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Entre olas y rocas: así luchan los mariscadores de Luanco por cada kilo de percebe

Los pescadores gozoniegos trabajan estos días en las costas de Gozón buscando uno de los productos más cotizados y cuyo precio puede alcanzar estas semanas picos de entre 90 y 100 euros el kilo

Así luchan los mariscadores de Luanco por cada kilo de percebe en el cabo Peñas

Christian García

Luanco

"¿Que por qué seguimos viniendo? Porque hay fame, tenemos hijas que alimentar y el precio del aceite no hace más que subir". Claro y conciso. Así se muestra Abraham Mazuelas, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Luanco en plena faena frente al cabo Peñas. Por delante, una jornada al percebe.

La campaña de recolección de percebe ya ha dado comienzo y junto al experimentado pero joven pescador están Alejandro Rodríguez, "Jandro", Marcos Rodríguez y Manuel Varela, "Manolo". Los cuatro son amantes de la mar, a la que han dedicado décadas de su vida. Ahora, vuelven a combatir el oleaje para hacerse con uno de los productos más cotizados en los mercados: el percebe.

Este año, la campaña no comenzó con buen pie, pero el objetivo es claro: hacerse con el cupo diario de ocho kilos por cabeza y prepararse para volver a zarpar a la mañana siguiente.

Son las nueve y media de la mañana. En los pantalanes del puerto de Luanco solo se oye el vaivén de los barcos. "Va siendo hora de salir", exclama Mazuelas. La temperatura es buena, mejor que el día anterior, pero en el horizonte se atisban nubes grises. Aun así, la lluvia no es amenaza para unos profesionales acostumbrados a esquivar las olas en las rocas. Traje de neopreno, gorro, guantes y calzado especial para el terreno. Una mano sostiene la bistoncia –o bistronza–, la herramienta con forma de lanza que utilizan para "cavar" y extraer los percebes de la roca. La otra, libre para garantizar el equilibrio en el abordaje de la roca.

Con todos en la lancha, comienza el periplo hasta el cabo Peñas. Los perceberos tienen tres horas para recolectar ocho kilos del popular molusco. La bajamar, el momento en que se puede acceder a las zonas más bajas de las rocas para obtener los mejores percebes, será cerca del mediodía.

Abraham, Jandro y Marcos están listos para abordar las rocas. Uno a uno, van saltando en diferentes puntos. Manolo, al timón, sortea las idas y venidas de las olas para facilitar la salida de la lancha. El agua, a diferencia de días anteriores, está más tranquila, pero las olas fuertes, el golpe, llega con más intensidad y de forma más seguida. En varias ocasiones, pese a estar a cubierto, los perceberos se sumergen bajo el oleaje. Llegada la calma, toca cavar sin descanso. Poco a poco, los mariscadores llenan sus improvisadas bolsas a partir de las camisetas que portan y un cinturón que evita que los percebes caigan. Son las diez y media. Jandro avisa a Manolo y se sube de nuevo para depositar las capturas y limpiar.

"El percebe ha bajado mucho, no hay tanto como antes y el precio sigue subiendo", comenta Jandro, que explica que, en los últimos años, el precio se ha incrementado desde los 50 o 60 euros hasta picos de 90 o incluso 100 euros actualmente por kilo, según la calidad del percebe. "La diferencia es abismal", comenta el mariscador, que a diferencia de otros, no tiene vínculo familiar con la mar, sino que le llegó por la afición compartida con sus amigos.

"De crío iba a pescar chipirones con mi grupo de amigos. Éramos cinco o seis. Con el tiempo, empezamos a ir a por oricios", recuerda. Así fueron pasando los años hasta que se plantearon la posibilidad de dedicarse a ello como profesionales: "Nos propusimos probar un año como autónomos y dos acabamos comprando una lancha de pesca juntos". Tras una década faenando en el Cantábrico, no tiene dudas: "Mi sitio es este".

Son las once de la mañana. Menos de una hora para la bajamar. Los tres mariscadores suben y bajan de la embarcación, en la que Manolo permanece atento a los avisos de sus compañeros. "Otra vez al agua", murmulla el veterano pescador al ver a Marcos flotando, a quien rápidamente acude a ayudar. "Soy un pez", bromea este. Sigue la recolección y el percebe se acumula en la lancha. Mientras los tres cavan, Manolo limpia de impurezas las capturas de sus compañeros. Veterano marino, lleva más de veinte años saliendo a por percebes, los cuales, al igual que Jandro, ha visto reducidos.

"La diferencia es abismal, no hay color", comenta. La razón principal, reflexiona, es la subida de la temperatura del agua. "El percebe ya no cría igual. Antes estas piedras daban un percebe brutal, pero ahora es muy común verlos enfermos", comenta Manolo, que explica que sus días como mariscador están llegando a su fin. "Voy camino de los 60 y estoy fastidiado de la espalda. Esto se va acabando para mí", lamenta. Son las 11.30 horas y apenas restan quince minutos para la bajamar. El oleaje incrementa su fuerza. Marcos y Jandro vuelven a la lancha. Un trago de agua y a limpiar.

Marcos, socorrista de formación y profesión durante años, recalca que el percebe es su pasión. "Es lo que me gusta y lo que sé hacer. Es duro, pero más duro es no estar. Me gusta demasiado", comenta Rodríguez, que se vinculó a la mar a los 19 años y, tras una década sin faenar, ha vuelto a cavar frente al cabo Peñas. "Lo dejé cuando nació mi hija. Me entró miedo y decidí dejarlo por ella", comenta. Sin embargo, recalca que "hay que ganarse el pan". "Antes se cogía mucho percebe. Pero este año parece que hay más que otros. La gente se está concienciando y tiene claro que hay que cuidarlo", ahonda Rodríguez, que vuelve a la roca junto a sus compañeros. Son las 11.45 horas. La bajamar ha llegado y toca apurar los últimos minutos de faena. Abraham insiste a sus compañeros: "Seguid cavando, tenemos margen para el cupo".

Con las últimas capturas, la lancha de guardapesca marina empieza a reclamar las capturas para pesarlas. Se ha acabado la jornada y Abraham, Marcos, Jandro y Manolo han cubierto el cupo: ocho kilos por mariscador y marea. Toca volver a puerto. Marcos descansa tumbado en la lancha mientras Abraham y Manolo revisan las últimas capturas y Jandro se abriga. Pero el trabajo no ha terminado. Con los sacos llenos de percebes, llega el momento de vender y las rulas de Luarca y Puerto Vega son el lugar idóneo. Atrás queda una mañana "tranquila" de orbayo otoñal. "Unos días más y a descansar. Esto no para", concluyen los mariscadores. Todo por un pan.

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