“Cógeme la mano, amor / que vengo muy mal herido / herido, de amor huido”. Estos versos pertenecen a una cancionilla que escribió Federico García Lorca a comienzos de los treinta y que el poeta incluyó originalmente en “Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín”, una aleluya erótica, como dicen los profesores de historia de literatura, con pinta de “El viejo celoso” o cosa así.

Sin embargo, hubiera podido colocarla en el pórtico de “Mariana Pineda”, su tragedia liberal, la menor de ellas, una de las grandes obras del siglo XX español. Porque Lorca, cuando escribía poca cosa, escribía mucho más que cualquier contemporáneo y que quienquiera que se hubiera atrevido a seguirle tras su marcha violenta del mundo de los vivos.

Esta presunción es la que aprovechó Javier Hernández-Simón, el director de la nueva versión de la historia triste de la mártir del progreso contra los realistas del rey Fernando, cuando saca el poemilla del amor herido en su espectáculo, cuando lo convierte en canción y a Mariana en santa en procesión. Todo esto antes de contar que aquella mujer que tejió la bandera de los liberales dejó de vivir porque la libertad había sido cercenada, porque se negó a aceptar que el futuro pudiera oscurecerse a base de los movimientos ultramontanos de tipos tan rancios como Tadeo Calomarde, su ejecutor principal, el que acabó con la insurrección.

El teatro Palacio Valdés aplaudió antes de anoche el trabajo de Hernández-Simón y, sobremanera, el Laia Marull en esta nueva “Mariana Pineda” enriquecida (mucho) con una iluminación que parecen versos (Juan Gómez Cornejo e Ibón Aníbal) y una escenografía (Bengoa Vázquez) de ocho puertas móviles que agobian la tristeza y que liberan las alegrías, con un juego de cintas de color rojo que unas veces son llamaradas y otras hilos de la bandera liberal y siempre sangre que se vierte. Lorca trajo al presente a una heroína de los liberales y la hizo llorar de amor y mantener su fuerza contra la opresión