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Un rodeo

Eugenio Suárez

La mujer que no fue envidiada

Duquesa con historia y con bandera

Es lo que tiene la mucha edad; recuerdos retorcidos, incrustados, casi perdidos, con afán perdurable para salir a flote sobre la memoria más lejana. De entre las desapariciones que este año nos han afligido sin duda se lleva la palma la defunción de la duquesa de Alba, personaje singular del que se han aprovechado, especialmente, quienes apenas llegaron a conocerla bien. En primer lugar despersonalicemos al sujeto procurándole un tratamiento específico, lo más alejado posible de su peripecia biológica, para que sirva el dato menos conocido.

Esta niña sevillana nació en Madrid. Como casi signo de distinción, no era hija biológica de su padre, el titular del ducado quien, a su vez, proyectaba sombras sobre su propio nacimiento. Nada extraño cuando las propias reinas tenían la prole por un tubo sin que supieran con certeza la paternidad de los retoños y ahí tenemos a la paridora, oronda y pasable gobernanta, Isabel II. Como una de las primeras impresiones flota la cuestión que ocupó incluso un leve alzamiento de cejas al producirse el parto. División de opiniones: partidarios de que la semilla fue plantada por "el Algabeño", matador de tronío y quien parece el autor material, un financiero vizcaíno llamado Beasategui o parecido, enredado a la sazón con la tenedora del título. De ello hablaron los comicios que precedieron a las infatigables tertulias chismosas que apasionan al país, muy especialmente a la hora de la peluquería. Como apoyo exterior se comentó la solicitud del presunto padre al solicitar del Rey Alfonso XIII servicio de cámara, justo el día del bautizo por muchos interpretado como apartamiento desinteresado del período puerperal.

Es curiosa la fuerte relación que se forja entre el aristócrata y la hija habida de una esposa, que murió poco después y que prima en la vida de ambos, como simbiosis personal a lo largo de prolongados trayectos. Con esfuerzo, cuesta arriba, la clase dirigente fue armando una historia que duró, no lo olvidemos, casi 800 años, arrinconándonos en el cuadrilátero mientras el destino del mundo se jugaba a la vista del público.

Ha sido un lugar común atribuirle a la duquesa de Alba la mayor cantidad de títulos en una sola mano y parece que nada hizo por conseguirlo, salvo esperar con paciencia la muerte de tíos, tías, primos y demás parientes estériles que iban depositando en su escarcela el remoquete famoso de la posteridad. Como una excepción y un regalo, iban cayendo condados, señoríos y marquesados entre los muros de los castillos, tantas veces reconstruidos y vueltos a alhajar por un extraño fenómeno que raramente se ha dado en otros casos. Puede que requiera tiento la excepción en cuanto a uno de los grandes pecados españoles: la envidia. Esta duquesa fue querida, admirada, imitada, llorada al fin, pero es difícil seguir el trazo verde de la emulación y la desconfianza. La poderosa envidia no figura en lugar señalado.

Durante la mayor parte de la existencia hizo algo que todos deseamos: su real gana. Apenas tuvo cualidades, salvo montar a caballo y bailar como a la pata coja. De entre las paternidades de sus hijos destacó el que tuvo con un genio de la danza, olvidado hoy y no repuesto: Antonio "el Bailarín", una pasión carnal y telefónica que ocupó la atención hoy rellena con las cominerías que sirve caudalosa Telecinco.

Conocí brevemente al primer matrimonio, cuando formaban una célula aburguesada veraneando en Zarauz bajo la típica sombrilla y rehaciendo los palacios que se había llevado el fuego. Con subvenciones oficiales como ayudas recibieron las grandes posesiones agrarias. Murió joven el primer duque y la heredera se rodeó de una corte de amor que alimentaba a escritores, pintores, músicos, gentes vinculadas al arte. Al no ser contagiosa la propiedad de grandes maestros pictóricos, intentó hacerlo por sí misma, hay que decir que con escaso acierto.

La compañía de varios hijos resguardados entre las paredes palaciegas se repartía con residencias en Sevilla, Biárritz, Mallorca, Cataluña, como una gitana millonaria que "echaba" de comer exquisiteces sobre manteles de Holanda, escogiendo con tino la compañía. De aquella banda que le bailaba el agua comenzó a cansarse hasta que, procedente de una casa amiga, emanó un sacerdote secular -ni jesuita ni del Opus, curilla de seminario- que se ocupaba de sacarle partido a los vástagos ricos: Jesús Aguirre puso cerco a la hija mayor, viuda de un praviano, que le señaló el escalón que le correspondía. De dómine Cabra ocupó el lugar de correveidile multiuso y asedió a la famosa aristócrata. Aguirre también era hijo de madre soltera pero sin duda declinaba el origen de cualquier secreto y el gusto por la cultura. Hombre poco simpático utilizó los grandes recursos a mano, estructuró una importante parte documental de los tesoros ducales y sin duda llevó felicidad al yermo mundo de los toros y el flamenco en el que se movía la esposa.

Una tarde ya calurosa de julio recibo la urgente invitación para cenar en el Palacio madrileño de Liria, que solo conocí a raíz de una visita periodística. Imaginé un reconocimiento a mi calidad de escritor y fui llevado hasta las piezas del último piso, donde había montada una gran mesa bien provista. Conté, a partir de mi vecino de la derecha y al volver confieso que no me desagradó el resultado, poco halagüeño: hacía el número 14 en una reunión en la que la mala suerte estaba proscrita. Apenas pude cambiar palabras con la anfitriona al ser dificultoso disociar la dislexia con la poquedad intelectual. En todo caso, agradecí el convite.

Luego se nos casa con Alfonso Díez, decisión adulta en la que opino que salieron ganando los dos. La sombrilla se ha vuelto del revés y la reina de Inglaterra puede ya pasar delante de cualquier otra mujer de la Tierra, con permiso de las hermanas Koplowitz. Una curiosa circunstancia en la que ponemos de relieve el voto frondosamente positivo hacia alguien que lo tuvo todo, hizo lo que pudo y por una extraña carambola, no despertó odio ni disfavor.

Otra baja amiga. Para quienes habitamos esta desperdigada concha cantábrica la reciente pérdida de un amigo laborioso que deja el rastro de las cosas bien hechas, levantando con talento y elegante simplicidad el excelente restaurante "El Balneario" Fallecido a edad aún joven, le sigue el hijo Isaac, ante quien dejamos el dolor de la falta próxima. Quedan amigos, colegas, seguidores.

stylename="070_TXT_opi-correo_01">eugeniosuarez@terra.com

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