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Fernando Alonso Treceño

Vida más allá de la vida

Reflexiones sobre la muerte en vísperas del día de Todos los Santos

En tiempos de oscuridad se maltrata a los vivos y a los muertos, se vive como si no hubiera nada sólido y real a qué aferrarse. El desprecio a los mayores y a la vida en general durante esta pandemia pone los pelos de punta, nos señala la parte más animal del hombre; si es dura e inexplicable la muerte de los seres queridos, verlos marchar a la deriva, sin apoyo y sin poder despedirse es para volverse loco, causa de graves conflictos y pesares. Es un peligro vivir en una situación así, nos obliga a agotar el instante, a estar más vivos que nunca.

Una cultura de la muerte exenta de valores y principios sagrados mata a los niños antes de nacer y a los viejos antes de que les llegue la hora de morir. Hay que prepararse a morir en cualquier momento, es cierto, pero viviendo como si nunca fuéramos a morir. Cuando todo puede pasar hay que pasar de todo lo que no es esencial y decisivo.

Los seres queridos que se han ido, y a los que honraremos el domingo, no mueren nunca pero ayudan a quienes aman, están vivos en nuestra memorial, aparecen en los sueños, sentimos su presencia en momentos de peligro.

Estamos vivos por dentro siempre que no matamos el niño que somos y el ángel que llevamos dentro. El miedo a morir mata, la falta de fe conduce a una oscuridad interior insoportable; moriremos como hayamos vivido, la certeza sobre la vida eterna no se encuentra en los libros ni en la razón, está en lo más profundo del ser.

Cuanto mejores seamos en esta vida, más cerca estaremos de la luz que salva y libera. Tenemos que crecer día a día por dentro para que cuando nos encontremos en el momento más decisivo de la vida demos un salto de gigante hacia una nueva dimensión: sin Dios vivimos solos y morimos sin nada bueno a qué agarrarnos.

Cada uno recibe las huellas de una existencia más alta, los signos indiscutibles que le indican el camino a seguir, pero hay que abrir bien los ojos para verlos. Gracias a la oración, el ayuno, la meditación y la caridad nos iluminamos, ganamos en paz y desterramos la triste soledad de nuestro espíritu.

Cuanto más amemos a quienes nos aman más serenos amados por seres de luz que nos protegen. Cada hombre es un universo, la vida es una enseñanza y la muerte el paso necesario para retornar al paraíso. Los muertos no mueren nunca cuando están vivos en el corazón.

Como dijo la santa mística del alma: “Ven muerte tan escondida y que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida”.

La vida es el comienzo de la muerte; la muerte es el principio de la eternidad.

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