Os escribo, Majestades, para deciros que el ser humano está roto y descompuesto, el mundo está atravesando un grave peligro, un serio retroceso espiritual, una caída en picado de los valores y principios permanentes, una marcha atrás imparable, una situación muy difícil de soportar. Hemos perdido, en poco tiempo, la seguridad en nuestras fuerzas, el ejercicio de la libertad y los tesoros de nuestras creencias, hemos quedado reducidos casi a meros espectadores de lo que ocurre, a simples cumplidores de órdenes y mandatos, como si fuéramos piezas sin valor de un engranaje a escala global. El miedo a enfermar y el pánico a morir nos han cambiado la conducta habitual haciéndonos olvidar que nuestra principal misión en la tierra es recuperar la divinidad perdida y volver de nuevo al paraíso.

El alma y el corazón conocen razones que la razón no entiende, han quedado por debajo de la técnica, la informática y el poder científico.

Cuando olvidamos las cosas buenas, el bienestar de los recuerdos hermosos, la satisfacción del deber cumplido, el sueño de las estrellas y la atracción hacia la inocencia las cosas se ponen mucho peor. La incertidumbre por el mañana y el fin del espíritu crítico nos sumen en una peligrosa situación: cuando se olvida el respeto a lo sagrado aparecen los fantasmas de la mente oscurecida.

Os pido, en nombre de todos los niños, que nos quitéis el miedo del cuerpo para recuperar las luces sanas del despertar, el don de ser mejores cada día, luminosos por dentro y grandes en lo esencial.

Si no recuperamos la sonrisa infantil, las ganas de vivir, el agradecimiento a lo alto y ejercemos el amor como la única medicina perderemos el timón de nuestro destino.

Necesitamos como el comer recuperar la vida normal, la alegría de vivir, la paz que supera todos los problemas y que la humanidad retorne a su estado anterior donde todo parecía que iba bien y estábamos tranquilos y alegres. Os pido magia para seguir caminando, misterio para continuar soñando y valor para superar los problemas y crecer en la adversidad.

Para recuperar nuestra salud tenemos que volver a ser como niños, vivir lo que vale, luchar como titanes, sentir en cada hálito el encuentro con lo eterno, dar sin esperar nada a cambio y retornar al jardín dorado del amor, ese idílico y poderoso lugar donde los hombres se quieren como hermanos y está prohibida la oscuridad, el miedo y el dolor.

Vivamos como dioses, sintamos como niños y amemos como criaturas celestiales: es el mejor regalo para ser felices y ver el lado bueno de la realidad.

Me gustaría que todo lo malo pasara y que nunca vuelva más: la inocencia de un niño y su felicidad es lo más sagrado que debemos lograr para que el universo siga poniendo estrellas en la noche y ojos agradecidos que las pueden gozar.