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Milio Mariño

Enfermar de la crisis

Las cicatrices económicas que va a dejar la pandemia de covid-19

Mientras paseaba por el parque, contemplando la desnudez de los árboles y las hojas secas que alfombraban el suelo, recordé que hace apenas un año, el otoño pasado, vivíamos en una sociedad donde la capacidad económica y el tiempo disponible eran la única limitación para nuestros sueños. Cada cual tenía los suyos y aunque la desigualdad social marcaba las diferencias, había confianza en que todo marchaba bien y lo que iba mal se iría corrigiendo. La tecnología y el desarrollo científico parecían no tener límites. Y como, además, los ricos volvían a ganar mucho dinero, no era descabellado pensar que nosotros podríamos volver a donde estábamos hace diez años. Era lo que nos habían prometido, que nuestro sacrificio y las penurias que habíamos padecido durante la crisis del ladrillo servirían para fortalecernos y que volviéramos a la felicidad del 2007, ahora en el 2020, o en el 2021.

Seríamos unos ingenuos, pero era lo que pensábamos hace apenas un año. Creíamos que alcanzaríamos la felicidad de diez años atrás, porque era lo que nos habían prometido y un mensaje repetido acaba convirtiéndose en la verdad, aunque la lógica diga lo contrario.

Ahora ya no pensamos así. Pensamos en lo frágil que es el mundo, al menos para nosotros, y en el poco sentido que tiene hacer planes sin contar con la salud. En solo unos meses hemos recuperado sensaciones tan humanas y prácticamente olvidadas como el miedo a la ruina y, sobre todo, a la muerte. También nos hemos dado cuenta de que podemos vivir sin salir todos los días de bares, aunque sea muy divertido.

Nos hemos dado cuenta de muchas cosas y otras preferimos no pensar en ellas porque nos aterrorizan. Hace poco leí una encuesta en la que el 58% de los españoles reconocía que su economía doméstica se había deteriorado durante la crisis sanitaria y las expectativas de futuro eran, todavía, peores. Algo que todos sabemos, y callamos, porque somos conscientes de que realidad ha desbordado todas las previsiones. Las estadísticas siguen empeorando y aunque la vacuna pueda estar disponible de aquí a unos meses, todo apunta a que las cicatrices serán tan profundas que durarán no se sabe el tiempo. Así que ya no pedimos volver al 2007, pedimos volver al 2019, aunque desde todos los ámbitos nos llegue la falsa promesa de que saldremos más fuertes.

Más fuertes ni de broma. Quienes tengan la fortuna de no contagiarse, o de padecer la enfermedad y superarla, se enfrentarán a una crisis económica que los convertirá en enfermos crónicos. No estarán curados, como dirán las estadísticas oficiales. Estarán vivos, eso sí, pero el sufrimiento se habrá instalado en sus vidas y la vuelta a la normalidad será la vuelta a una crisis aún peor que la pasada.

Los miles de millones en subvenciones que aportan el Estado y la Comunidad Europea significan que estamos y estaremos en deuda. El dinero nos lo dan poniéndonos como aval una fianza que tendremos que ir pagando con más trabajo, más impuestos y nuevos recortes sociales. Lo están vendiendo como si fuera gratis. Pero de gratis nada, ya verán cómo de aquí a unos meses nos exigen que volvamos a equilibrar las cuentas. Y eso es costumbre que se haga como se hizo siempre: con la sangre, el sudor y las lágrimas de los que menos tienen.

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