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Milio Mariño

La nevada de Madrid

La soberbia y prepotencia urbanita frente a los pueblos

Estos días pasados sentí envidia sana cuando vi que nevaba en toda España menos en Avilés. Aquí apenas cayeron dos granizadas que solo sirvieron para alimentar el deseo infantil de que el granizo fuera a más y la nieve llegara a cuajar, cubriendo los tejados, los árboles y las aceras, con ese manto de musgo blanco que siempre resulta enternecedor y maravilloso. Quería revivir la melancolía de mirar por la ventana y ver como caía la nieve. Pero Filomena, la borrasca, no quiso darme ese gusto y nos dejó, de regalo, el aire helado que asola las orejas tiñéndolas de morado.

Salimos perdiendo. No disfrutamos de la alegría que trae consigo la nieve y sentimos el mismo frío. Una pena porque la nieve viene bien para muchas cosas y, sobre todo, para la soberbia. Para esa prepotencia de los urbanitas, que creen que solo nieva en los pueblos y que las ciudades están a salvo de cualquier inclemencia.

Los urbanitas son mayoría. Más de la mitad de la población vive, hoy, en zonas urbanas. Una tendencia que va en aumento pues según los últimos estudios pasaremos del 51% actual al 65% en apenas dos décadas. Así que, como dijo Díaz Ayuso, si nieva en Madrid, que según ella es España, España se paraliza y la gente de los pueblos queda con la boca abierta mirando como los paletos de la capital son incapaces de hacer frente a una nevada por más que estuvieran super avisados.

Lo que ocurrió tiene su explicación. Los que viven en la gran ciudad piensan, con soberbia, que su opinión es superior a la realidad. No aceptan obedecer las indicaciones ni que pueda derrotarlos una nevada. Un fenómeno natural salvo, al parecer, para los habitantes de las grandes ciudades y las últimas generaciones, que no saben nada de los ritmos de la vida, el paso de las estaciones y los fenómenos naturales, más allá de las jaulas de ladrillo, donde viven, y los caminos de asfalto por los que transitan sin que ningún obstáculo se lo impida.

Sufren una desconexión suicida con la naturaleza y convierten algo normal, como que nieve en enero, en un acontecimiento insólito. Piensan, como bobos, que son invulnerables. De ahí que se indignen porque no haya una legión de obreros que, pala en mano, limpien las aceras, o porque se han visto atrapados con el coche o su teléfono móvil se quedó sin batería.

Podrían ser anécdotas si no fuera que ese comportamiento supone que nos traten, a todos, como idiotas. Que tengan que hacer sucesivos y constantes llamamientos a la prudencia diciendo que hay hielo en las calles y nieve en las carreteras. Insisten en darnos consejos como si fuéramos tontos y no supiéramos que en el hielo se resbala, que la nieve puede dejarte atascado con el coche, o que hay que abrigarse y protegerse del frío cuando el termómetro está bajo cero.

Lo malo que ahí no acabó la cosa, los consejos chorras se completaron con un ejemplo práctico que es para nota. Con Pablo Casado quitando nieve a paladas. Justo lo que nos faltaba, un oportunista intentado aprovecharse de la nevada. Lástima que no nevara en Avilés y que la nevada de Madrid tampoco sirviera para corregir las tonterías de quienes han olvidado que lo normal es que nieve en enero, incluida la señora Ayuso y el señor Almeida.

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