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Saúl Fernández

Yo tenía veintiuno

Yo tenía veintiuno. Marian Suárez, entonces, acababa de ganar el premio “San Lesmes Abad”. Aquel libro suyo lo tituló “Fuegos prohibidos”. Fui a su casa, en la calle del Prado. Y me fui a la mía con una dedicatoria de esas vaticinadoras: “De Marian Suárez, a Saúl, estos ‘Fuegos prohibidos’, con el deseo de que sea la literatura su pasión de vivir, sin razón de ser y sentir”. Era agosto de aquel año 1995 y era de las primeras escritoras que conocía así con todas las letras.

Tenía (me cuesta hablar en pasado) la biblioteca que yo hubiera querido tener cuando entonces, cuando toda la literatura era un imperio que conquistar y yo un soldado con ínfulas y sólo con ínfulas. Marian Suárez, finalmente, se ha dado de baja del mundo. Y lo ha hecho así como quien no quiere la cosa: con la paz del olvido, con la paz de la soledad, con la paz de los años transcurridos. Marian Suárez me ayudó a ser el que ahora escribe, aunque sea, su necrológica, pero me sabrá perdonar. Seguro.

Han pasado tantísimos años alumbrados por la luz que entraba por la terraza de su ático lleno de libros. Una primera escritora para saber que después tendrían que venir todos los demás. Yo era un guaje con ganas de aprender todo aquello que ella sabía: de Claudio Rodríguez, de Francisco Brines, de Aurelio González Ovies, que, por entonces, sólo era mi profesor de Latín en la Universidad (me dejó pendiente su asignatura hasta tercero, no se lo tengo en cuenta). Los dos juntos llenaron la colección Fíbula: poemas de dos autores, poemas a juego y con autor irreconocible.

El último cuaderno lo titularon “En el camino”. Lo leyó con ilusión el pasado 7 de septiembre. Entonces cumplió 80 años. Y yo treinta y tantos desde que empecé a leer cosas tan buenas como “Lolita” o “Plataforma”.

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