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La siembra del público en Avilés

Los responsables del odeón trocearon la programación en ciclos en 1998 para que florecieran espectadores

Tres futuros espectadores inician la cola para comprar sus abonos para el teatro Palacio Valdés. | Mara Villamuza

Mariano José de Larra, que era periodista y crítico y teatrero y suicida, un día salió a la calle para encontrar al público. Pero no lo halló. "¿Dónde está ese público tan indulgente, tan ilustrado, tan imparcial, tan justo, tan respetable, eterno dispensador de la fama, de que tanto me han hablado; cuyo fallo es irrecusable, constante, dirigido por un buen gusto invariable, que no conoce más norma ni más leyes que las del sentido común, que tan poco tienen? Sin duda el público no ha venido al teatro esta noche: acaso no concurre a los espectáculos".

Esto lo escribió el Pobrecito Hablador en 1832. Más de siglo y medio después les pasó igual a los responsables de la programación del teatro Palacio Valdés, este año, en la celebración del trigésimo aniversario de su reapertura.

Después de que la ciudad entera diera todo para que se reabriera el teatro, se cansó. Y así fue que se programaron exquisiteces como el "Seis personajes en busca de autor" de Luigi Pirandello y Miguel Narros en diciembre de 1994 que vieron sólo unos cuantos avilesinos. "¿Dónde está el público?", se preguntaron los responsables del Palacio Valdés mientras recorrían como podían unos años tan de tristura como de pocos abrazos. El supuesto amor de los avilesinos por el teatro en realidad sólo era sexo. Las legendarias Jornadas de Agosto del chamizo de La Exposición en 1984 ya habían perdido interés de tal modo que el Ayuntamiento de Avilés suspendió las de 1988 y nadie dijo esta boca es mía. El teatro para los burgueses de la Restauración no era el de Transición. Avilés no tenía "target" porque había perdido su sedimento que la unía a la clase media ilustrada que había encargado el teatro y porque la población era tres veces menos que la de Gijónñ. Por ejemplo.

O sea que ¿dónde está el público avilesino? En 1998, los organizadores de la programación teatral del Palacio Valdés decidieron trocearla en ciclos que se vendían al tiempo. Y así se regularización los abonos (unas cuantas obras por un precio más barato) que se habían ensayado con éxito cuando el de "Música en Escena" (una ópera o una zarzuela, un concierto, un espectáculo de ballet y en dos escenarios públicos: el Palacio Valdés y el auditorio de la Casa de Cultura). Y comenzó a llegar el público.

La idea no sólo era económica (aunque también: comprar en grupo suponía un descuento del 25 por ciento sobre comprar "al detall"). Fue, sobre todo, para materializar la concepción pública de la cultura: sembrar espectadores; un espectáculo de teatro comercial que, de por sí, podría llenar la sala, se combinaba con espectáculos de circulación más limitada que, de por sí, no habría podido conseguir el "sold out", que es la meta que todas las productoras tienen cada noche. Y así pasó desde 1998. En agosto de aquel año, por ejemplo, Nuria Espert protagonizó "Master Class" y la compañía "Tanttaka Teatroa" presentó "Dakota", de Jordi Galcerán cuando todavía no era Jordi Galcerán.

Esta política de abonos se incrementó en los años siguientes. De las seiscientas y pico butacas del Palacio Valdés, el odeón ponía a la venta en abono más de cuatrocientas, es decir, había casi doscientas que se podían comprar fuera de los ciclos (pero lo que se decía era que no existían). Todo eran ventajas para los abonados: el comprador del ciclo del otoño tenía asegurada la butaca del año (hasta el siguiente agosto). Y, además, participaba de las novedades de la programación antes que nadie –se les enviaba a casa los "Papeles" y sus suplementos cada mes– y en un momento en que no había redes sociales, ni venta automatizada de abonos (tardaron mogollón), ni siquiera web expresa del teatro.

¿Los abonados eran siempre los mismos? Los encargados de los "mailings" de los "Papeles" saben que no. La cifra cambiaba por trimestre, pero se había conseguido crear una base de entre mil y dosmil personas dispuestas a hacer cola en la Casa de Cultura para hacerse con el mejor puesto posible. Y se montaron líos. Y hubo "colistas" profesionales. Y madrugones. Y la solución llegó por autogestión de los espectadores. Y así se encontró al público.

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