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Punto final a un capítulo docente de 40 años

Manuela Salazar, profesora de Lengua y Literatura, deja el aula por jubilación y hace balance: “Si más allá de enseñar logré formar personas, habrá merecido la pena”

Manuel Salazar de Juan, en un banco del parque del Muelle. | Mara Villamuza

Nelson Mandela dijo una vez: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Y hay muchos maestros que creen firmemente tal cosa y desde su vocación docente tratan de aportar su granito de arena para educar desde la responsabilidad que supone impartir conocimiento, pero también para generar ciudadanos reflexivos, críticos y ávidos de sabiduría. Gente capaz, como soñaba Mandela, de cambiar el mundo.

Manuela Salazar de Juan (Badajoz 1957), “Manoli” para el común de los avilesinos, forma parte de ese profesorado inquieto, transgresor incluso si de lo que se trata es de estimular una mente adolescente para que desarrolle todo su potencial. El hecho de, al menos, haber intentado pasar por la docencia dejando huella; el convencimiento de que en muchos casos lo ha logrado y el agradecimiento expreso recibido estos días de varios exalumnos y familias llenan la maleta con la que emprende un nuevo viaje esta maestra pacense reconvertida en avilesina por causa de matrimonio, que ha sido profesora de Lengua y Literatura durante 40 años en el colegio San Fernando y que disfruta de la jubilación desde hace unos días.

No había antecedentes de maestros en casa de Manuela Salazar, pero tanto ella como su hermana encarrilaron sus vidas hacia esa profesión. Cuestión de vocación: “De siempre me atrajo transmitir conocimiento”. La recién jubilada cursó Filología Hispánica en Cáceres, en cuya Universidad estudiaba también un asturiano de nombre Manuel Peña. En los pasillos de la facultad surgió el amor, que luego se consolidaría en Avilés. Finalizada la carrera, la primera oportunidad laboral de la profesora Salazar se la dio el colegio Santo Ángel de Badajoz. Fueron dos años de rodaje tras los cuales la reclutó el San Fernando –donde ya estaba trabajando su pareja–, entonces con el recordado José Martínez al frente. Era el año 1981. Y pasaron 40 años.

Profesora de Lengua y Literatura, también de Inglés y de Latín, Salazar dio clases a alumnos del antiguo BUP y en épocas más recientes a los de Secundaria, Bachiller y Bachillerato Internacional. Algunos de sus primeros alumnos llegaron a ser padres y los hijos de éstos, alumnos a su vez de la profesora. Claro que de la educación impartida a los primeros a la que recibieron los segundos medió un trecho. Porque en ese tiempo se produjo una revolución que afianzó a Manuela Salazar en su vocación de enseñante: la docencia pasó de ser unidireccional (el profesor hablaba y los alumnos escuchaban) a bidireccional, con participación activa del alumnado en clase, más aún si ésta era de Lengua y Literatura.

Las clases corales, la participación activa del alumnado en el aula, el trabajo en equipo, el “nosotros” antes que el “yo” o la utilización del debate como una herramienta pedagógica fueron estrategias con las que Manuela Salazar introdujo a sus alumnos en los vericuetos de la lengua española y con los que atrajo su atención hacia la lectura. Explica esta maestra que, como pasa con la música, a la literatura hay que aproximarse “poco a poco y con conocimiento de las diferentes piezas para que, una vez familiarizados con los diferentes ingredientes, comience el disfrute”.

La táctica de Salazar venía a ser realizar una deconstrucción de la obra literaria –“qué ha querido transmitir el autor, qué recursos del lenguaje utiliza, qué sugiere tal o cual parte del libro...”– para, una vez entendidos los rudimentos, comprender el conjunto y provocar el “enganche” a la lectura. Y siempre, claro, procurando hacer propuestas literarias atractivas a según qué perfiles de lectores. Lo que viene a ser un guía de iniciación, con todo lo que eso implica de responsabilidad.

“Es increíble lo mucho que puede calar la labor de un profesor, tanto y tan profundo que incluso esa huella permanece muchos años después; los alumnos lo absorben todo, son como esponjas. Pero esto es un arma de doble filo, porque tanto cala lo bueno, como lo inútil, como lo malo”, afirma la profesora.

En cuarenta años de oficio, la pizarra de tiza dio paso a la electrónica; y como guinda, vino el covid y con él las clases telemáticas. También irrumpieron las nuevas tecnologías de la información, internet y demás novedades digitales. La enseñanza en la que cree Salazar no reniega de esas “modernidades”, antes al contrario las ve como aliadas. Un ejemplo de esa “filosofía”: si una consulta en internet permite acceder en segundos a datos que antes llevaba horas memorizar, dediquemos ese tiempo a aprender a usar responsable y eficazmente las herramientas digitales.

Entendimiento como paso previo al saber, reflexión para tener visión crítica y manejo de las herramientas de la Lengua para poder expresar; sobre esos tres pilares edificó Manuel Salazar un edificio que aspiró a iluminar con valores que definen a las personas de bien: solidaridad, respeto, tolerancia... “Si más allá de enseñar logré formar personas habrá merecido la pena”. Este es el punto final para un capítulo docente de 40 años según sale de la boca de la mismísima autora de la obra.

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