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Fernando Álvarez Balbuena

Los intereses creados

Esta crisis que achacamos a financieros inmorales no es más que una desmesura en el gasto público

Jacinto Benavente, en la más famosa y conocida de sus obras, describe cómo un par de pícaros, Leandro y Crispín, llegan a una ciudad sin más capital ni medios que sus personas y su ingenio marrullero y acaban por hacerse los dueños de la misma, por el simple sistema de crear intereses involucrando a la ciudadanía en su juego maquiavélico de dominación. Así, dando aquí lo que la codicia de los unos demanda y quitando allá lo que la estupidez de los otros otorga, acaba Crispín, que es el más astuto y malvado, por hacerse el gobernante absoluto e indiscutible de la ciudad.

Es sorprendente la similitud que a lo largo de los tiempos poseen las situaciones sociales. Siempre ha sido igual. El pillo y el carente de escrúpulos acaban por someter a los que de buena fe le otorgan su confianza, apoyándose en quienes esperan obtener beneficios de sus marrullerías y de su astucia.

Han pasado muchos años desde que Benavente pusiera esta verdad de manifiesto apoyándose en la historia de la Humanidad, que él conocía muy bien, pero a pesar del tiempo transcurrido vemos que hoy ocurre exactamente igual, sin que seamos capaces de aprender nada del clamoroso eco del pasado, tanto reciente como lejano.

Esta crisis que vivimos y que achacamos a las especulaciones de financieros inmorales y malvados no es ni más ni menos que una desmesura en el gasto público, precisamente con el dinero público que se ha invertido en comprar voluntades y en crear intereses. Gobierno y oposición se pelean por aportar soluciones. Al Gobierno se le ocurre subir impuestos, recortar sueldos de funcionarios públicos, elevar el IVA y congelar pensiones; en una palabra: recaudar más. A la oposición se le va la energía en censurar todas las medidas del Gobierno y en estas luchas dialécticas estériles el pueblo ve con desesperanza cómo cada día estamos peor, pues el Estado ya recauda bastante, pero lo que ocurre es que gasta más de lo debido.

Una reciente encuesta hecha por un relevante medio de comunicación a pié de calle, revelaba cómo el pueblo llano decía que aquí ,en nuestra España, lo que sobran son las diecisiete autonomías despilfarradoras, los diecisiete gobiernos, los diecisiete parlamentos, las diecisiete televisiones autonómicas, los tres millones de funcionarios, los treinta mil coches oficiales, las numerosas embajadas de juguete de los gobiernitos autonómicos, los llamados viajes de Estado de los mismos para no se sabe bien qué y, desde luego, los miles de asesores «del dedo» que no cumplen absolutamente ninguna función útil.

El pueblo, con sentido común, sabe muy bien donde le aprieta el zapato, pero la sencilla solución de acabar con el despilfarro ya no es viable. No se puede desmontar la enorme máquina de gastar dinero que los políticos han montado para su provecho. Esta máquina ha propiciado una enorme demanda de dinero y ahora es tarde para rectificar. Son muchos los que viven del gasto público y muchas las interconexiones entre el Estado y las empresas que le son afines. En otras palabras: Crispín (el Gobierno) y Leandro (el tonto útil) han creado demasiados intereses. Ya no se ve el camino para la vuelta atrás.

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