La Granda, la gran obra de Velarde en Avilés

Severo Ochoa, Francisco Grande Covián y Santiago Grisolía departieron de la vida y de la química a orillas de un embalse de Ensidesa

Teodoro López-Cuesta, en primer término; Francisco Grande Covián, al fondo a la izquierda; Juan Velarde, de pie, en el centro; Santiago Grisolía, sentado, delante de Velarde, y Severo Ochoa, sentado, a la derecha, en La Granda. |

Teodoro López-Cuesta, en primer término; Francisco Grande Covián, al fondo a la izquierda; Juan Velarde, de pie, en el centro; Santiago Grisolía, sentado, delante de Velarde, y Severo Ochoa, sentado, a la derecha, en La Granda. | / Archivo LNE

Saúl Fernández

Saúl Fernández

El economista Juan Velarde fue muchas cosas en su vida larguísima porque nunca paró. En los setenta del pasado siglo estaba al frente de la Universidad Hispanoamericana de Santa María de la Rábida, en la provincia de Huelva. De allí, del otro lado de la Península, llegaron los cursos a La Granda.

Velarde era el rector de aquella universidad y otro asturiano –Rodrigo Fernández-Carvajal–, uno de sus vicerrectores. Los dos habían ideado una serie de mesas para diálogos tan dispares como los nuevos descubrimientos de la química o las novedades en la Defensa Nacional. Velarde contó a LA NUEVA ESPAÑA: "Invitamos a Teodoro López-Cuesta a participar en un simposio sobre la enseñanza de la Economía a los juristas" (era catedrático de Economía Política, Hacienda Pública y Derecho Financiero).

Fue entonces cuando los tres asturianos comenzaron a colaborar. El motivo de cambiar Huelva por Gozón fue, lo reconoció Velarde en aquella misma entrevista, por "una maniobra de la Universidad de Sevilla". Llevó a Santa María de la Rábida sus cursos de Extensión Universitaria. Y aquellos cursos se comieron los que Velarde y Fernández-Carvajal montaban cada verano hasta entonces. "A López-Cuesta se le ocurrió entonces traerlos a Asturias", añadió Velarde. López-Cuesta, por entonces, era rector de la Universidad de Oviedo (lo fue hasta 1983).

López-Cuesta y Velarde organizaron juntos los seminarios hasta 2012 bajo el amparo de la fundación Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos. López-Cuesta explicó a este periódico en 2012: "La reducción de las aportaciones públicas y privadas hace difícil que sigamos desarrollando nuestra actividad". Y por eso renunció a continuar con la fiesta de sabios. Pero no hizo lo mismo Velarde. La aventura había llegado a su edición número treinta y cuatro y no estaba dispuesto a renunciar a continuarla. Y así fue que en 2013 comenzaron su segunda vida. Hasta este pasado verano, la primera edición diseñada de manera expresa por su equipo sucesor, el encabezado por el catedrático Benigno Pendás, el presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Velarde y López-Cuesta, mano a mano, fueron los responsables de que Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, Santiago Grisolía, César Nombela, Sabino Fernández Campo y José María Segovia de Arana discutieran todas las mañanas estivales de los ochenta y noventa sobre el ADN, sobre los fómites y la covid 19, sobre todo lo humano. Y también lo divino. Esto último, en la nueva corporeidad de la Escuela, siendo ya asociación y habiendo cambiado la sede principal de aquel chalé de los sabios, a los salones del hotel Palacio de Avilés, en la misma plaza de España. Que es donde los sabios –nuevos sabios– siguen discutiendo de asuntos tan variopintos como la guerra de Ucrania y el trilema eléctrico.

Juan Velarde y todos los demás sabios comenzaban los debates bajo el foco de unos flexos, con los periodistas tomando nota, con espectadores universitarios y no universitarios. Y continuaban las discusiones a la hora de comer o de tomar las copas de la intimidad nocturna. Eso que nació en Huelva sigue vigente, aunque los protagonistas hayan ido cambiando. Velarde acaba de hacer mutis. Su huella, sin embargo, es alargada.

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