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IV Semana cultural del conservatorio de Avilés

Leire Martínez: “Al principio lo pasé fatal, era vergonzosa: cantaba a los cordones de mis zapatos”

“Me encanta subirme a un escenario, pero echo de menos tener tiempo para el teatro, para el ‘coaching’... y estoy escribiendo una novela”, dice la cantante de "La oreja de Van Gogh"

Leire Martínez durante una pasada actuación. | Irma Collín

Leire Martínez (Rentería, Guipúzcoa, 1979) es la cantante de “La oreja de Van Gogh” y una de las invitadas de la IV Semana cultural del conservatorio de Avilés. Este jueves (19.30 horas) charla con el periodista Giuseppe Montoto en el teatro Palacio Valdés. Ayer atendió a LA NUEVA ESPAÑA por teléfono.

–Leo que le gustaba tocar el violín.

–No es exactamente así. Siempre fui muy inquieta y nunca sabía qué quería hacer. Empecé solfeo, pero como una actividad extraescolar. Fui al conservatorio de Rentería. Luego había que elegir instrumento y me decidí por el violín. No acabé. Sufrí mucho.

–¿Ah, sí?

–Aprender a tocarlo bien es durísimo. Me gusta mucho, pero cuando escucho a alguien que lo sabe tocar bien. Acabé solfeo y luego hice un año de armonía. No seguí a coral. Los años del conservatorio fueron muy duros. No me gustaba el violín y no estaba en edad de tener paciencia. Fui creciendo y me fueron interesando otras cosas: hice veinte mil actividades, teatro, sobre todo, así dejé el violín lo más rápido que pude, aunque lo artístico, lo creativo, era lo mío.

–¿Y cuándo descubre que la música va a ser lo suyo?

–En el instituto Koldo Mitxelena. Estaría, no sé, en 3.º de BUP. Por las noches salíamos: siempre fui muy bailonga. Íbamos a un bar de un amigo nuestro que era camarero. Una noche otro amigo me suelta: “¿Si sabes cantar? ¿Si sabes afinar”. Cantar en mi casa era algo muy habitual: mis abuelos, mi madre, todos...

–Pero nunca se había subido a un escenario.

–Nunca. Lo de cantar lo tenía tan naturalizado que nunca le di importancia. Este amigo me insistió: que tenía que hacer una prueba. Y yo como si me hablara en chino. Un día volvió a insistir y me pilló con la guardia baja. Fui a un ensayo y terminaron liándome.

–Y ahí empezó todo.

–Era un grupo de verbenas. Aquí, en el País Vasco, los llamamos así: “grupos de verbena”. En concreto, se llamaba orquesta “Ostadar”, que en eusquera es “arcoíris”.

–¿Y qué cantaba?

–Salíamos por todo el País Vasco y también por Navarra. Allí lo que se llevaban eran los pasodobles y las rancheras. En el País Vasco, de todo: rock, pero también temas en eusquera.

–¿Qué fue lo primero que cantó sobre la escena?

–“Moonlight Shadow”, de Mike Oldfield. También cosas de “Texas”, de “The Pretenders”...

–¿Y qué tal?

–Lo pasé fatal. Era muy vergonzosa y cantaba a los cordones de mis zapatos: no levantaba la mirada. Luego le empecé a coger gusto, y ya ve.

–¿Qué fue lo mejor de aquel tiempo?

–Empecé a ganar mis durillos. Me fui de casa muy pronto, con 18 años, la música me empezó a dar los ingresos para mantenerme. Estuve con ellos como dos veranos seguidos: los de 3.º y COU. Luego el grupo se medio disolvió, pero el guitarrista y el pianista dijeron que iban a montar una historia por su cuenta. Y me fui con ellos. Hicimos bodas, verbenas, conciertos privados. Teníamos trabajo todo el año.

–¿La música ha sido una buena elección?

–Nunca he dejado de ser inquieta. Hay muchas cosas que me gustan y se me dan bien; perdona la inmodestia, pero es que hay que darse valor. La música no fue una elección: caí en ella y en ella sigo. Me encanta subirme a un escenario, pero echo de menos tener tiempo para el teatro, para el “coaching”. Estoy escribiendo una novela, pero estoy atascada: no tengo tiempo.

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