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Un rodeo

Eugenio Suárez

El nacimiento de un político

El día que fui testigo de la maniobra para que Manuel Fraga apadrinase el lanzamiento de la carrera política de Rodrigo Rato

Acertado o no, he procurado disociar mi vida personal de la profesional sorteando compromisos que pudieran mediatizar algunas decisiones y a estas alturas ignoro si acerté o estuve errado. Cuando se dispone de una columna periodística -o un espacio en la radio o en la tele- y más si uno es el propietario del medio, se siente la presión del poder propio, por escaso que sea. El comentarista deportivo de un diario local difícilmente puede interferir en la trayectoria de un Ronaldo, un Messi o un Torres ya en la cima, pero no cabe duda de que si juzga acerbamente la actuación del centrocampista local, puede originarle perjuicios fundamentales. Esa línea me lleva a evitar relaciones amistosas con quienes la actuación profesional podría ser dañina. No ha habido, en cambio, temor alguno que evitase una real información merecedora de castigo, algo en lo que, asimismo, sufrí algunas equivocaciones, pero es lo que había.

Por esa consideración, el calendario de mis compromisos estaba lleno de invitaciones propias a comer, cenar, un viaje, unas copas. Hay mucha gente así y de ello nunca me vanaglorio, pero he agudizado el tacto para eludir situaciones que enfrentaran mi tendencia hacia la verdad y el deseo de divertir al prójimo. Es mejor invitar que ser convidado

Largo exordio para el almuerzo celebrado hacia finales de la década de los años setenta en el domicilio de Ramón de Rato, asturiano residente en Madrid, de familia patricia, dispuesto a cualquier cosa para prosperar en los negocios. Por tradición, era banquero y eso fue el comienzo de su declive. Por otra simple casualidad, yo necesitaba disponer de algunas divisas en Suiza, donde mi hija terminaba sus estudios y parecía querer residir allí, Para ello conseguí bloquear parte de la venta de mis semanarios -concretamente "El Caso"- una de cuyas ventas congelé en la ciudad de Ginebra. Y lo hice al pasar por una oficina bancaria que llamó mi atención y mi patriotismo financiero: la Banque de Siero. Asturiano de origen yo, me parecía que las pequeñas cantidades retenidas eran suficientes pára el fin previsto. Abrí una cuenta y me atendieron como a cualquier cliente.

Ramón de Rato era el presidente de aquel banco y un desconocido para mi. Según se divulgó con minucia, Nicolás Franco, hermano del Caudillo y embajador en Portugal, había pedido un préstamo al Banco de Siero, nada llamativo, pero su máximo dirigente se empeñó en cobrarse la deuda por vía de los tribunales y esos gestos se pagan caros. Parece que el "gran hermano" cumplió, a regañadientes, pero una escopeta esperaba tras la esquina y la Banque de Siero fue visitada por inspectores que descubrieron la treta de recibir las divisas de los trabajadores en Europa y pagar su contravalor en España. En las diferencias del cambio estaba el beneficio y eso lo hacía con regularidad la casi totalidad de las entidades crediticias con oficinas en el exterior. No todas estaban emparentadas con El Pardo, se armó la consiguiente peripecia judicial y los magistrados condenaron al banquero y a su hijo mayor a pena de cárcel, que sufrieron desde el primero hasta el último día. Fueron entre dos y cuatro años.

Ramón de Rato pagó su inexperiencia y, poco a poco, abandonó los asuntos financieros y creó una cadena de emisoras que quizás cubriera todo el territorio español. Aquél era el motivo genérico del almuerzo, al que fui insistentemente requerido por amigos todos en alta consideración. También por entonces los gobernantes se aprestaban a la gran contienda y al acceso del PSOE al poder. En la rifa de las emisoras nos otorgaban derechos a las compañías de comunicación. Habida cuenta el historial de la empresa que levanté sin un céntimo de subvención ni ayuda oficial me animaron a solicitar algunas que pensé en asociar con el grupo Rato, o con otros cualquiera, para cubrir una parcela inédita.

Puede el lector imaginar que ante las buenas perspectivas socialistas, los que aún conservaban las llaves del poder lo ofrecieron gozosos para poder seguir chupando del bote. Por consejo de Rato encargué un estudio de viabilidad; creo que era parecido al de los otros, pero los días pasaban y las concesiones no aparecían. Para hacerlo corto: me echaban, como si fuera cordilla, la emisora de Hellín, que por lo visto no tenía muchos solicitantes. Perdí el dinero empleado en los preparativos y cancelé la idea, que se salía de mis actividades en el mundo de los semanarios.

Al final, la justificación. Recuerdo muy bien a los comensales: el más notorio, José María Gil Robles, talento desperdiciado por la prolongada guerra civil; Manuel Fraga, que ya había sido ministro y lo volvería a ser, empeñado aquellos días en la creación de Alianza Popular; José Ramón Alonso, periodista y caballero cuya inconclusa historia del Ejército español dudo que haya quien la remate. El anfitrión, Ramón de Rato y Rodríguez San Pedro, y un servidor como furgón de cola.

Tras los excelentes manjares pasamos a un gabinete donde tomar el café y allí se nos despidió la señora de la casa, dama llena de cordialidad y simpatía. Y los dos hijos, el mayor que compartió condena con el padre, y el más joven, Rodrigo, que saludaron e hicieron mutis. No olvidaré las palabras de aquella especie de Alatriste, dirigidas al político gallego: "Te lo advierto seriamente, Manolo; pones a mi hijo Rodrigo en el puesto uno o el dos de alguna lista o te olvidas del apoyo que podría darte la cadena de radio". Ni más ni menos. Había nacido una estrella.

eugeniosuarez@terra.com

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