Paisajes urbanos, por Gonzalo Barrena: El puente de San Sebastián

El profesor de Filosofía jubilado Gonzalo Barrena comienza la serie "Paisajes urbanos" en LA NUEVA ESPAÑA de Avilés, una sección en la que todos los lunes ofrecerá una "fotografía escrita" de algunos de los lugares más destacados de la ciudad

El puente de San Sebastián, en Avilés, en la actualidad. | MIKI LÓPEZ

El puente de San Sebastián, en Avilés, en la actualidad. | MIKI LÓPEZ

gonzalo barrena

Dos rectas que se cruzan en el espacio, pero en distinto plano, se llaman rectas cruzadas y están en el alma de cualquier puente. En el de San Sebastián una es de metal y la otra de agua. Viene siendo así desde 1893, aunque el puente actual es una réplica en acero del anterior, que fue de hierro durante todo el siglo XX. Sólo la forma del puente –no la materia– ha logrado sobrevivir a los dos cataclismos contemporáneos que ha experimentado la ría de Avilés: Ensidesa y el Niemeyer.

A principios de los años sesenta, reemplazada la villa burguesa por su heredera industrial, muchas mujeres acudían a la boca del puente para esperar a los maridos –hijos en mano– en el cambio de turno del mediodía. Miles de personas cruzaban en blanco y negro de la vida al trabajo, mientras "El Azul" o "El Ángel Blanco", autobuses abarrotados, evacuaban al proletariado saliente en dirección a los barrios.

La conciliación familiar del franquismo, con las mujeres maniatadas a sus labores, empezaba ya a las puertas de la Fábrica, en aquel realismo de película italiana que se vivía aquí en carne propia.

La sustancia del puente no sobrevivió a la reconversión industrial.

En 2006, sobre una materia distinta y "en color", se quiso poner frontera con el pasado siderúrgico de la margen derecha. El color atrevido que luce ahora el Puente de San Sebastián opera como indicador de época, señalando el segundo milagro de P. Tinto sobre el estuario.

Hoy, la música y el arte provocan el uso del puente, que se cruza camino de un templo singular donde se celebran eventos diversos y paradójicas formas de cultura.

La ciudad ha consagrado su ribera a los espacios diáfanos y a la arquitectura del blanco, en un acto de contrición por el humo y el gris de la posguerra.

Sin embargo, la riada de obreros, todos migrantes, que hormigueaba a pie el Puente de San Sebastián mientras la sirena de las dos –"Te recuerdo Amanda"– hendía el tiempo del Avilés emergente, era ya entonces a ojos de niños y grandes una performance diaria.

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