De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical

La pintora, a la que el Centro Botín dedica ahora una gran antológica, estudió en la Escuela de Artes y Oficios de la villa y formó parte de los círculos culturales locales

De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical

De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical / LNE

Ana María Gómez González llegó a Avilés, desde su Viveiro natal, en la provincia de Lugo, con 11 años, de la mano de sus padres y junto a doce hermanos; era 1912. En 1922 dejó la villa asturiana, tenía 21 años e iba camino a convertirse en Maruja Mallo, pintora surrealista, miembro destacado de la vanguardia cultural española, una de las sinsombrero -las mujeres de la Generación del 27-, una artista genial y extravagante a la que ahora el Centro Botín le dedica la gran antológica "Máscara y compás". Los años de adolescencia y primera juventud que pasó en Asturias fueron trascendentales en esa transformación, y durante ellos forjó su personalidad y confirmó su vocación.

Lo sucedido en aquella década, de agitación política y cultural en España, de crecimiento y descubrimientos para la jovencísima Ana María, es lo que explica que la cuarta hija de Justo Gómez Mallo y María del Pilar González acabara siendo Maruja Mallo. "Fue determinante; lo fue tanto que, cuando llegó a Madrid, ella tenía claro que lo único que le importaba en la vida era el arte", refiere José Luis Ferris, catedrático de Literatura de la Universidad Miguel Hernández de Elche y autor del libro "Maruja Mallo, la gran transgresora del 27", una biografía de la artista editada en 2004 en Temas de Hoy que el próximo volverá a las librerías, ampliada y con nuevo título, "Mortal y diosa", esta vez de la mano de la editorial asturiana "Hoja de Lata". A la misma conclusión llega el pintor e investigador avilesino Ramón Rodríguez, quien, no obstante, hace patente la paradoja de que la propia artista se encargó de distanciarse de sus años asturianos. Ella misma le confesó en 1982 que jamás volvió a Avilés, como sí hizo, por contra, su hermano el escultor Cristino Mallo.

Desde arriba, uno de los primeros dibujos realizados por Maruja Mallo, hacia 1912; un gouache de la etapa avilesina, de 1922, y un retrato del pintor Alfredo Aguado también de Mallo.

Retrato del pintor Alfredo Aguado de Mallo / .

El padre de Maruja Mallo, Justo, era funcionario del Ministerio de Hacienda, inspector de aduanas, un trabajo que conllevaba traslados frecuentes. Con él, en las mudanzas, iba toda la familia. Los hijos venían al mundo aquí o allá, donde estuvieran instalados en aquel momento. Maruja fue la cuarta en llegar y le tocó nacer en Viveiro, en La Mariña lucense, un 5 de enero de 1902. Allí pasó su primera infancia, hasta que su padre fue enviado a cumplir con sus obligaciones laborales a un nuevo destino, esta vez a la villa de Avilés.

Sin contar los años de Madrid, Asturias fue el destino más estable de la familia, diez años, de 1912 a 1922, y donde el padre de Maruja, con inquietud intelectual y un genuino interés en proporcionar a sus vástagos la mejor educación posible, descubrió las excepcionales cualidades artísticas de Maruja y de su hermano Cristino.

Sobre estas líneas, los dos edificios donde vivió la familia Mallo. A la derecha, la pintora, segunda por la izquierda en la fila superior, con sus compañeros de San Fernando en Madrid, también con el avilesino Luis Bayón (último en la misma fila). | Mara villamuza

Un gouache de la etapa avilesina, de 1922 / .

Los Mallo llegaron a Avilés con 12 hijos, y todavía llegarían otros dos. Ramón Rodríguez ha rastreado las viviendas que ocuparon, la primera en la calle de Emile Robin y, después, en el número 4 de la calle General Lucuce (hoy San Francisco). Los hermanos estudiaban en el colegio de La Merced, que en Avilés también era conocido como el de los hermanos Casariego, un centro público y laico donde se preparaba a los alumnos para el bachillerato. José Luis Ferris, en su libro, cuenta que fue allí donde los profesores de los dos chiquillos se percataron de sus extraordinarias dotes para el dibujo e informaron de ello a los padres. El cabeza de familia no reparó en recursos para estimular y cultivar sus talentos: los matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés y les buscó un profesor particular que pudo haber sido, apunta Ramón Rodríguez, Andrés Sandoval.

Los hermanos se familiarizaron con pintores asturianos como Nicanor Piñole o Evaristo Valle, y Maruja entabló amistad con otros jóvenes artistas avilesinos como María Galán Carvajal, Luis Bayón, Fernando Wes o Alfredo Aguado. De este último llegó incluso a realizar un pequeño retrato al guache que hoy se conserva en la colección privada del hotel Palacio de Ferrera.

