Hace 40 años de "La hestoria d’Avilés", por Saúl Fernández

La ciudad de Miguel Solís Santos ha crecido en cada una de las tres ediciones de su cómic

Miguel Solís, en el centro, atiende a un periodista junto a José Martínez y con Manuel Ponga sentado a la derecha.

Miguel Solís, en el centro, atiende a un periodista junto a José Martínez y con Manuel Ponga sentado a la derecha. / Nardo Villaboy

Saúl Fernández

Saúl Fernández

Avilés

Hace cuarenta años comenzó "La hestoria d’Avilés". Lo recuerda ahora Miguel Solís Santos asomado al balcón del tiempo pasado: "¡Qué vieyos somos !", exclama. Solís Santos hace cuatro décadas no se había jubilado de la enseñanza –empezaba en ella, de hecho–; había escrito y publicado unos años antes solamente –en 1982– la primera novela en lengua asturiana –"Les llamuergues doraes"– y, sobre todo, se había puesto a la vanguardia del asturianismo cultural: el de Conceyu Bable y la modernización de la lengua madre. Hace cuarenta años, el 6 de marzo de 1985, el escritor y dibujante avilesino presentó en el despacho de Manuel Ponga –que entonces era el alcalde de la ciudad– la primera edición de un cómic de historia que iba a terminar haciendo historia. Todo a la vez.

Las tres ediciones son de 1985, 1992 y 2009. "La diferencia entre ellas está en las páginas finales", admite. La primera se acaba con la inauguración del pabellón de La Magdalena que el Ayuntamiento de Avilés levantó, mayormente, para alojar el mercado semanal de ganado que sólo diez años después cogió las maletas y se fue para Siero. "También recalco que el problema mayor que había en Avilés es la contaminación", cuenta el creador de una obra que pasó de la realidad a la leyenda. "Es la primera historia ilustrada de la ciudad. Más que un tebeo es eso: una historia ilustrada", subraya.

El empeño de Solís Santos –novelista, pintor, profesor jubilado, divulgador de la historia– era juntar en una misma obra todo cuanto sabía hacer. "En la revista ‘El Bollo’ de 1983 publiqué unas primeras páginas de lo que iba a ser el proyecto final. Se las presenté a José Martínez y él tiró por ellas", cuenta ahora el historiador que cuenta historias.

Del pabellón de La Magdalena y la contaminación de la ciudad –hay unos niños jugando con unos barquitos y un montón de carbón– pasó a la Casa de Cultura en la edición de 1992. La siguiente, la tercera y última de momento, se cierra con la construcción del Niemeyer. "Pero entonces todavía no se había construido: todo eran dibujos y bocetos", reconoce Solís Santos. Historia dorada, futuro de blanco y negro. "Por eso, porque estaba en obras, hay algunas diferencias con el Niemeyer tal cual está ahora", reconoce.

Solís Santos no se da un pijo de importancia. Explicó en su día: "Nunca me definí como dibujante, ni como pintor. Ni siquiera la primera vez que me dieron un premio: 150 pesetas. En el concurso ese de 1965. Por las fiestas del Bollo. En ese sentido sí, era pintor . Considerarme pintor no es una cosa que haya planteado nunca: ni pintor, ni dibujante, ni ilustrador. El primer dibujo que me contaron que hice fue un tren en la playa: en la arena. Cuando en casa estaban cocinando o lo que fuera yo estaba ahí dibujando. Gastaba papel por un tubo, había momentos en que estaba todo el día dibujando", explicó. Y de tanto dibujar, consiguió contar la historia entera del paisaje en el que siempre se ha movido.

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