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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

Festejos de Antroxu

Hace un año, todo el mundo andaba por la calle enmascarado; ahora tenemos una prolongadísima fiesta de máscaras

Mire usted por dónde ya estamos en esa época de festejo y jolgorio que se celebra en casi todas partes con el nombre de Carnaval o algo parecido en la mayoría de las lenguas europeas. En las lenguas romances hispanas tradicionalmente se conoció a esos festejos con nombres distintos, como Antruejo, en castellano y que está bastante en desuso; Androido, en gallego, y Antroxu, en la “llingua” de las Asturias de Oviedo.

Estas palabras tan sonoras y castizas con las que se denominan a estas fiestas son en realidad muy cultas, tanto como la palabra retrete, que a algunos les suena algo ordinario, pero porque no saben latín, ya que viene de la palabra “retractus”, que significa “retirado”, de donde también deriva el toque militar de retreta. Pues, esas formas hispanas de llamar al Carnaval vienen de la palabra latina “introitulus”, que es un diminutivo de “introitus” y, por lo tanto, viene a significar “entradilla”, en referencia a ser la entrada el tiempo litúrgico de la Cuaresma.

Así que, parodiando la poesía de Antonio Machado, el Antroxu ha venido, nadie sabe cómo ha sido. Está ya aquí pero no se nota nada, que está todo mustio y alicaído. Es que la trasgresión y los excesos es lo propio de este preludio de la Cuaresma, que es tiempo litúrgico de penitencias, ayunos y abstinencia, que de ahí viene en esas témporas lo de comer garbanzos con espinacas y bacalao.

El Antroxu este año ha quedado diluido, porque cualquier día desde hace casi un año parece que sea carnavalesco. Todo el personal anda por la calle enmascarado, de modo que ninguna diferencia se nota con los días propios del Antroxu, que otros años eran en los únicos en que se hacían mascaradas y sólo por los que les diera la gana hacerlo Ahora tenemos una prolongadísima fiesta de máscaras que, además, resulta que es de obligado cumplimiento por orden de la autoridad competente. Pero, por otro lado, este Antroxu está castrado, como un buey, que es el signo zodiacal de este nuevo año chino que también comienza ahora. Nos han privado de los chigres y las casas de comidas, que son elementos esenciales de estas fiestas, que quedan en casi nada si la gente no puede beber, que facilita mucho la inhibición de las vergüenzas y los tabúes, ni comer untosos potajes y contundentes postres, que permiten la recuperación de los cuerpos de sus jolgorios. Y mira que las tabernas y las casas en que se guisa de comer son establecimientos que no suponen ningún incremento de contagios del bicho chino científicamente determinado, como ya ha declarado el Tribuna Superior de Justicia del País Vasco, impartiendo verdadera justicia.

Como decía Ulpiano, la justicia es “suum cuique tribuere”, que no es otra cosa que “dar a cada uno lo suyo”. Normalmente la mayoría piensa que lo justo es darle la razón, pero no siempre es así, naturalmente. Ahora bien, no cabe duda de que sí que es justo que los establecimientos de hostelería puedan expender los productos que le son propios, pues para eso los han creado sus dueños y pagan los tributos y demás exacciones que les exigen los poderes públicos que les autorizan su funcionamiento. Por eso han impartido justicia al respecto los jueces vascongados que han permitido la apertura de la hostelería, siquiera sea provisionalmente.

Es que también hay que tener en cuenta que la ley, como la definía Santo Tomas de Aquino, es la ordenación de la razón, dirigida al bien común y promulgada por quien tiene autoridad. Si una norma ordena el cierra de la hostelería para que no se propague el bicho chino y resulta que no existe evidencia científica de que esos establecimientos sean el foco en que contagia, esa norma estará dirigida al bien común, pero no ordena la razón.

Los vascos y las vascas, como decía siempre el lehendakari en un reiterativo estilo seudofeminista, podrán celebrar más propiamente su Antroxu, que allí se denomina con palabras raras, todas terminadas en “k”, que es la boina del euskera. Aquí, el señor de Laviana, sólo nos deja las máscaras, como todos los días del año.

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