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Un rodeo

Eugenio Suárez

Historia del Rey en la tele

Ante la tendencia a remover la historia, antigua y reciente, en series de televisión

Como toda columna que se precie, ésta refleja sólo la opinión de quien la hace, harto de sacudir las disciplinas catilinarias y deseoso de encontrar bien algo de lo que sucede en este patio de Monipodio. Nos duele la mano de sacudir estopa, agitar el fantasma de la crisis, relatar desapariciones financieras, confirmando el endurecido rostro de la exministra cuando descubrió que el dinero público no pertenecía a nadie y ahí la tenemos cocinando doctrina en alguna de las tantas y onerosas emisoras, tan discutibles y onerosas.

Saludemos una nueva tendencia televisiva que remueve la historia, antigua y reciente y nos ilustra acerca de un pasado digno, salpicado, como no podía ser menos, por pequeños errores asumibles. Hemos conocido la historia del anterior dictador, no la brillante hoja de servicios de un militar destacable en la historia de Europa, sino la de un anciano quejoso, mal educado y solitario que se quitaba de encima el interlocutor despachado con gesto despreciativo. Antes hemos convivido con la reina Isabel y su fiel edecán, Fernando, aunque en los últimos tramos la encontramos algo gritona e histérica. No parece juntura entre la suprema frialdad del poder, la congelada razón de Estado y revolver papiros sobre una mesa que parece ser la misma, pero en algo habría que enganchar el confeti de las comadres para ligar con intereses tan dispares.

Tuvimos la vida del Rey, la del actual, Felipe VI, llegado en la cuarentena al trono. De don Juan Carlos puede certificarse una trayectoria política casi milagrosa con intervenciones felices y sombras tenues. Sólo el catetismo de una sociedad civil trastornada le ha sobrecargado veniales fallos, entre otros una débil fidelidad matrimonial, tan ampliamente admitida. Fue célebre el episodio de la cacería en Botsuana, como si el monarca hubiera entrado de noche en el museo y se hubiera liado a tiros con los ejemplares disecados. Disparar contra un elefante, cubiertos los trámites legales, no debe ser distinto que hacerlo contra unas perdices o unos conejos, salvo el tamaño. Ese tráfico sostiene la economía de su gente. Otra cosa será cuando hayan matado al último proboscídeo y les quede el recurso de comerse unos a otros.

Hemos conocido al Príncipe, de refilón durante su estancia canadiense, la reforma y entrega a las duras disciplinas que fomentan la personalidad de un futuro rey. El noviazgo y relaciones apacibles, la difícil alternativa entre el verdadero dueño de España y un padre cuya relación con la corona venía ya fracturada. Hay una inexorable tendencia a que Franco encaje con la expulsión de Alfonso XIII del Palacio Real, cuando fueron elecciones municipales las que acabaron estrepitosamente con una monarquía milenaria que no tuvo ni una compañía de la Guardia Civil para cubrir su éxodo. Lo primero que tendrían que aprender los republicanos es a conocer quién les trajo el nuevo régimen.

Asombra conocer, en la medida de lo posible, el esfuerzo de Juan Carlos I por meritar la dignidad que le aguardaba. Su prudencia, autocontrol, conocimiento de la fragilidad de lo que tenía entre manos, lo han puesto de relieve de la mejor manera posible en la tele, quedando perfilados el incomodado padre que no pudo ser rey, las zancadillas y trampas de los políticos que crecieron y progresaron bajo el franquismo, algunas peripecias mortales, como el magnicidio de Carrero y la terquedad del español por alinearse entre las primeras naciones.

Se evaluó torcidamente el Estado del bienestar, no derramado sobre los españoles, sino desatando el ansia de posesión de quienes tuvieron a mano la riqueza. Podría argumentarse que la política se concebía como un cálido y próvido seno, capaz de guarecer futuros votantes y en esto también se notó la diferencia. Franco fue un hombre solitario, de corta familia y sin ambiciones financieras, ilimitados deseos de mando ante los batallones confiscativos de las nuevas clases. Aquel sujeto marchaba en fila india, no cabe duda de que resultaba mucho más barato sacarle bajo palio que montar el Estado de las autonomías.

Este serial del Rey ha sido presentado con modestia, donde late un espíritu burlón y maniobrero que viene representado con dignidad. Lástima del añadido periodístico que nos trajo la ociosa opinión de algunas estimadas colegas, Si algo tuvo esa parte de la política española, fue cierto decoro, un secretismo en el que era muy difícil entrar. Se formó una sociedad prácticamente hermética donde el periodista no tenía acceso pues son los que llevan el bacilo de la trampa. Y algo de historia aprendimos bajo la granizada de embustes y confusiones.

stylename="070_TXT_opi-correo_01">eugeniosuarez@terra.com

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