De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical

Uno de los primeros dibujos realizados por Maruja Mallo, hacia 1912 / .

Maruja Mallo, que aún no se presentaba ni firmaba con ese nombre, llegó a participar en varias exposiciones colectivas en Asturias. A la segunda edición de la Exposición de Artistas Avilesinos, en 1922, en vísperas de su marcha a Madrid, concurrió con diecisiete obras. En aquella ocasión, Antonio Hevia Torre publicó una reseña en la que la citaba, en el periódico "El Carbayón", y Benito Álvarez Buylla hizo lo mismo en "La Voz de Avilés", resaltando de su obra, como recoge Ferris en su biografía, "la brillantez y optimismo del colorido, lo perturbador de unas pinturas que revelaban novísimos secretos". El periodista veía en ella "una esperanza para el mundo artístico". Ramón Rodríguez llama la atención sobre el éxito que tuvo Mallo en aquella muestra, hasta el punto de eclipsar al resto y lograr críticas tan elogiosas como la que escribió Florentino Soria: "Inexplicable y prodigioso, quien así empieza tiene que llegar muy pronto a la cumbre sea cual sea el camino que emprenda".

Tras su marcha a Madrid, con la determinación de ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando -lo logró gracias a una beca de la Diputación de Lugo-, Maruja Mallo mantuvo el vínculo avilesino a través de los colegas asturianos que también, como ella, seguían su formación en Madrid, como Luis Bayón o los hermanos Espolita, coinciden en señalar Ferris y Rodríguez. Y si sus primeros contactos con el mundo del arte y su primera exposición tuvieron lugar en Asturias, también fue aquí donde Maruja Mallo presentó su primera individual. "No fue en Madrid, (en las salas de la Revista de Occidente en 1928) como solía afirmar ella misma", explica el crítico Luis Feás, "sino en Asturias, en la edición de 1927 de la Feria de Muestras de Gijón, en la que expuso una veintena de obras, algunas tan conocidas como ‘Verbena madrileña’ o ‘Isleña’, que aparecieron reproducidas en ‘Región’". En aquel periódico se publicó la primera entrevista a Maruja Mallo, firmada por Mercedes Valero de Cabal.

De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical

La pintora, segunda por la izquierda en la fila superior, con sus compañeros de San Fernando en Madrid, también con el avilesino Luis Bayón (último en la misma fila) / .

De aquel debut expositivo dieron cuenta el periodista José Díaz Fernández en el diario "El Noroeste" de Gijón y el escritor José María Malgor en el periódico "La Voz de Avilés". Luis Feás extrae esos datos de la "Crítica de arte en la Asturias del primer tercio del siglo XX", de Natalia Tielve, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo.

Con la Guerra Civil Maruja Mallo tuvo que exiliarse, salió huyendo por Portugal y acabó instalándose en Buenos Aires. Hasta entonces, en sus años madrileños, había ido abandonando su círculo avilesino a medida que se hacía íntima de Margarita Manso y Salvador Dalí, que le presentaría a Federico García Lorca y Luis Buñuel. Eran inseparables, asegura Ferris. Fue novia de Rafael Alberti durante cinco años, en los que le inició en el surrealismo y el simbolismo. Sin ella, afirma el profesor alicantino, Alberti no hubiera escrito nunca poemarios como "Sobre los Ángeles" o "Sermones y moradas".

De María Gómez a Maruja Mallo, el viaje interior desde Avilés de una artista radical

Uno de los edificios donde vivió la familia Mallo. / Mara Villamuza

José Luis Ferris tiene a Maruja Mallo por una "vanguardista, que tenía muy claro dónde quería ir con el arte; todo lo truncó la guerra, y en el exilio se dedicó más a una pintura muralista". Fue una artista radical, que hizo de su vida y de ella misma arte.

En 1962, Maruja Mallo regresó a España definitivamente. Desde la lejanía su brillo y su genio llegaban ensombrecidos y ha tenido que pasar mucho tiempo hasta ser apreciada como la gran artista que era. La gran antológica que le dedica el Centro Botín de Santander y que se trasladará en otoño, ampliada, al Reina Sofía, redimensiona su figura y su arte, hasta colocarlos en el lugar que les corresponde. Atrás queda Avilés, el lugar donde nació como artista a pesar de la distancia que luego ella misma pondría, incumpliendo la petición del crítico local Benito Álvarez Buylla: "Y cuando en sus andanzas por los floridos senderos del arte le llegue el triunfo que merece, nosotros le pedimos que vuelva sus ojos a Avilés y que no olvide, en sus glorias, a la fuentecilla ignorada donde bebió su primera y riquísima agua".

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