La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vita brevis

La última cagada

Ha salido el doctor Sánchez, don Pedro, como una visión apocalíptica, semejante a aquello que dice: "Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, todos en el cielo guardaron silencio durante media hora." Así anunció un estado de alarma que, al cambio, viene a ser como una de las trompetas de los siete ángeles que, cuando cada uno de ellos las toca, suceden grandes cataclismos que preceden al fin del mundo.

El caso es que el personal está ya muy resabiado y, al venir la cosa que presumía que se avecinaba, se fue preparando para el infortunio con toda clase de aprovisionamientos. Tan previsora fue la chusma soberana que acabó con las existencias de todas las estanterías de los centros comerciales y de cuantos más establecimientos expenden cosas de comer y otros útiles.

Así que se ha podido ver estos días previos a la declaración de la alarma nacional, salir de tales lugares personas de toda condición con carros cargados hasta reventar y desbordando paquetes de arroz, legumbres y macarrones, latas de conservas, yogures y todo tipo de productos en cantidades propias para aprovisionar a ejércitos mayores que los que utilizó Napoleón o el mismísimo general Eisenhower tras el desembarco de Normandía.

Me encontré a una sensata amistad que venía de uno de esos establecimientos esquilmados y que portaba sólo dos modestas bolsas que, por su apariencia y magnitud, nada llevaban más que las cosas que habitualmente se compran en un día cualquiera del año. Tardó un sinfín en pasar por la caja. Desesperada por la demora, dijo al que parecía encargado: "Oiga, ¿por qué no reservan una caja para los del apocalipsis y otra para la gente normal?"

Se ve que toda esa gente recordaba que el tercero de los jinetes de la Apocalipsis monta un caballo negro que representa el hambre y que precede al cuarto, que es la muerte. Así que, por hambre, que no sea. Buen razonamiento si estuviéramos en el fin de los tiempos.

Lo que resulta más chocante es que, generalmente, esos acumuladores de productos no sólo adquieren comestibles. Lo más abundante y voluminoso de los carritos de la compra son los rollos de papel higiénico, tantos que se diría que las selvas del Amazonas han quedado taladas al ras. Es misteriosa esa querencia desaforada porque en el libro de la Revelación de San Juan no aparece ningún jinete ni ningún ángel con trompeta que anuncie una diarrea universal. Para ese fin de los tiempos se anuncian gran número de males, pero ninguno es una gran cagalera que tupa los retretes, desagües y depuradoras.

Parece que las gentes han creído que el estado de alarma produce grandes retortijones de estómago, de manera que vayan a tener que sentarse cada poco tiempo en la taza de baño o inodoro, que parecen palabras cursis para denominar al cagadero, aunque no se queda atrás lo de retrete, que es palabra cultísima porque deriva del verbo latino "retrago", que significa recogerse. Puede que todo sea una cuestión teológica, por eso de que, si se va uno a morir, al menos se presente ante San Pedro con el culo limpio.

Compartir el artículo

stats