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Concejal de Somos Avilés

Speaking to my güela

Sobre cultura popular

En 1903, una huelga en la fábrica de zinc de Arnao terminó con la aplastante derrota de los obreros y la venganza de la dirección de la compañía que redujo salarios, aumentó la jornada y despidió a los que más se habían significado. Muchos de aquellos trabajadores emigraron a Virginia Occidental, en Estados Unidos, a otra fábrica de zinc en el condado de Harrison que se convirtió en el polo de atracción de los emigrantes de la comarca de Avilés. Las familias se concentraron en los "Company towns", pequeños poblados pertenecientes a las compañías químicas y mineras, construidos para las plantillas de las empresas, con viviendas a bajo costo, almacenes, escuelas e iglesias. Aldeas como Spelter, donde en los "felices años 20" llegaron a vivir 1500 asturianos. Aquello era una isla asturiana en medio de los Apalaches. Montañas, valles verdes, bosques y osos como en casa, chimeneas, castilletes y ríos negros de carbón como en casa, y, como en casa, una comunidad obrera sindicalizada que mantenía sus costumbres culturales. Los domingos se encontraban en los "pickinickis", las romerías del condado de Harrison, para hablar de sus vidas, compartir recuerdos, comer, beber, repasar el cancionero asturiano y bailar a la gaita y el tambor.

Cuenta Tino González en su libro "Pinnick Kinnick Hill" que en Glencoe abrieron el Café Belmonte que era " casi idéntico al Café Colón de Avilés". "Había incluso la misma rana de metal" donde "los hombres lanzaban discos de metal intentando acertar con la boca de la rana" para decidir quién "pagaba los cafés".

Muchos de los inmigrantes llegaron a Virginia Occidental con la intención de ganar un poco de dinero y regresar a Asturias. Después vinieron malos tiempos para la clase obrera en Estados Unidos y peores en España. El sueño del emigrante se evaporó. Tuvieron que plantear su vida de otra manera. Finalmente llegó el día en que las gaitas y las canciones tradicionales dejaron de oírse en los montes Apalaches. La fábrica fue reduciendo tamaño y en los 50 echó el cierre. La comunidad se rompió y las familias asturianas comenzaron a dispersarse por todo Estados Unidos. En la diáspora perdieron la cultura por la que tanto habían luchado.

Sin embargo, y eso es lo sorprendente, unos pocos descendientes de aquellos asturianos siguen empeñados en preservar sus raíces. En el documental "AsturianUS", Luis Argeo entrevista a nietos y bisnietos de aquello emigrantes que aún conservan algún rastro de aquello. Escucharlos hablar es como abrir una cápsula del tiempo. "Acuérdome del mi güelu", dice Víctor González, antiguo alcalde de Anmoore, "facíamos longaniza todes les families trabajando pa matar el gochu". Una señora recuerda las romerías y dice: "Pickinickis muy bien, yeah, especially cuando taba en España el 'No pasarán, No pasarán'". Mira para su hija y dice: "D'eso nun t'acuerdas, nun nacieras tovía" ésta, se lamenta de no saber hablar "spanish" porque su madre únicamente lo utilizaba "when she was speaking to my güela". Me provoca sentimientos encontrados de orgullo y vergüenza saber de la lucha de aquella gente por conservar esa parte de sus raíces, ese sentimiento identitario, mientras aquí hay quien reniega del olor a pueblo, de nuestras costumbres, de nuestra lengua, de nuestro patrimonio.

Nuestras creaciones colectivas se van sustituyendo progresivamente por la seudocultura de las franquicias, lo que en muchas ocasiones hay quien confunde con cosmopolitismo. Comer hamburguesas de carne de origen dudoso, tomarnos un café aguado de pie en la calle, jugar a la bolera americana o celebrar el black Friday no nos hace más ciudadanos del mundo, nos hace más mercancía dispuesta a consumir mercancía.

Hay una mano invisible que me empuja a amar y a defender la cultura popular, la que nace del pueblo, sea el que sea, aquí y en Guatemala. Me toca poner lo que pueda para luchar por la que me rodea, la cercana, la que mamé, la de mi gente. Siento que así pago una deuda.

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