Serie "El Relevo" | Emilio Vidal Conejo Gerente de Confiterías Vidal
"Asturias debería potenciar las actividades de fin de semana para atraer turismo"
"La pastelería española siempre ha tardado más que el resto de la gastronomía en sumarse a las nuevas tendencias"

Emilio Vidal Conejo, en el obrador. / Mara Villamuza

A la salida del colegio, Mario Conejo, un adolescente de 17 años recién cumplidos y casi dos metros de altura, entra en el local fundacional de Confitería Vidal, en la calle La Cámara de Avilés, y se acerca a darle un cariñoso beso a su padre, Emilio Vidal Conejo (Madrid, 1969), gerente de la empresa familiar. De momento, ayudado por su complexión física, a Mario se le da bien el baloncesto, y aún no se sabe si se sumará al negocio iniciado hace cuatro décadas por su abuelo, Vidal Conejo Roco, fallecido el pasado julio a los 82 años.
La empresa
La plantilla suma los once empleados del obrador y los 24 que atienden a los clientes.
Las referencias de pastelería que maneja la empresa avilesina superan el centenar.
El primer local es de 1981. En los 90 abrió el de Piedras Blancas, y hace diez años, otro en Avilés.
Emilio Vidal, junto con sus hermanas Samantha y Ana, continúa firme al mando de Confiterías Vidal, con dos establecimientos en Avilés y uno en Piedras Blancas. Tras una intensa mañana preparando todo tipo de pasteles y dulces en el obrador –la temporada navideña es particularmente exigente–, el maestro confitero habla con LA NUEVA ESPAÑA dentro de la serie de entrevistas que, bajo el título de "El relevo", presenta cada dos domingos a las generaciones que toman el testigo de las principales empresas familiares de Asturias.

