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Un rodeo

Eugenio Suárez

Paso a la leyenda negra

Una revisión de la biografía de Juana la Loca

Es dudoso que en la historia se hayan batido extremos de la vileza vivida en estos años de democracia, pero la nación, apellidada de los tristes destinos, ha encontrado desdichas rebuscando en el seno propio, sin necesidad de apoyos externos. De manera bastante digna nos han servido como brochazos el duro nacimiento de un imperio que tuvo en una mujer el mejor exponente y son veniales los errores en el curso de la historia. Quizás demasiado hábito carmelitano, mucho cura poderoso, dogma hasta en la sopa, excesivo personaje subalterno, grande en su día y olvidado recuerdo. De poder elegir, escogería la brutal justicia que cortaba la mano a los ladrones y penaba con ayuno la sanción íntegra

Al terminar el capítulo anterior, se desliza, en voz baja, la roja gota de lacre que enrojece la narración. La Princesa de Asturias, la heredera, por su demasía amorosa y terquedad le han puesto mote en Castilla. La llaman "La Loca" susurra un cortesano y en esa definición nos ha quedado la nómina de la realeza.

Lento paso de los siglos, cerril ocupación sarracena que nos retrasó para el resto de las convocatorias, ni siquiera supimos vender la defensa de Occidente en Lepanto, salpicada la llanura castellana por el disperso rebaño de castillos desguarnecidos. En malas condiciones, sin apenas recursos, se nos echa encima el Nuevo Mundo y sus posibilidades. Al encaje de Malinas que intenta amarrar el ovillo napolitano, el enclave lemusín, los viñedos del franco-condado, las altanerías flamencas, el remoto aleteo de la mariposa filipina, las descuidadas perlas caribeñas, fueron demasiado para el testamento de dos guerreros que dormían juntos. Se disparan los apelativos y subsiste el cuerpo hirsuto de Wifredo el Velloso o el carnívoro rictus de Don Pedro el Cruel, la hora que punteó la Campana de Huesca, todo ello sin salir de la Marca Hispánica.

"Está loca". La frase acompañó a la infanta en las cortas jornadas camino de Granada, donde deberían depositarse los restos de aquel playboy desafecto, marginado, de gran hermosura corporal al que derribaron unas cuartanas deportivas. Debieron ser una diaria representación de la "Huestia" aquellos dubitativos avances, abierto el ataúd y abrigados los huesos con los mejores terciopelos. "Miradle, parece estar dormido" sin consentir que se le acercase otro ser humano en forma femenina. Después murió la reina, pértiga que traspasó el siglo prodigioso, entre las codicias nobiliarias, el origen de las grandes fortunas y un mundo que se había hecho redondo tras las firmes y erradas singladuras de Colón y un hambre secular que generaba conquistadores.

Ignoro el vericueto por donde transcurrirán los futuros episodios aunque rara vez se le ha puesto mote a una soberana con tan poco fundamento. Problemas por todas partes ligados a la formación de un país prácticamente sin Estado, pero donde pululaban los políticos, reñían los intereses, se enfrentaban razas, pueblos, necesidades. Quizás la expulsión de los judíos alcanzó una importancia que no tenía; al fin y al cabo, con todo respeto histórico, les echaban de todas partes padeciendo el amargo destino de su raza.

Entre tanto duque, condestable, virrey y labrador enriquecido se dieron finos espíritus, enlaces provechosos, alianzas recias. En aquella España fue reina doña Juana, que, al fin, consintió en que echaran tierra a su amado, cobijándole bajo un túmulo en Tordesillas, donde la mujer pasó nada menos que cuarenta y siete años, el desempeño de su hijo Carlos I como emperador.

La historia acaba no teniendo secretos y tan larga etapa se encontró con la abdicación en su nieto, Felipe II, viva ella. Está aceptada la lucidez y prudencia de esta mujer, abatida por una pena intransitiva que la hubiese hecho acreedora de mejor remoquete, pero de lo que no fue, en manera alguna acreedora ha sido de locura. Ni de amor, ni de gaitas. Pero así es como surgen las leyendas negras, ¡qué le vamos a hacer!

stylename="070_TXT_opi-correo_01">eugeniosuarez@terra.es

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