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Milio Mariño

Los felices 20 y el 21

Apuntes de un escéptico sobre la pregonada recuperación que comienza este año

Dicen, para animarnos, que este año será mejor que el pasado y que de ésta saldremos más fuertes y en mejores condiciones. Se agradece, pero viendo cómo están las cosas no me planteo salir ganando, me conformo con empatar. Con no subir a ese tren para el que no hay billete de vuelta y con volver a disfrutar de lo que ahora mismo echo en falta. He llegado a la conclusión de que soy un superviviente. Un tipo con suerte que ha sobrevivido, hasta la fecha, a la terrible pandemia y que, además, tiene salud, techo y comida. Así que solo me queda dar las gracias y esperar que volvamos a la situación de 2019.

Soy fácil de conformar, no espero milagros ni nada excepcional. Por eso me sorprende que los políticos, las personas más influyentes y los medios de comunicación insistan en hacernos soñar con un 2021 en el que el mundo será distinto y mucho mejor. Parece como que la vacuna contra el covid-19 fuera un bálsamo que lo cura todo y que con un par de inyecciones se resolvieran, incluso, los problemas sociales. Tenemos mala memoria, olvidamos pronto que del sufrimiento y el dolor no se saca nada bueno. Lo decía Ferlosio: “Vendrán años malos y nos harán ciegos del destino”.

"Pienso que nada hace suponer que, precisamente este año, el mundo vaya a cambiar para convertirse en un mundo mejor"

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Por eso, a riesgo de que me llamen cenizo, pienso que nada hace suponer que, precisamente este año, el mundo vaya a cambiar para convertirse en un mundo mejor. Muchos apuntan en ese sentido, pero las predicciones pueden hacerse de dos maneras: sobre una base empírica, con un margen de error razonable, o como lo hacen los que viven del cuento y utilizan la bola de cristal, el tarot o los posos del té.

Deben ser estos últimos los que predicen que, de hora en adelante, el capitalismo se hará bueno y la riqueza no estará concentrada, cada vez, en menos manos. Que lloverán del cielo grandes millonadas de dinero mágico, que harán posible que apenas se paguen impuestos y que las generaciones futuras no tengan que soportar sobre sus hombros una deuda pública que las asfixie. También, por fin, que se reforzará la salud pública, mejorando las condiciones de trabajo de sus profesionales y aumentando las plantillas hasta equipararnos con Alemania. Además, los partidos de derechas y los de la izquierda dejarán de acusarse mutuamente de todo lo imaginable y remarán todos a una y con el mismo rumbo.

Para que no falte de nada, se hará realidad lo de salir juntos, de modo que los de arriba se mezclaran con los de abajo y la pandemia será sustituida por una epidemia de felicidad. Algo parecido es lo que pronostican, algunos, para el 2021 sin que les importe tanto decir la verdad como aprovecharse de la desesperación. Saben que necesitamos creer que esto pueda cambiar y alimentan la idea de que allá por el mes de junio viviremos en un mundo maravilloso: eficaz, eficiente y más justo. Ojalá fuera así, pero esas expectativas se verán defraudadas, no porque no vaya a ser cierta una cierta mejora, sino porque lo que nos anuncian no es creíble ni aunque nos liemos la manta a la cabeza. La idea de que los felices 20 empiezan el 21 es tan ingenua que apenas alcanza para un suspiro. Cuando acabe la pandemia, lo único que saldrá mejor serán los postres caseros.

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