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VITA BREVIS

Brotes

La difusión del temor a contagiarse

Estaba el otro día en una terraza con un conocido que no es doctor, como don Pedro Sánchez. Ni siquiera es licenciado vidriera y ni tan siquiera tiene el bachillerato, por lo que pudiera haber sido político, como tantos otros, aunque no lo es. Digamos, por tanto y en definitiva, que es un sujeto común, como millones de los que pueblan nuestra nación y otras tantas.

La conversación discurría por derroteros más o menos animados y, naturalmente, también se suscitaron cosas de actualidad, como la aparición en Asturias de una señora a la que le detectaron la presencia del virus ese. Mi contertulio no le dio mayor importancia a esa cuestión, porque dijo que no era un rebrote del coronavirus, sino que se había contagiado.

Véase que el común a lo que le da importancia es al rebrote del bicho, porque deben pensar que es algo que surge de entro de forma misteriosa, tal como si fueran hongos o una verruga. Ahí es donde está el peligro, porque viene a ser como una especie de Kuato, que se parece a Pujol y que es el líder mutante de la resistencia en el planeta Marte de la película "El desafío total".

Así anda el personal imaginando cómo es el bicho chino que rebrota y anda por ahí sin que se pueda ver. Es la encarnación a escala moderna y diminuta de Satanás. Como ya pocos se creen que Satanás, todo él de rojo sarampión, con cuernos de cabra y rabo puntiagudo, pulule por el mundo para la perdición de las almas, las fuerzas demoniacas se han transformado en un bichejo verde, redondo y con tentáculos, al que tampoco se ve, pero que anda por ahí de forma misteriosa para atacar a los humanos con brotes y rebrotes.

Si llamaran a estas manifestaciones del virus pimpollos o renuevos tendrían un efecto apetecible, porque a quién no gusta ver cómo nace de la tierra una planta, o cómo ésta echa hojas o flores, o cómo sale un manantial de agua de una roca. Pero, no, se llaman brotes y rebrotes, que así se representa mejor en el imaginario común la manifestación de accesos en la piel, como los granos, la viruela o la lepra, que siempre ha sido temida desde tiempos inmemoriales, de tal manera que a los infectados por ella no les era permitido entrar en las ciudades y en los poblados e, incluso, debían deambular con una campanilla para avisar de su presencia.

Como el virus ese no se aprecia a la vista, pero dicen que circula por ahí, sin que se sepa por dónde, no hay campanillas que nos avisen de la presencia de infectados. Y ahí está la cantinela cansina de repetirnos sin descanso que haya habido un brote aquí y otro rebrote acullá, a pesar de que ya estamos en la normalidad, que es nueva por ese empecinamiento de darnos la murga con los peligros del dichoso virus. Nadie se ha muerto con estos brotados, salvo una señora de 98 años a la que le detectaron el bicho en el hospital, pero que más bien debió fallecer la buena mujer porque, por la edad, andaría llamando ya a que le abriera las puertas san Pedro. Por lo que se sabe tampoco han tenido que ingresar a nadie por ser rebrotado, que todos los afectados anduvieron por ahí y hasta ahora tan ricamente, y se sabe de su brotar porque a poco que estornudes te hacen un análisis de esos, que antes no se hacían porque no había.

Y lo peor de la amenaza pesadísima del lobo que viene en forma de virus es el repetido tostón de que hay que llevar mascarillas y alejarnos los unos de los otros. Es que los humanos somos una especie del orden de los primates y, como tales, somos animales gregario. Por esa razón tendemos impulsivamente a vivir agrupados con otros congéneres. Ese afán de distanciarnos nos aísla los unos de los otros y, por tanto, nos deshumaniza, convirtiéndonos en seres solitarios, mucho más fáciles de dominar y más dóciles al poder político, económico y social, que así se perpetúa más fácilmente evitando la fuerza resistente del grupo. Nada mejor para conseguirlo que difundir el terror a contagiarse de otros miembros del grupo. .

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