El testimonio de la atleta paralímpica Verónica Rodríguez que encontró en el Nalón su terapia: “Mi madre murió y me refugié en el río, ahogué mis penas a palazos”
"Yo miro y veo a mi psicólogo", describe mirando a la ría donde forjó su carrera deportiva

Mario Canteli / Amor Domínguez

Juan Luis Rodríguez-Vigil se asomó en 1992 al mirador del palacio de La Magdalena, en Soto del Barco, y vio una "nueva Pompeya" resurgiendo de sus cenizas carboneras en forma del famoso (y polémico en su día) proyecto Puerto Norte, que tenía pantalanes, piscinas, pasarela, hoteles de lujo, campo de golf e infraestructuras diversas.
Verónica Rodríguez Pulido se asoma y ve a su "psicólogo". Éste no es otro para ella que el río Nalón en su desembocadura, a punto de fundirse con el mar Cantábrico. Desde la atalaya que suponen los bonitos jardines de este palacio del siglo XVIII hoy transformado en hotel para alegría de los sotobarquenses –que durante unos años temieron que el caserón se viniera abajo al quedar sin uso–, se obtienen una de las mejores vistas del mayor río de Asturias convertido ya en ría a estas alturas de su curso –a 140 kilómetros de su nacimiento en el puerto de Tarna—, y que parte prácticamente por la mitad el mapa de la región, siendo frontera de los concejos de Soto del Barco y Muros de Nalón. San Juan de la Arena y San Esteban a uno y otro lado son testigos de los últimos compases del Nalón antes de morir en el Cantábrico.
"Ahí empezó todo para mí", dice Verónica Rodríguez Pulido entusiasmada mientras contempla la vista desde el mirador, con el que LA NUEVA ESPAÑA comienza la serie "Balcones del Paraíso", por la que desfilarán en verano reportajes sobre algunas de las mejores atalayas de Asturias.

Una vista del palacio de La Magdalena, hoy transformado en hotel. / Mario Canteli
La sotobarquense de 37 años es atleta del Club de Remo de Corvera y forma parte del equipo paralímpico español. Queda con LA NUEVA ESPAÑA tras llegar de la Copa del Mundo de Remo, en Italia, y a tres días de irse al Campeonato de España en Sevilla. El año pasado estuvo en la cita olímpica en París, en 2022 en la de Tokio y no descarta Los Ángeles 2028, aunque igual cambia la piragua por la bicicleta.
Antes de todo esto hubo muchos años de esfuerzo y de duros entrenamientos sobre los que se asienta su carrera. Pero también años difíciles, de muchas lágrimas mientras remaba en el chalano en el que comenzó todo, atracado en El Castillo, el pequeño pueblo que se divisa a la derecha desde el mirador y que es fácilmente reconocible por la pequeña península en la que se alza la fortaleza de San Martín, vigía de la bocana desde hace siglos.
Todo lo explica la atleta, que desborda vitalidad y optimismo. "Mi madre murió y me refugié en el río. Por eso digo que es mi psicólogo, ahogué mis penas a palazos en él, con un chalano que me dio mi padre". Remó y remó sin parar, un día alguien se fijó en ella y le ofrecieron ponerse a competir en serio, entró en el equipo paralímpico nacional y ahí sigue, en plena forma. El río la sacó adelante, además de su fuerza y vitalidad y el recuerdo presente siempre de su madre Maige. "Su lema era ‘no sueñes tu vida, vive tus sueños’, y yo lo sigo. Lo llevo incluso tatuado", explica mientras no quita la vista del paisaje.
"Esta vista es increíble, de una belleza natural grande. Y te da una paz inmensa. Creo que no lo tenemos lo suficiente explotado", zanja la atleta. Lo mismo piensan Dolores Vega y Manuel Miranda. Ella sale de hacer aquagym en el spa del hotel, el mismo lugar donde estudió de joven administrativo cuando el palacio era una escuela de formación profesional femenina, gestionada por monjas javerianas, con jóvenes huérfanas de las cuencas mineras internas. Su marido, ya jubilado, trabajó en el bar del hotel hasta hace un pocos años. "Cuando acababa la jornada, al salir, me acercaba a aquí a echar un vistazo, tiene algo esta vista que engancha", explica Manuel Miranda, que se ha acercado hoy a recoger a su esposa acompañado de su nieta Elsa Castañón.

El Castillo. / Mario Canteli
Recuerda este sotobarquense que era un "espectáculo" contemplar las luces de las motoras a la angula por las noches, una imagen ahora difícil de repetir pues la faena se concentra en la bocana. Pero antaño subían bastante río arriba. "La gente del hotel se queda impresionada con ta vista. Es una maravilla", recalca y asiente su mujer. "Es que no sabemos lo que tenemos, y al lado de casa", dice Dolores Miranda.
El Castillo y San Esteban son quizás los dos puntos que más atención atraen desde el mirador. Hay que desplazarse a la izquierda de la Casita del Príncipe –una pequeña casa en el recinto de un palacio que en su día sirvió de fonda al mariscal Ney del ejército napoleónico a su paso por Asturias– para divisar, a la derecha, San Juan de la Arena, capital angulera del norte de España. Sobre San Esteban se puede ver parte de Muros y más a la izquierda, bajo la falda del monte Agudo, son reconocibles las casas indianas de Somao (Pravia), "Pueblo ejemplar" en 2020.

Dolores Vega y Manuel Miranda con su nieta Elsa Castañón. / Mario Canteli
Si uno se mueve más por las muralla que rodea el palacio tendrá una buena vista de Soto, capital del concejo, con su iglesia y colegio en el centro urbano.
Son muchas las posibilidades del mirador de La Magdalena, desde el que ver una "nueva Pompeya", un "psicólogo" o lo que cada uno piense cuando descubre ante sí tan impresionante vista.
Soto del Barco queda en la costa central de Asturias, en la margen derecha del Nalón. Por la autovía del Cantábrico tiene dos salidas; también se puede llegar a través de la Nacional 632. Hay buenas conexiones de tren, la línea Cudillero-Gijón para en Soto. Y también de autobús, aunque menos frecuencias.
En San Juan de la Arena está la playa de Los Quebrantos, grande, espaciosa y con mucho aparcamiento. En Soto, además del bar del hotel, hay varios establecimientos alrededor de la glorieta para tomar algo antes o después de ir al mirador. El indiano Somao es muy recomendable.
Los de Soto dicen que El Castillo es la gran joya desconocida de Asturias. Es el minúsculo pueblo que se ve a la derecha, con la torre de San Martín que le da nombre. A finales de julio son sus fiestas, que llenan de ambiente la calle central, con mucho sabor. El resto del año es muy tranquilo y paso de peregrinos.
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