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Luis Suárez Mariño

El mapa y el territorio

Luis Suárez Mariño

Volver a los clásicos

El lenguaje y la tecnología como instrumentos para imponer la ideología

Los medios tecnológicos nos exponen hoy a una lucha dialéctica entre dos modos de vida: uno que ofrece la posibilidad –ignota hasta escasas fechas– de acceder al conocimiento a través de la imagen o la lectura de casi todo lo escrito y divulgado; y otro en que una utilización perversa de esos mismos medios merma nuestra capacidad de atención, conocimiento y capacidad crítica.

La ausencia del hábito de la lectura –cada vez más frecuente en nuestros días– dificulta la comprensión y facilita la ausencia de análisis y capacidad crítica. Ordinariamente se pervierte el lenguaje, bien desposeyéndolo de su maravillosa capacidad expresiva, bien manipulando el significado de las palabras de manera más o menos grosera. Un ejemplo máximo de esa perversión lo tenemos en el lenguaje político, tan desprovisto de mesura y racionalidad, tan preñado de lugares comunes, frases hechas, a veces inocuas y a veces ofensivas. Tan lleno de adverbios y adjetivos y tan carente de sustantivos y verbos precisos.

En su libro “LTI: La lengua del Tercer Reich”, el filólogo e historiador Víctor Klemperer analizó la importancia del lenguaje como instrumento para imponer la ideología nazi. En ese libro explica Klemperer la forma en que la propaganda nazi utilizó el idioma como medio de manipulación política.

También, después de la II Guerra Mundial, George Orwell escribió su novela “1984”, que transcurre en un estado totalitario –más parecido a la China actual que a la Alemania de la época nazi– donde se crea un lenguaje propio, la Neolengua, cuyos principios se explican al final de la novela. Un lenguaje con muy pocas palabras –una versión muy simplificada del inglés– al que se pretende traducir las obras de la literatura universal para después destruir los originales.

La última intención del poder es reducir la capacidad expresiva del lenguaje para limitar con ello la capacidad de pensar.

La sociedad que describe Orwell está controlada por un Estado subyugante que para conseguir sus objetivos no tiene reparos en dotarse de un Ministerio de la Verdad cuya misión no es otra que la de crear una falsa realidad a base de la difusión masiva de información falsa, la tergiversación interesada del pasado y del presente, la utilización de identidades también falsas, o el borrado de la huella dejada por personas ya desaparecidas, por considerarlas un peligro para el sistema.

El riesgo de manipulación que describió Orwell en “1984” viene hoy, gracias a la tecnología y los big data, de los estados dominantes, de los partidos políticos nacionales y de las grandes corporaciones, pues todos ellos intentan, en pos de su propio interés, conocer nuestros pensamientos para predecirlos y dirigir nuestra voluntad, a través de diversas técnicas de manipulación psicológica, hacia determinados objetivos geopolíticos o comerciales.

Frente a ese riesgo, nada más oportuno que dotarnos de la fuerza del logos, de la riqueza del lenguaje, como elemento básico de nuestra racionalidad y capacidad de análisis; pues si perdemos las palabras, erradicamos las ideas y la capacidad crítica; es más, corremos el riesgo de perder nuestra propia identidad.

Volver a los clásicos –desde Shakespeare a Dostoievski– para conocernos y así tener armas para combatir los nuevos riesgos a los que nos enfrentamos como individuos singulares y como especie.

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