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Saúl Fernández

El mundo de los cuerdos

La actriz Concha Velasco recibió como una recién llegada los aplausos entusiastas de los espectadores que antes de anoche llenaron el teatro Palacio Valdés. Fueron quince minutos, más o menos, y poco a poco se fue transformando en una diva. Una metamorfosis en un instante: de Reina Juana, a actriz agradecida y, de ahí, al espacio sideral.

Se encendieron las luces del odeón avilesino, mandó callar y se dirigió al respetable: "¡Qué hermoso teatro tienen!", exclamó. Y los aplausos continuaron. "Podrían pensar que después de una carrera tan larga como la mía, hacer este papel es fácil. No se lo crean". Más aplausos. Concha Velasco lleva 77 años en el mundo y medio siglo sobre las tablas. Y tablas las tiene todas. Y convicción, inusitada. Concha Velasco es como Judi Dench, Núria Espert o Glenda Jackson, actrices de otro universo. La fiesta que se vivió antes de anoche en el Palacio Valdés es de las más raras: los avilesinos no suelen salir tan pletóricos del teatro, la actores no se dirigen directamente al personal. La última vez, si no me falla la memoria, con la misma protagonista sobre la escena: Concha Velasco, entonces, como Filomena Marturano. Hace diez años ya de eso. Queremos a Concha Velasco ahora y siempre.

Toda esta apoteosis tiene una causa más que evidente: "Reina Juana", la función programada el viernes por la noche en el odeón avilesino. Un monólogo casi perfecto escrito por Ernesto Caballero, dirigido por Gerardo Vera y protagonizado por una genial Concha Velasco. Tres sujetos para contar una historia que no hubiera sido la misma sin la aportación de Juanjo Llorens, que se encargó de una iluminación tan protagonista como los movimientos y las palabras pronunciadas por la Velasco.

El guión de Caballero comienza con un proemio que sitúa la acción del espectáculo: la confesión de la reina de Castilla al padre Francisco de Borja (antes de ser santo). Es corto, pero hubiera podido saltárselo. Pasa lo mismo con el epílogo. La reina loca se defiende y rechaza el mundo de los cuerdos. Los aplausos estaban preparados para ese momento. Pero esto son nimiedades. Caballero recompone la mente de la reina Juana en cada palabra que escribe. Y emociona y acongoja cuando llega el momento de la pérdida de la razón. Concha Velasco y Gerardo Vera -los dos en estado de gracia- construyen una escena de locura con los versos escritos por Caballero. Hay más locuras en el teatro: la de Ofelia, por un poner. La transformación de la mente de la monarca castellana de antes de anoche fue para recordar para siempre. Y Caballero pasa de la poesía a la comedia cuando escribe: "Villafáfila. ¡Cuánto odio ese pueblo!" Ahí fue donde Fernando el Católico la declaró oficialmente incapaz. Caballero escribe una tragedia para una sola voz y lo hace como nunca había escrito. "Reina Juana", apúntela.

Concha Velasco pilla a Juana de Castilla en la última noche de su vida: 76 años, encerrada desde los 30, madre del Emperador Carlos, hija de los Reyes Católicos, abuela del rey prudente. Mujer, víctima de las conspiraciones familiares, del amor desmedido por el archiduque de Austria... La vida triste de Juana de Castilla no deja una mujer consumida. Su derrota es su fortaleza. Todos los hombres de su familia la han traicionado. Y esa traición deja una vida plena de memoria. Todos los traidores hacen acto de presencia sobre la escena. Y todos emergen de la nada gracias a los cambios de registro de una actriz poderosa.

Gerardo Vera, el director, fue quien diseñó un espectáculo enorme: lograr que un escenario se transforme en celda y que esa celda sea lecho nupcial, palacio castellano o capilla ardiente no está al alcance de muchos. "Reina Juana" es un espectáculo que eleva a los que participaron en su producción, pero también a los espectadores disfrutaron de él.

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