dárselo fue duro. Cuando nos reencontramos, de salud estaba bien, pero con un importante bajón mental”, señala. Porque el año y pico de vaivenes por la pandemia se multiplicó para los mayores.

De la tragedia, tal vez por eso, se han aprendido varias lecciones, como que las residencias son hogares, no hospitales, y la de que es urgente mejorar la atención sociosanitaria entre centros y sistema público. “Son probablemente su último hogar”, recalca Flor Álvarez, hija de Santiago Álvarez, otro usuario del Nodo. Sufre párkinson. Con su padre en el centro residencial y su madre, también mayor, en casa, Álvarez hacía videollamadas para que el matrimonio, separado por el covid, se viera las caras.

“Mi madre lloraba y lloraba. Estuvieron un año sin verse y cuando pude llevarla al centro ella tenía muy claro que quería hacer”, cuenta. Quería besarle. Y se besaron. Hubo lágrimas, risas y emoción. Y miradas de reojo a ese calendario que ha robado meses de carantoñas y cosquillas.

Ni Fifa González, Santiago Álvarez, Pepe Fulgencio o Josefa Martínez pasaron el covid. Ahora ya cuentan con las dos dosis de vacuna. Sus familiares, todos ellos ligados a la Asociación de familiares del Nodo, que hace las veces de “puente” entre la dirección del centro y las familias, confían en que se pueda retomar la normalidad por completo en los centros de mayores próximamente.

“Estuvieron bien cuidados, son una familia grande, pero si volvemos a pasar por una situación similar, las autoridades deberían tener en cuenta que las familias no se pueden reemplazar”, coinciden los avilesinos, que ahora comienzan a ver amanecer después de muchos meses en tinieblas en el que algo ha quedado demostrado: el querer no se olvida.

Lo sabe bien Jorge, de 19 años, que hoy ya abraza a su “güeli”. Y Toñi, que ha vuelto a mimar a su madre.

También Marisa, que ha vuelto escuchar reír a su hermano, y eso suena a música. Y Flor que ha visto a sus padres hacerse una cura de besos.

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