Flores en la boca del escenario y, en el fondo, un telón que representa la caja de bombones que diseñó hace ciento un años el arquitecto Manuel del Busto. En el medio, la Orquesta Sinfónica Ciudad de Avilés. Y, en la platea, un llenazo de esos llamados siderales: solución hidroalcóholica, mascarillas de todos los modelos. Y luego, entre pieza y pieza, aplausos a rabiar. Los avilesinos echaban de menos el Concierto de Año Nuevo que quedó en nada hace doce meses, cuando la pandemia estaba en su tercera temporada y las vacunas las acaban de sacar de la primera caja.
La tarde de ayer fue casi normal. El director de la orquesta, Iván Cuervo, llevaba frac, sus músicos, pajaritas. Todos juntos sirvieron un programa de clásicos tan ligeros como asequibles: la música de ayer era la banda sonora de la fiesta. Destacó el tango de la chica “que tiene que servir” (un antecedente de las kellys actuales) que dio forma la mezzo gijonesa Serena Pérez, “cover” por cosas del covid, de Marina Pardo. “ ¡Pobre chica, la que tiene que servir! / Más valiera que se llegase a morir; / porque si es que no sabe por las mañanas brujulear, / aunque mil años viva, su paradero es el hospital”.
Iván Cuervo, con su frac, fue el que se dirigió al personal. Lo primero que dijo fue: “A ver si no me meto en jardines, que soy de meterme mucho en ellos”. No lo hizo. Se limitó a explicar que la cantante prevista al principio –Marina Pardo– estaba confinada. “Pero por un contacto cercano”. Y luego explicó un movimiento singular sobra la escena: Jorge Díaz, el Primer Violín desaparecía de la formación en medio del recital. “No es un rebelde, es que en la próxima es el solista”. Y tenía que entrar en escena en su nueva encarnadura y, como manda la tradición, arropado en aplausos.
O sea, danzas centroeuropeas, piezas de zarzuela y óperas cómicas e hiperconocidas. Todo esto durante un rato que no fue muy largo (como una hora), pero sí tan intenso que faltó el “otres tres”.