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Francisco L. Jiménez

Crítica / Danza

Francisco L. Jiménez

Asombrados

El espectáculo que repasa los 20 años de la compañía de danza de Sara Baras está tan engrasado que la bailaora solo tiene que entregarse al disfrute de su arte

La abuela materna de Sara Baras -la "de aquí, la de Asturias", según recalcó la propia artista sobre el escenario del auditorio del Niemeyer al término de la función del viernes- era farruca. Es decir, era una asturiana afincada en Andalucía. Y es que en ciertos lugares más abajo de Despeñaperros, lo mismo que en Cuba, a los gallegos y a los asturianos emigrados se les llamaba farrucos. También a los que se llaman Francisco, pero esto no viene a cuento; la abuela de la bailaora se llamaba Sara, y de ahí el nombre de la artista y, quizás, cierta debilidad que la de San Fernando tiene por esta tierra, a la que siempre piropea generosamente.

Volviendo al tema de la farruca... Aquellas familias del Norte desplazadas al Sur -sí, el mundo al revés- llevaron consigo melodías que los andaluces, tan dados al mestizaje, pronto aflamencaron. Y así surgió el palo de la farruca, caracterizado al comienzo del cante por el inconfundible "tran-tran-tran-tran-treiro". Hasta guitarristas de la talla de Paco de Lucía cultivaron el género y en el apartado de baile se tiene por pioneros a "El Gato" y "Faíco".

La farruca no es, propiamente, un baile para mujeres, pero como nada hay escrito al respecto, acabaron surgiendo réplicas femeninas en los tablaos: Rafaela la Tanguera, Tía Juana la Faraona... Y en versión contemporánea, Sara Baras, que abre y cierra su espectáculo "Sombras" vestida con pantalones, como manda el canon, bailando farrucas, el palo más representativo de la dilatada y exitosa carrera de la poseedora del Premio Nacional de Danza.

Baras sublima la farruca a niveles inverosímiles. Las dos piernas que todos tenemos para caminar y algunos afortunados para bailar con cierto sentido son una herramienta de alta precisión en el cuerpo de esta bailaora tan elegante y sutil en los gestos como demoledora cuando entra en acción su tren inferior. Es la farruca un baile que destaca por un zapateado con gran profusión de contratiempos y figuras rítmicas que requieren tremendo virtuosismo -lo que a la gaita vendrían a ser los floreos-, una especialidad que delimita hasta donde llegan los bailaores buenos y donde aparecen los excelsos. Huelga decir que la Baras milita en la Liga de los segundos.

El espectáculo "Sombras", no obstante, no se limita a las coreografías de farruca. El montaje es lo suficientemente variado para no resultar cansino en ningún momento; alterna números para lucimiento de Sara Baras con piezas de baile grupal, cante y toque, ritmos de flamenco puro y momentos evocadores de África, el Lejano Oriente o el tango. El cuerpo de percusión (Antonio Suárez y Manuel Muñoz, "Pájaro") acompaña en milimétrica sincronía los pies de la bailaora subrayando el retumbar de sus tacones hasta momentos de éxtasis. Grandes, igualmente, los trabajos al cante del Rubio de Pruna e Israel Fernández, el magisterio a las guitarras de Keko Baldomero y Andrés Martínez y la sensibilidad en los vientos de Diego Villegas.

La maquinaria de "Sombras" está tan bien engrasada -ya son dos años girando- que Sara Baras solo tiene que entregarse al disfrute de su arte y seguir el consejo que le dio Paco de Lucía: "Cuando tengas dominada la técnica, ejecútala poniendo el alma en cada taconazo". Y a fe que la gaditana no se deja nada dentro porque alguna que otra astilla de esa pasión que pone al baile ha quedado clavada en las paredes del Niemeyer.

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