Vidal Conejo y María Luisa Perdiguero, en una imagen de cuando ambos estaban al frente del negocio. / .
-¿Siempre quiso dedicarse al negocio familiar?
-Hombre, tanto mis hermanos como yo crecimos en la confitería, veníamos continuamente. Es lo que teníamos que hacer si queríamos ver a mis padres (ríe). Además, echábamos una mano, siempre había algo que hacer. Y a mí la verdad es que el oficio pastelero me gustaba, y tampoco es que fuera un estudiante brillante. Así me fui metiendo poco a poco... Hice muchos cursos, porque antes no existía un grado de Formación Profesional. Además, hice una estancia de seis meses en París, en la confitería Fouchon, considerada por entonces como una de las mejores del mundo.
-Ustedes mantienen todavía el obrador dentro de la propia tienda, frente a la tendencia de otras confiterías de ubicarlo en un polígono a las afueras.
-Hicimos una ampliación hace unos años y por el momento estamos bien de espacio, pero es cierto que en épocas como la Navidad se notan un poco más las limitaciones. No obstante, a mí me gusta tener el obrador en tienda, es más familiar. Por ejemplo, si viene una señora que quiere un determinado producto, me gusta salir a hablar con ella para ver en detalle qué es lo que necesita. Me parece importante que los clientes nos vean, que salgamos a hablar con ellos, y también explicar a las dependientes las características de los nuevos productos, la manera de presentarlos... Esa al fin y al cabo es la diferencia entre una empresa pequeña y familiar como la nuestra y una gran cadena: la cercanía.
-De sus tres tiendas, ¿cuál es la que funciona mejor?
-Posiblemente la de Las Meanas, al ser la más próxima al centro de Avilés. Pero todos los productos salen de este obrador de la calle La Cámara. Hay que tener en cuenta que, además de venta directa al cliente, somos proveedores de hostelería, en eventos de toda Asturias.
¿Tienen planes de expansión?
Siempre hay ilusiones e ideas en la cabeza... Avilés vive un declive demográfico y, por tanto, tendríamos que mirar otras plazas. A mí siempre me gustó Oviedo, me parece un sitio chulo para abrir una tienda.
-¿Y Madrid?
-También me gustaría, pero es una ciudad intratable desde el punto de vista de los precios. Además, para hacer una pastelería como la que hacemos nosotros, con esa cercanía que he mencionado, no puedes abrir en muchos sitios a la vez.
-¿Tienen algún producto estrella?
-Estamos particularmente enfocados en pasteles especiales, los que son más grandes y singularizados. Y la pastelería francesa, con tamaños más pequeños, también se vende muy bien. Hay que recordar que en Asturias tenemos tres tamaños de los alimentos: pequeño, normal y gigante (ríe). Mis amigos de Madrid me lo dicen siempre: "Hay que ver los asturianos, qué cantidades coméis".
-¿Y tienen razón?
-Sí, sin duda. Además, la pastelería madrileña ha avanzado mucho estos últimos años, se ha sofisticado mucho. Se había quedado rezagada respecto al cambio general que se había producido en España.
-¿Cómo fue ese cambio?
-La pastelería vivió un gran cambio hace unos años, cuando empezó a llegar más información de cómo se hacían las cosas en otros países. Ya mi padre, cuando llegó aquí en los años 70, había detectado que en Asturias la repostería era un poco más básica, de almendra y bizcochones, y él trato de introducir productos un poco más refinados. Ese mismo fenómeno se dio a nivel nacional. Por su proximidad a Francia, que siempre ha sido el alma máter de la pastelería, Cataluña era la región donde más se innovaba, y esas influencias se fueron extendiendo por el país, del mismo modo que sucedió con la cocina en general. Cuando yo regresé de formarme en París traté también de hacer las cosas de una forma diferente. En España, por desgracia, los pasteleros siempre hemos sido un poco lentos en este tipo de cambios.
-¿Falta más proyección en la pastelería española?
-Tradicionalmente ha sido así, aunque en los últimos años las cosas han mejorado. Es cierto que nosotros, en proporción, representamos una pieza más pequeña del conjunto de la gastronomía, somos el postre de un menú más amplio. Pero el postre tiene que estar igual que rico que lo que has comido antes.
-Estamos en plena Navidad. ¿Es para ustedes la época más intensa?
Sí, es una época bastante pesada, porque además la temporada cada vez se alarga más. Empezamos ya a tope después del Puente de la Inmaculada, aunque algunos clientes ya comienzan a hacer pedidos a comienzos de noviembre. Pasan los buñuelos y los huesos de santo y ya se ponen a pedir mazapanes. Trabajamos mucho en tienda y también con encargos, a empresas que piden cestas de Navidad. También hacemos algunos envíos a domicilio, pero son residuales. Algunas empresas de reparto quieren que trabajemos con ellos, pero no me gusta esa modalidad. Se deteriora el producto, y la pastelería tiene que tener un punto de exquisitez.
Oficios tradicionales como el de pastelero tiene difícil cobertura en el mercado laboral actual. ¿Les está pasando factura?
-Sí, efectivamente no es un sector bien cubierto. Este pasado año he tenido bastantes problemas al respecto. Las personas, por lo general, somos cada vez más complicadas, también la gente joven. Muchos tienen unas necesidades o unas carencias que nosotros, como empleadores, no podemos llenar. Problemas psicológicos, emocionales... En algunos casos te sale decir: "¿Pero de qué te quejas? Si lo tienes todo...".
-¿La explosión turística de Asturias les está beneficiando?
-Sí, porque de alguna forma está cubriendo la menguante demanda interna por el problema de envejecimiento que tiene Asturias. Se nota los fines de semana y en verano. Pero quizá habría que fomentar más actividades de fines de semana durante el año, para atraer ese tipo de turismo. Porque el turismo que viene a Asturias se deja dinero, y hay que conservarlo. En Avilés, por ejemplo, se impulsaron mucho las actividades deportivas de los fines de semana. Sería bueno hacer más cosas así a nivel regional.
Los madrileños que endulzaron el Avilés fabril
En los años 60, el madrileño Vidal Conejo Roco trabajaba en una pastelería de la capital española cuando conoció a otro profesional del sector, Pedro Acevedo Villa, quien decidió trasladarse a Avilés para fundar una panadería, Estrella de Castilla, al calor del aumento de población propiciado por Ensidesa y la actividad industrial y minera de Asturias. Conejo y su esposa, la también madrileña María Luisa Perdiguero, le acompañaron en la aventura –sus dos primeros hijos nacieron en Madrid, y los tres siguientes ya en Asturias– y trabajaron en Estrella de Castilla hasta que en 1981 decidieron iniciar su propio negocio, Confitería Vidal, en la calle La Cámara. A mediados de los años 90 abrieron un local en Piedras Blancas y hace una década otro en Avilés, en la calle José Cueto. El fundador falleció el pasado 23 de julio a los 82 años. "Mi padre era una pasada. Era un hombre todoterreno que se adaptaba todo, y además de un gran trabajador era un hombre sereno y dialogante, que apenas se enfadaba", recuerda su hijo Emilio.
El sucesor
Un hombre tranquilo, deportista y familiar
Emilio Vidal –su segundo nombre es el de su padre– Conejo Perdiguero nació en 1969 en Madrid, aunque cuando vino al mundo sus padres ya estaban preparando su traslado a Avilés. Segundo de cinco hermanos, se educó en el colegio San Fernando y en los Salesianos, y con 18 se puso el uniforme pastelero e ingresó en el negocio fundado por sus padres. Casado con Rebeca Alonso, inmunóloga del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), el matrimonio tiene tres hijos. Es aficionado al pádel y a caminar, muchas veces acompañado de sus dos perros, "schnauzers" gigantes. Siempre que puede viaja a Madrid, donde tiene muchos amigos y familiares. Ha heredado el carácter tranquilo y conciliador de su padre: "No me gusta nada pegar gritos ni enfrentarme con la gente".
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