La Nueva España

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Juan García

Aquel 13 de marzo de 2020

Reflexiones sobre el paréntesis que ha abierto en nuestras vidas y ocupaciones el coronavirus

Aún era viernes; aún seguía siendo viernes 13 de marzo de 2020. Las doce menos diez de la noche. Acabábamos de entrar en el estudio de la radio para, otra noche más, encontrarnos en las ondas radiofónicas con los oyentes de “La curuxa”. Los invitados ya estaban sentados y enfrentados (entiéndase por el lugar que ocupan en la mesa) para proceder a dar lectura al texto escogido por ellos mismos del Quijote y su posterior comentario, como previamente acordáramos, con motivo de la celebración del Día del libro, en un mes aproximadamente.

Era una noche rara. Algo había en el ambiente, desacostumbrado y difícil de describir. Minutos antes hablé por teléfono con uno de nuestros invitados planteándole incluso suspender el programa después de la sobreinformación que durante todo el día uno había venido recibiendo acerca del virus asesino. Finalmente, allí estábamos, en el estudio de la radio, cuando uno de los invitados apuntó: ¡“Venga, como los músicos del ‘Titanic’; ánimo y vamos hasta el final”! No sé a estas alturas si el comentario tuviera entonces algo de premonitorio, pero desde luego, fue la última noche de emisión de “La curuxa”.

El paisaje, no obstante, era inédito y sorprendente, a la vista cuando menos. Frascos de alcohol por encima de la mesa, toallitas húmedas para poner en los auriculares, “distancias sociales” entre nosotros... Hay fotos que lo atestiguan. Y eso que sólo hacía dos minutos se acababa de decretar el estado de alarma en España. Éramos de los últimos aquella noche en concluir el respectivo trabajo y compromiso que un día adquiriéramos, en este caso, con la audiencia del programa.

Quien escribe este texto, aquel día despidió su editorial semanal en las ondas del siguiente modo; cito textual: “Entre tanto, en vez de estar movilizando plenamente, ya mismo, por ejemplo a la Unidad Militar de Emergencias (UME) construyendo hospitales de campaña noche y día para evitar los posibles colapsos en las urgencias de los hospitales, nos encerramos y nos damos a la vida plácida en Moncloa entre colchones de última generación”. Cierro la cita.

Con el lento, lentísimo paso de los días de confinamiento y tener mucho tiempo para pensar, con el poder del análisis retrospectivo de según qué situaciones (nunca debieran de faltar este tipo de situaciones para poder aprender) y si en el momento de leer aquel editorial hubiera sido el consejero de cabecera del presidente del Gobierno de España y solamente haber ejecutado ese trozo final del tal editorial, presuntamente se hubieran salvado muchas vidas, desgraciadamente malogradas en la situación por la que hemos y estamos pasando.

Muchos van a ser los aprendizajes que algo con tan aparente poca entidad deje tras de sí después de su aniquilación, a toda la población mundial de este planeta. Pero, algún sedimento bueno después de la catástrofe iba a tener que dejarnos esta peste. Alguno citaremos más adelante.

Entre tanto, Silvia Argüelles y Paco Jiménez (abogada la primera – y por cierto, presidenta de la Sociedad Económica de Amigos del País de Avilés y Comarca– y periodista el segundo), nuestros invitados de la noche de aquel día en el estudio, dispuestos junto a Julián Menéndez (al mando de la cosa técnica) y quien esto escribe, Juan García, en labores de coordinación y presentación, dispuestos a pasar una agradable noche de radio. Por cierto, con estas palabras o parecidas se despedía el periodista al final del programa. Motivo de orgullo para nosotros, por otra parte, si consideramos, sensu estricto, la profesión del personaje.

Decíamos que algún sedimento bueno habría de dejarnos esta peste (ya veremos en su momento, si estudiada y prevista) después de los miles de muertos y afectados colaterales por los que hoy, desde luego, vuelvo a entonar mi rezo.

Me pregunto si quizás nos hayamos recolocado (o intentado al menos) en posición bien distinta a la que hasta ayer veníamos ocupando en nuestra placentera vida, la de unos más que la de otros indudablemente. Pues queridos, si no lo hemos hecho hemos desaprovechado una oportunidad de oro, además de ser muy cerriles por otra parte. Porque si lección positiva hemos de entresacar de todo esto es precisamente la cantidad de oportunidades de recolocación en todos los órdenes que el maldito virus ha repartido. Profesionales de la sanidad incluidos y otros muchos y distintos tipos de técnicos intervinientes, que de una u otra manera algo tuvieron que decir en esta maldita crisis sanitaria y económica que padecemos y aún padeceremos, y que creo les faltó ese punto de no retorno entre acatar una orden (sin mucho sentido a veces) dada por la incuestionable superioridad y la fuerza de la razón y experiencia del profesional de turno. Puro empirismo, vaya.

Entiendo sobradamente, por otra parte, el intachable comportamiento laboral de esos profesionales que teniendo que trabajar en muchas ocasiones en verdaderos estados de penuria, como lo han hecho en esta crisis, llevaron y ejecutaron hasta las últimas consecuencias las infortunadas órdenes que muchas veces recibieron.

Y desde luego, con todo y con esto, no solamente en el sector sanitario hubo y hay héroes anónimos; en otros que pasaron más desapercibidos también hubo héroes y de mucha talla. ¿O acaso nuestros profesores y maestros no vivieron y viven al filo del contagio diario? Y así, tantas y tantas profesiones y oficios.

¿Saben lo que pasa entretanto y en sentido figurado? Que si cual patio de vecinos se tratase, donde casi todo el mundo decía y dice lo que quiere, de la manera que quiere, y a la hora que a uno le apetezca, hay demasiadas voces disonantes (autorizadas unas, otras menos) que concurren con la misma temática y gran desconocimiento de la misma, en el referido, figurado y con poco orden, patio de vecinos. (Entiéndase en este caso por patio de vecinos, medios de comunicación, tertulias de radio y televisión, partidos políticos, lugares oficiales de debate, etcétera).

Y el virus entretanto (permítanme esta poco ortodoxa licencia literaria), en estado de “descojonación”.

En la línea anterior y como en casi todas las catástrofes, hay alguien que siempre sale y saldrá indemne entre tanto caos y destrucción. No podía ser otra, en esta ocasión también, que la clase política gobernante, oposición incluida. Aquí, según parece, nadie tuvo ni tiene culpa absolutamente de nada, y por eso todos nos vamos de vacaciones; ya llegará el próximo año y con él, nuestras inconsistentes y pasajeras preocupaciones.

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